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No es una pista sobre mi profesión. Sólo algo que estudié.

No te ganas la vida con eso, entonces.

No.

¿Estudiaste más cosas?

Alguna otra, sí.

Hablando de estudios, hay algo que hasta aquí me he quedado con las ganas de preguntarte.

A ver.

¿Dónde aprendiste inglés? Perdona si te ofende la observación, pero por lo general los españoles tenéis un inglés pésimo. Y aunque en el tuyo se cuelan a veces construcciones extrañas, me asombra tu soltura. Y el vocabulario que manejas.

He vivido en Inglaterra. Durante algunos años, fue el idioma en el que trabajaba y en el que leía. Incluso tenía que escribir en él.

Bueno, bueno. Eres una caja de sorpresas. ¿Y trabajabas en?

Eso ya no puedo decírtelo.

Vale. Volví a meterme en la Zona Prohibida. Bueno, ¿vas a contarme esas cosas que hiciste y que te hicieron pensar que eras tan dañino, o son también secreto del sumario?

No necesariamente. Pero como ya has adivinado se trata, en parte, de historias de amor. Y ya te dije lo que pienso sobre ellas.

¿Qué me dijiste? No recuerdo.

Sé que lo recuerdas. Guardas nuestras conversaciones. Te dije que no creo que tuviera demasiado sentido contarlas. Es difícil encontrar la manera de hacerlas interesantes. Al final, todas se parecen.

Vamos, yo te he contado las mías.

Te advertí que no esperaras correspondencia.

Pero hoy estás más comunicativo. Anda, no te resistas. Seguro que tus historias de amor me parecen interesantes. Y seguro que se te ocurre una forma original de contármelas.

¿Crees que puedes engatusarme apelando a mi vanidad?

Nunca se sabe.

Está bien. A ver cómo me las arreglo.

Soy toda ojos.

¿Has leído algo de Kierkegaard?

¿Eh?

No te asustes. Kierkegaard. Filósofo danés. Siglo XIX.

Hasta ahí llego. Pero poco más. No, no lo he leído. ¿Debería?

Tanto como deber… Pero me permito recomendártelo.

¿Es divertido?

No suelen considerarlo así. De hecho pasa por ser un pensador bastante sombrío. Pero a mí me parece ingenioso. Sobre todo en sus primeros escritos. Los que dedica al amor, precisamente.

¿ Y qué dice?

Muchas cosas. Entre otras, que siempre nos arrepentiremos de cualquier decisión que tomemos en ese terreno.

Pues qué bien. Un poco cenizo sí parece.

Bueno, lo dice con bastante ironía. Pero además, en uno de esos escritos de juventud, se describe a sí mismo de un modo con el que me identifico mucho, cuando repaso mi propia experiencia amorosa.

¿A saber?

Espera, que tengo el libro aquí.

Así que esto estaba preparado. Tramposo.

Tenía una ligera sospecha de por dónde podía ir esta conversación. ¿Me dejas copiarte algunos párrafos?

OK.

El fragmento se llama O lo uno o lo otro. Y tiene un subtítulo: Un discurso extático. Está dentro de una pieza titulada Diapsálmata.

¿Diap… qué?

Diapsálmata. Significa entreacto, en griego. En fin, una pedantería que podemos disculparle. El fragmento empieza, precisamente, con su tesis principal: * «Cásate, te arrepentirás, no te cases, también te arrepentirás; te cases o no te cases, en ambos casos te arrepentirás, o bien te casas o bien no te casas, en ambos casos te arrepientes».

Me ha quedado claro.

Es un poco más adelante cuando viene lo que te decía. Su autorretrato. Dice así. «Nunca he deseado hacer mal a nadie, pero siempre he dado la impresión de que cualquier persona que se me acercase iba a ser ultrajada y agraviada. Nunca se ha endurecido mi corazón en contra de nadie, pero siempre, precisamente cuando me he sentido más conmovido, he dado la impresión de que mi corazón estaba cerrado y de que era ajeno a todo sentimiento. Cuando me veo maldecido, execrado, odiado por mi frialdad y por mi insensibilidad, me río. Y es que si precisamente la buena gente lograra que yo juzgase mal de verdad, que hiciese mal de verdad, sí, entonces yo habría perdido».

