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– ¿Jefe?

Frank le entregó a Jeffrey la americana y la camisa, las dos empapadas de sangre.

– Cristo -dijo, sacando la placa y la cartera. Estaban tan impregnadas como sus ropas. Encontró una bolsa para pruebas y metió la tira de plástico dentro mientras preguntaba-: ¿Qué demonios ha pasado?

Frank extendió las manos sin decir nada.

El gesto irritó a Jeffrey, que se tragó el hiriente comentario que le había venido a la mente, sabiendo que lo que le había ocurrido a Tessa Linton no era culpa de Frank. En cualquier caso, la culpa era de Jeffrey. Había estado tocándose los huevos a menos de cien metros de donde Tessa había sido atacada; había sabido que algo pasaba al no ver a Tessa en el coche, y debería haber insistido en acompañar a Sara a buscarla.

Se guardó la bolsa en el bolsillo de los pantalones y preguntó:

– ¿Dónde están Lena y Matt?

Frank abrió el móvil.

– No -le dijo Jeffrey. Lo peor que le podía pasar a Matt estando en mitad del bosque era que le sonara el teléfono-. Dales diez minutos. -Miró su reloj, sin saber muy bien cuánto tiempo había transcurrido-. Si por entonces no han llegado, iremos a buscarlos.

– Entendido.

Jeffrey dejó caer sus ropas al suelo y colocó la placa y la cartera encima.

– Llama a comisaría. Que manden seis unidades. Frank comenzó a marcar el número y preguntó:

– ¿Quieres que soltemos al testigo?

– No -dijo Jeffrey.

Sin decir nada más, comenzó a bajar la colina hacia los coches aparcados.

Intentó ordenar sus pensamientos mientras caminaba. Sara había creído intuir algo sospechoso en el suicidio. El apuñalamiento de Tessa en las inmediaciones aumentaba esa posibilidad. Si el chaval que había en el río había sido asesinado, era posible que Tessa Linton hubiera sorprendido al agresor en el bosque.

– Jefe -dijo Brad en voz baja para no ser grosero. Detrás de él, Ellen Schaffer hablaba por su móvil.

Jeffrey fulminó a Brad con la mirada. Dentro de diez minutos todo el campus sabría exactamente lo que había pasado. Brad hizo una mueca, comprendiendo el error que había cometido.

– Lo siento.

Ellen Schaffer prosiguió la conversación.

– Tengo que irme -dijo bruscamente a su interlocutor al teléfono e interrumpió la llamada.

Era una joven rubia y atractiva, de ojos almendrados y con uno de los acentos yanquis más desagradables que Jeffrey había oído en mucho tiempo. Vestía unos pantalones cortos de deporte ajustados y una camiseta de lycra corta y aún más ajustada. Caído sobre las caderas llevaba un cinturón del que colgaba un reproductor de CD, y en torno al ombligo llevaba tatuado un sol con unos rayos de complicado dibujo.

– Señorita Schaffer… -dijo Jeffrey.

La voz de Schaffer fue más aguda de lo que Jeffrey recordaba cuando le preguntó:

– ¿Va a ponerse bien?

– Eso creo -dijo Jeffrey, aunque se le formó un nudo en las tripas al oír la pregunta.

Cuando habían depositado a Tessa en la camilla, estaba inconsciente. No había manera de saber si volvería a despertarse. Jeffrey quería estar con Sara, pero en el hospital lo único que podía hacer era esperar. Al menos así podría encontrar algunas respuestas para la familia de Sara.

– ¿Puede contarme otra vez qué pasó? -preguntó Jeffrey. El labio inferior de Schaffer tembló ante la pregunta.

Jeffrey le echó un cable:

– ¿Vio el cadáver desde el puente?

– Estaba corriendo. Siempre salgo a correr por la mañana.

Él volvió a mirar su reloj.

– ¿A esta hora exacta?

– Sí.

– ¿Siempre va sola?

– Normalmente. A veces.

Jeffrey hizo un esfuerzo deliberado por ser cortés, cuando lo que le hubiera gustado de verdad habría sido zarandear a la mujer y hacerle decir lo que quería saber.

– ¿Normalmente va a correr sola?

– Sí -contestó Schaffer-. Lo siento.

– ¿Normalmente coge este camino?

– Normalmente -repitió ella-. Bajo por el puente y luego me interno en el bosque. Hay senderos…

No acabó la frase al comprender que él ya debía de saberlo.

