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– Sí, lo soy. Debo serlo.

Le acaricié la mejilla, considerando hasta que punto había estado justificado mi optimismo desde que él entró en mi vida.

– Sigue escuchando, ya que crees que puede dar frutos-me dijo-. Por ahora yo probaré con otra cosa. Nos vemos mañana, por la noche en tu casa, ¿de acuerdo? Puede que… No, mejor te lo explico entonces.

– Vale -sentía curiosidad, pero era obvio que Bill aún no estaba dispuesto a contármelo.

De camino a casa, mientras seguía las luces de posición de su coche hasta llegar a la entrada, pensé lo aterradoras que hubieran resultado las últimas semanas si no hubiera contado con su presencia. Al avanzar con cuidado entre los árboles, deseé que Bill no hubiera decidido irse a su casa a realizar algunas llamadas de teléfono que consideraba necesarias. No se puede decir que las pocas noches que habíamos pasado separados hubiera estado retorciéndome de miedo, pero sí que me había sentido alterada y nerviosa. Cuando me quedaba sola en casa, pasaba un montón de tiempo asegurándome de que puertas y ventanas estuvieran bien cerradas, y no estaba acostumbrada a vivir así. Me sentí desalentada al pensar en la noche que me esperaba.

Antes de salir del coche, eché un vistazo al jardín. Me alegré de haber dejado encendidas las farolas antes de partir hacia el bar. Nada se movía. Lo habitual era que Tina viniese corriendo a mí en cuanto regresaba a casa, ansiosa por entrar y tomar algo de comida para gatos, pero aquella noche debía de estar cazando por los bosques.

Separé la llave de la casa del manojo del llavero. Salí corriendo desde el coche hasta la puerta delantera, introduje y giré la llave en tiempo récord, y cerré de un portazo tras de mí, echando el cerrojo. Aquel no era modo de vivir, pensé, sacudiendo la cabeza desesperada. Y justo cuando terminaba de pensarlo, algo impactó en la puerta con un golpe sordo. Solté un chillido antes de poder contenerme.

Corrí hacia el teléfono portátil, junto al sofá. Marqué el número de Bill mientras corría por todo el salón bajando las persianas. ¿Y si la línea estaba ocupada? ¡Me había dicho que se iba a casa precisamente para usar el teléfono!

Pero lo pillé mientras entraba por su puerta. Al descolgar el auricular parecía sin aliento.

– ¿Sí? -dijo. Siempre ponía un tono desconfiado. -¡Bill -dije con dificultad-, hay alguien fuera!

Colgó el teléfono de inmediato. Eso era un vampiro de acción. Estuvo en mi casa en dos minutos. Yo vigilaba el jardín por una persiana apenas levantada, y lo vi acercándose al patio desde los árboles, moviéndose con una velocidad y un silencio que un humano nunca podría igualar. El alivio que sentí al verlo fue abrumador. Durante un segundo me sentí avergonzada por haber llamado a Bill para que me rescatara. Debería haberme encargado de la situación por mi misma. Y entonces pensé: ¿por qué? Cuando conoces a una criatura poco más o menos invencible que asegura adorarte, alguien tan difícil de matar que resulta casi inmortal, un ser de fuerza sobrenatural, es a él a quien debes llamar.

Bill examinó el jardín y los árboles, desplazándose con una elegancia confiada y silenciosa. Al final subió con agilidad los peldaños y se inclinó sobre algo que estaba en el porche delantero. El ángulo resultaba demasiado agudo y no pude ver de qué se trataba. Cuando se enderezó tenía algo entre las manos, y parecía por completo… inexpresivo. Eso era muy malo.

Me acerqué reluctante a la puerta delantera y descorrí el cerrojo. Aparté la contrapuerta de mosquitera.

Bill sostenía el cuerpo de mi gata.

– ¿Tina? -dije con voz trémula y nada cariñosa-. ¿Está muerta?

Bill asintió con un pequeño gesto de la cabeza.

– Pero… ¿cómo?

– Estrangulada, creo.

Sentí que me desmoronaba. Bill tuvo que permanecer allí de pie, sosteniendo el cadáver, mientras yo lloraba.

– No he llegado a plantar aquella encina-dije cuando me hube calmado apenas-. Podemos ponerla en ese agujero.

