Jimmy era malo. No tenía conciencia ni piedad. "Enfréntate a la verdad -se dijo Cally, impulsiva-. No dudará en matar al niño si eso le sirve para tener más probabilidades de escapar."

Encendió la radio para escuchar el informativo de las siete y media. La primera noticia fue que el guardián de la cárcel seguía grave, aunque estable. Los médicos eran moderadamente optimistas.

"Si vive, Jimmy no se enfrentará a la pena de muerte -pensó-. No pueden ejecutarlo ahora por el asesinato del policía de hace tres años. Es listo. No se arriesgará a matar al niño cuando se entere de que el guardián no va a morir.

Lo soltará."

"Esta tarde, el niño de siete años, Brian Dornan -decía el locutor en aquel momento-, se separó de su madre en la Quinta Avenida. La familia está en Nueva York porque el padre…"

Cally, helada delante de la radio, escuchó cómo el locutor daba la descripción del pequeño, y decía a continuación: "Aquí hay una llamada de la madre, solicitando la ayuda de todos".

Mientras Cally oía la voz queda y ansiosa de la madre de Brian, visualizó a la mujer joven que había dejado caer el monedero. Tendría poco más de treinta, como mucho.

El negro y brillante cabello le llegaba al cuello del abrigo. Cally había vislumbrado su rostro sólo un instante, pero estaba segura de que era bonita. Muy bonita, bien vestida y segura de sí.

Al oír cómo pedía ayuda, cómo suplicaba, se tapó los oídos con las manos, corrió hacia la radio y la apagó de un manotazo. Entró en el cuarto de puntillas. Gigi estaba dormida, respiraba suave y tranquilamente, con una mano debajo de la mejilla y la otra cogida a la vieja mantita de la muñeca.

Cally se arrodilló junto a ella. "Si tiendo la mano, la acariciaré -pensó-, pero esa mujer no puede tocar a su hijo." ¿Qué debo hacer? Si llamo a la policía, y Jimmy hace daño a ese chiquillo, dirán que yo soy la responsable de ello. Lo mismo que dijeron cuando mató a aquel policía. Quizá Jimmy lo suelte en alguna parte. Me prometió que… Ni siquiera Jimmy sería capaz de hacer daño a un niño pequeño, ¿no es cierto? Esperaré y rezaré."

Pero la oración que intentó susurrar: "Dios mío, protege a Brian…" parecía una burla y no pudo terminarla.

Jimmy había decidido que lo mejor era ir por el puente George Washington hasta la ruta 4, después cogería la Ruta 17 hasta la autopista Thruway. Era un camino un poco más largo que ir por el Bronx hasta Tappan Zee, pero su instinto le decía que saliera de Nueva York lo antes posible. Por suerte el puente, que era donde podían pararlo, no tenía peaje para salir.

Brian miró por la ventanilla mientras pasaban el puente. Sabía que cruzaban por encima del río Hudson. Su madre tenía primos que vivían en Nueva Jersey, cerca del puente, y el verano anterior, cuando Michael y él habían pasado una semana extra con la abuela después de volver de Nantucket, habían ido a visitarlos.

Eran muy agradables y tenían hijos de su edad. Al pensar en ellos, tuvo ganas de echarse a llorar. Ojalá pudiera abrir la ventanilla y gritar: "¡Estoy aquí! ¡Venid a buscarme, por favor!".

Tenía mucha hambre, y necesitaba ir al lavabo. Levantó la mirada tímidamente.

– Po… podría… yo… tengo que ir al lavabo.

Ya que lo había dicho, temía tanto que el hombre le dijera que no, que empezó a temblarle el labio. Se lo mordió enseguida, porque oyó la voz de Michael cuando lo llamaba llorón. Pero incluso eso lo entristeció, y pensó que echaba de menos a su hermano.

– ¿Tienes pis?

El hombre no parecía muy enfadado con él. Quizá, después de todo, no le hiciese daño.

– S… sí.

– De acuerdo. ¿Y hambre?

– Sí, señor.

Jimmy empezaba a sentirse un poco más seguro.

Estaban en la carretera 4, el tráfico era abundante pero fluido, y nadie buscaba aquel coche. El dueño, por entonces, debía de encontrarse en pijama mirando ¡Qué bello es vivir! Por centésima vez. Al día siguiente, cuando su mujer y él empezaran a gritar por su Toyota robado, Jimmy estaría en Canadá con Paige. Estaba loco por ella.