No me extraña que te guste. Suena muy tú…

Sigue: «Ésta es mi desdicha: a mi lado camina siempre un ángel exterminador y, si bien no es la puerta de los elegidos la que salpico con sangre, indicándole así que pase de largo, él entra justamente por esa puerta; pues sólo cuando el amor lo es del recuerdo, es feliz».

Me reservo mi opinión, por ahora…

Más: «El vino ya no deleita mi corazón; un poco de vino me entristece; mucho me apesadumbra. Mi alma ha perdido la posibilidad. De tener que pedir algo para mí, no pediría riquezas ni poder, sino la pasión de la posibilidad, el ojo que aquí y allá, eternamente joven, eternamente ardiente ve la posibilidad. El goce decepciona, la posibilidad no. ¡Y qué otro vino es tan espumoso, tan oloroso, tan embriagador!».

Empiezo a ver por dónde va, tu Kierkegaard.

Espera… Me queda el último trozo: «Me vienen a la memoria mi juventud y mi primer amor… Entonces anhelaba, ahora anhelo tan sólo mi primer anhelo. ¿Qué es la juventud? Un sueño. ¿Qué es el amor? El contenido del sueño».

Mira tú. Al final va a resultar que es un poeta.

Por supuesto. Aunque no quería serlo, porque según él, un poeta siempre es un ser desdichado. Pero eso no se elige.

Veamos… Si no entiendo mal, lo que tratas de decirme, con ayuda de tu filósofo, es que el amor sólo es posible mientras uno conserva la ingenuidad. Y que tú la has perdido, porque has conocido no sólo el desgaste del tiempo y de los desengaños, sino también tu capacidad para dañar a otros a través de la relación amorosa. Ese ángel exterminador que va contigo…

Ésa es la idea general, aproximadamente.

¿Y no te parece una visión un poco tremenda?

Comprendo que lo parezca, considerándola en abstracto. Pero yo parto de una historia concreta. Me vas a permitir que no te la cuente con tanto detalle como tú me contaste la tuya, pero no me importa hacerte un resumen, si es que tienes interés en conocerla.

¿Tú qué crees?

Bien. Omitiré lo accesorio y me centraré en lo principal. Antes de nada te aclararé que sólo me gustan las mujeres, por lo que, para bien o para mal, mi historia amorosa tiene un sesgo exclusivamente femenino.

Es una aclaración importante. A ver adónde llevas ese sesgo.

A grandes rasgos, en mi relación con las mujeres hay dos grandes periodos. Una primera época en la que apenas me hacen caso, por mucho que yo intento buscarlas, lo que me procura una infelicidad moderada y apacible. Y una segunda época en la que ellas son las que vienen a buscarme a mí, lo que me provoca una turbulenta sucesión de éxtasis y desastres. Como puedes deducir, es de esta segunda parte de la que se trata, sobre todo. No hacerle caso a alguien, aunque ese alguien no lo sienta así, es una especie de deferencia. Lo ponemos a salvo de las dificultades y las zozobras que podemos traerle mezclándolo en nuestros asuntos. Con la perspectiva del tiempo, casi les estoy agradecido a las mujeres que no me hicieron caso, como me temo que algunas mujeres a las que yo se lo hice agradecerían que no hubiera sido así…

Qué enfoque más positivo.

Me obligan los hechos.

Los hechos no obligan a nada. Todo es cuestión de actitud.

Bueno, hasta cierto punto. Espera a ver. Resumiendo, y descartando episodios menores, en mi vida han tenido importancia tres mujeres.

La trinidad, otra vez…

Sí, casi resulta preocupante, ¿no? El hecho es que han sido tres, así son las cosas. Tres mujeres muy diferentes, y de diferentes edades también. Cada una nacida en una década distinta, de hecho.

Bueno, al menos has tenido variedad generacional.

Sí, de eso no puedo quejarme.

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* Las citas, en castellano en el original. Corresponden a los Escritos de Søren Kierkegaard en la traducción de B. Sáez Tajafuerce y D. González (Trotta, Madrid, 2006). (N. del e./t.)