Así que fuimos hasta el patio trasero, con el pobre Bill todavía sosteniendo a Tina y tratando de no parecer molesto por ello, y yo esforzándome por no hundirme de nuevo. Bill se arrodilló y colocó la pequeña masa de pelo negro en el fondo del hueco que excavé. Cogí la pala y comencé a rellenarlo, pero en cuanto vi los primeros fragmentos de tierra golpear el pelaje de Tina volví a sentirme destrozada. Sin decir palabra, Bill tomó la pala de mis manos. Yo me volví de espaldas y él terminó la terrible tarea.

– Vamos adentro -sugirió con amabilidad cuando hubo concluido.

Fuimos hasta la casa, para lo cual tuvimos que rodearla hasta llegar a la parte delantera, porque no había descorrido los cerrojos de detrás.

Bill me acarició y me reconfortó, aunque yo sabía que nunca le había gustado mucho Tina.

– Dios te bendiga, Bill-susurré. Lo abracé con fuerza, con un súbito ataque de miedo ante la idea de que también me lo quitaran a él. Cuando logré que los sollozos se redujeran a hipidos lo miré, con la esperanza de no haberlo incomodado con mi oleada emocional.

Bill estaba furioso. Contemplaba la pared por encima de mi hombro y los ojos le brillaban. Era la cosa más aterradora que he visto en mi vida.

– ¿Has encontrado algo en el patio?

– No. Solo rastros de su presencia: algunas huellas, un olor que aún se percibía en el aire. Nada que puedas llevar como prueba aun tribunal-añadió, como si me leyera el pensamiento.

– ¿Te importaría quedarte conmigo hasta que tengas que… alejarte del sol?

– Por supuesto.-Me contempló. Comprendí que pensaba hacerlo de todas formas, tanto si yo quería como si no.

– Si todavía necesitas llamar por teléfono, hazlo desde aquí, no me importa -es decir, si entraban en mi contrato de línea.

– Tengo una tarjeta telefónica -me dijo, sorprendiéndome una vez más. Quién lo hubiera pensado.

Me lavé la cara y tomé un Tylenol antes de ponerme el camisón, más triste que nunca desde que murió la abuela, y en cierto sentido incluso más que entonces. Está claro que la muerte de una mascota no entra en la misma categoría que la de un miembro de la familia, me reprendí a mí misma, pero eso no lograba reducir mi desconsuelo. Hice todos los razonamientos que fui capaz y no llegué a ninguna conclusión, salvo el hecho de que había alimentado, acariciado y querido a Tina durante cuatro años, y que la echaría de menos.

11

Al día siguiente mis nervios estaban en carne viva. Cuando llegué al trabajo y le conté a Arlene lo que había sucedido, me dio un fuerte abrazo y dijo:

– ¡Me gustaría matar al bastardo que le ha hecho eso a la pobre Tina! -De alguna manera eso me hizo sentir mucho mejor.

Charlsie se mostró igual de compasiva, aunque más preocupada por el susto que me había llevado yo que por el fallecimiento de mi gata. Sam parecía lúgubre. Sugirió que llamase al sheriff o a Andy Bellefleur y le contara lo que había sucedido. Al final me decidí por Bud Dearborn.

– Lo normal es que estas cosas sucedan en serie-murmuró Bud-. Pero nadie más ha informado de mascotas desaparecidas o muertas. Me temo que esto parece una especie de venganza personal, Sookie. A ese vampiro amigo tuyo, ¿le gustan los gatos?

Cerré los ojos y respiré hondo. Lo llamaba desde el teléfono del despacho de Sam, el cual estaba sentado al otro lado del escritorio preparando el siguiente pedido de licores.

– Bill estaba en su casa cuando quien fuera que mató a Tina la tiró en mi porche -dije, todo lo serena que pude-. Lo llamé justo después y contestó al teléfono. -Sam alzó la mirada de manera burlona y yo hice girar los ojos para hacerle saber mi opinión sobre las sospechas del sheriff.

– Y te contó que la gata había sido estrangulada-prosiguió Bud en tono pesado.

– Sí.

– ¿Tienes la ligadura?

– No, ni siquiera vi con qué lo habían hecho.