Paige era la primera cosa segura que tenía en toda su vida.

Jimmy no quería parar aún a comer; pero, por otro lado, le convenía llenar el depósito en aquel momento para no correr riesgos. No sabía qué gasolineras tendrían abierto en Nochebuena.

– De acuerdo -dijo-, dentro de unos minutos nos detendremos a poner gasolina, iremos al lavabo y luego compraremos refrescos y patatas fritas. Después pararemos en un McDonald's y comeremos una hamburguesa.

Pero recuerda, si en la gasolinera intentas llamar la atención… -Sacó la pistola de la chaqueta, apuntó a la cabeza de Brian y dijo-: Pum!

Brian apartó la mirada. Estaban en el carril del centro de la autopista. Un cartel señalaba la salida de la avenida Forest. Un coche patrulla que iba a la par de ellos dobló hacia el aparcamiento de un restaurante.

– No hablaré con nadie. Lo prometo -consiguió decir.

– Lo prometo, papá -soltó Jimmy.

"Papá." Brian, involuntariamente, apretó la medalla de San Cristóbal. Llevaría esa medalla a su padre y se pondría bien. Entonces su padre buscaría a ese hombre, Jimmy, y le pegaría por haber sido tan malo con su hijo. Brian estaba seguro de ello.

– Lo prometo, papá -dijo con voz clara mientras sus dedos recorrían la imagen en relieve de aquella alta figura que llevaba al niño Jesús.

En la comisaría del Lower Manhattan, el puesto de mando de la búsqueda de Jimmy Siddons, la creciente tensión era evidente. Todo el mundo sabía perfectamente que Siddons no dudaría en matar otra vez si con ello facilitaba su huida. También sabían que llevaba el arma que le habían pasado en la cárcel.

"Armado y peligroso" era el pie impreso bajo su fotografía en las octavillas que estaban siendo distribuidas por toda la ciudad.

– La última vez recibimos dos mil pistas inútiles, y seguimos infructuosamente cada una de ellas. Y lo cogimos el pasado verano sólo porque fue lo bastante idiota para asaltar una gasolinera en Michigan justo cuando había un policía en el lugar -dijo Jack Shore a Mort Levy mientras observaba con disgusto cómo un equipo de agentes respondía al incesante flujo de llamadas de denuncia.

Levy asintió distraído.

– ¿Hay algo más sobre la novia de Siddons? -preguntó a Shore.

Hacía una hora, uno de los presos, compañero de celda de Siddons, había dicho a un guardián que Jimmy hablaba siempre de una novia llamada Paige, que, decía, se dedicaba al strip-tease.

Trataban de encontrarla en Nueva York, pero Shore tuvo la corazonada de que quizá hubiese estado liada con Siddons en Michigan, y se puso en contacto con las autoridades de allí.

– No, hasta ahora no hay nada nuevo, es probable que se trate de otro callejón sin salida.

– Jack, lo llaman de Detroit -gritó una voz por encima del bullicio de la habitación.

Los dos hombres se volvieron rápidamente. En dos zancadas, Shore llegó a su escritorio y cogió el auricular.

Su interlocutor no perdió tiempo.

– Jack, soy Stan Logan, nos conocimos el año pasado, cuando viniste para llevarte a Siddons. Quizá tenga algo que te interese.

– Veamos.

– ¿Recuerdas que nunca supimos dónde se ocultaba Siddons antes del atraco a la gasolinera? Pues bien, tal vez la pista de Paige sea la respuesta. Tenemos un informe de detención a nombre de Paige Laronde, que se presenta como "bailarina exótica". Abandonó la ciudad hace dos días. Comentó con una amiga que no sabía si volvería o no, que iba a encontrarse con su novio…

– ¿Dijo dónde? -lo interrumpió Shore.

– En California y que después irían a México.

– ¡California y México! Coño, si llega a México nunca más lo encontraremos.

– Nuestros hombres están investigando en las estaciones de trenes y autobuses, así como en el aeropuerto, a ver si damos con su pista. Te mantendremos informado -prometió Logan, y añadió-: Te mandaré por fax el informe de detención y sus fotografías publicitarias. No se las enseñes a tus hijos.