– Así pues -dijo él, haciéndole retomar el hilo-, ¿usted corre por este camino todos los días?

Ellen asintió, con un movimiento rápido.

– No es habitual que me pare en el puente, pero noté algo raro. No sé por qué me paré. -Apretó los labios formando una línea delgada al pensar en ello-. Suele oírse algún ruido, sonidos de la naturaleza. Pero hoy estaba todo demasiado silencioso. ¿Sabe a qué me refiero?

Jeffrey lo sabía. Había experimentado la misma extraña sensación cuando corría por el bosque en busca de Sara y Tessa. Los únicos sonidos que se oían eran los de sus propias zancadas golpeando el suelo y su corazón resonando con fuerza en su cabeza.

Ellen prosiguió:

– De modo que me detuve a hacer unos estiramientos y entonces miré por la barandilla… y ahí lo encontré.

– ¿No bajó a ver cómo estaba?

Ellen pareció incómoda.

– No… ¿Debería?

– No -dijo Jeffrey, y, para ser amable, añadió-: Hubiera contaminado la escena.

Ellen pareció aliviada.

– Me di cuenta de que…

Se miró las manos, llorando en silencio.

Jeffrey volvió la vista hacia el bosque, inquieto porque Matt y Lena no hubieran vuelto, sobre todo después del ruido que había hecho el helicóptero. Enviarlos al bosque no había sido una de sus mejores ideas.

Schaffer interrumpió sus pensamientos al preguntar:

– Ese chico, ¿sufrió?

– No -le aseguró él, aunque no tenía ni idea-. Creemos que saltó del puente.

Ellen pareció sorprendida.

– Sencillamente supuse que…

Jeffrey no la dejó demorarse en sus sentimientos.

– Así que le vio y llamó a la policía. ¿Qué hizo luego?

– Me quedé en el puente hasta que el agente llegó. -Señaló a Brad, quien sonrió con timidez-. Luego vinieron los demás, y yo me quedé con él.

– ¿Vio a alguien más? ¿En el bosque?

– Sólo a la chica que subía la colina -dijo ella.

– ¿A nadie más?

– No. A nadie -respondió Ellen, mirando más allá del hombro de Jeffrey.

Éste se volvió y vio a Matt y Lena salir del bosque. Lena cojeaba, las manos extendidas a los lados para no caer. Matt le ofreció la mano para ayudarla a bajar, pero ella la rechazó.

– Mañana acabaré de interrogarla -dijo Jeffrey a Ellen Schaffer-. Gracias por ponerse a nuestra disposición. -Y a Brad-: Asegúrate de que vuelve a su colegio mayor.

– Sí, señor -dijo Brad, pero éste ya estaba subiendo la colina. Las suelas de los mocasines de Jeffrey resbalaban en el suelo mientras corrían hacia Lena y Matt, pero en lo único que podía pensar era en que había puesto en peligro a otra mujer enviando a Lena al bosque. Cuando llegó junto a ellos, el remordimiento le constreñía el pecho. Puso una mano bajo el brazo de Lena para ayudarla a sentarse.

– ¿Qué ha sucedido? -preguntó Jeffrey, sintiéndose como una cotorra, diciéndose que aquel día había repetido la pregunta un millón de veces y seguía sin tener una respuesta satisfactoria-. ¿Te encuentras bien?

– Sí -dijo Lena, rechazándolo con tanta energía que bajó de culo el resto de la cuesta. Frank fue a ayudarla e intentó cogerla del brazo, pero ella lo apartó de una sacudida y dijo-: Joder, estoy bien -aunque hizo una mueca de dolor cuando su pie tocó el suelo.

Los tres hombres se quedaron petrificados cuando Lena se desató el cordón del zapato y Jeffrey supo que todos sentían lo mismo que él. Cuando levantó la vista, Matt y Frank le dirigieron sendas miradas acusatorias. Lena podría haberse hecho daño de verdad en el bosque. Lo que le había pasado -y lo que le podía haber ocurrido- era culpa de Jeffrey.

Lena rompió el hechizo al decir:

– Seguía ahí.

– ¿Dónde? -preguntó Jeffrey, y notó que se le aceleraba el pulso.

– El cabrón estaba escondido detrás de un árbol, mirando qué pasaba.

Frank murmuró un colérico «Cristo», pero Jeffrey no supo si su cólera se dirigía hacia el agresor o hacia él.