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El cuerpo de Ethan era macizo como una roca, y no se movió.

Ethan le echó el cabello hacia atrás con la mano.

– Ojalá te hubieras peinado con el pelo hacia atrás.

– No tenía con qué sujetármelo -mintió Lena.

Ethan sonrió, contemplando cómo sus dedos se deslizaban entre el pelo de ella.

– Puedo conseguirte un elástico o lo que quieras.

– No.

Ethan dejó caer la mano, obviamente decepcionado. Cambió de tema y le propuso:

– ¿Quieres que vaya a hablar otra vez con ese gilipollas?

– No -dijo Lena, pero en parte sí lo quería… algo más que una parte, de hecho.

Le gustaba la idea de que Ethan le midiera las costillas al gilipollas ese que se había frotado contra ella.

– De acuerdo -dijo Ethan.

– Lo digo en serio -dijo Lena, sabiendo que estaría mal mandar a Ethan a por ese tipo-. Aquí todo el mundo va de éxtasis. Probablemente supuso que…

– Muy bien -la cortó Ethan-. Quédate aquí. Traeré algo de beber.

Se fue antes de que Lena pudiera decir nada. Le miró la espalda hasta que desapareció entre la multitud, y se sintió como una colegiala patética. Tenía treinta y cuatro años, no catorce, y no necesitaba que ningún niñato se batiera por ella.

– Hola -dijo alguien, chocando con ella.

Una morena muy animada le ofreció un par de cápsulas verdes, pero Lena las rechazó con la mano, tropezando con otra persona que estaba a su espalda.

– Lo siento -dijo Lena.

Se alejó y chocó con otra persona. Aquella sala comenzaba a agobiarla, y se dio cuenta de que empezaría a gritar si no salían pronto de allí.

Se abrió paso entre el gentío e intentó alcanzar las escaleras, pero la gente se movía contra ella como la resaca del mar. La sala seguía a oscuras, y ella caminaba a tientas, apartando a los demás con la mano hasta que sus palmas se topaban contra pared. Se dio la vuelta, y al ver la luz que había en el otro lado del cuarto se dio cuenta de que se había equivocado de camino. Las escaleras estaban en la otra punta.

– Maldita sea -exclamó, caminando a tientas junto a la pared.

Su mano encontró un pomo y lo empujó, y una luz brillante la hizo parpadear. Los ojos se adaptaron y distinguió a un chaval tendido de espaldas en una cama. Se quedó mirando a Lena con una pícara sonrisa mientras una chica se la chupaba. Le hizo una seña a Lena de que se les uniera, y ella cerró de un portazo, dándose la vuelta y corriendo hasta dar con Ethan.

– Eh -dijo él, apartando su vaso de zumo de naranja para que no se derramara.

El volumen de la música bajó lentamente, Lena supuso que para ayudar al viaje del éxtasis. Fuera como fuese, casi rezó una oración de gracias cuando sus oídos dejaron de dolerle por el ruido.

– No sabía qué querías -dijo Ethan, indicando el vaso-. Éste tiene vodka. Lo preparé yo mismo para estar seguro. -Sacó una botella de agua del bolsillo de sus pantalones holgados-. O puedes tomarte esto.

Lena miró el vaso, y la lengua se le retorció en la boca de ganas que tenía de beber.

– Agua -dijo.

Ethan asintió, como si Lena acabara de pasar una prueba.

– Vuelvo enseguida -dijo, dejando el vaso sobre una mesa cercana.

– ¿No vas a bebértelo? -preguntó Lena.

– Voy a buscar un poco de zumo. Quédate aquí para que pueda encontrarte.

Lena abrió el tapón de la botella de agua, mientras veía marcharse a Ethan. Dio un prolongado sorbo, manteniendo los ojos abiertos para que nadie pudiera sorprenderla. La mitad de los que bailaban en la pista estaban tan colocados que la otra mitad tenía que sostenerlos en pie.

De pronto se dio cuenta de que había clavado los ojos en la mesa donde Ethan había dejado el vodka. Antes de poder pensárselo dos veces, se acercó y se bebió el contenido del vaso en dos sorbos. Casi todo era vodka, apenas había una gota de zumo para darle color. El pecho se le contrajo cuando bajó el vodka, una lenta llama le llenó el esófago, como si se tragara una cerilla encendida.

Lena se secó la boca con la mano, y sintió un hormigueo en la muñeca dolorida. Intentó recordar a qué hora se había tomado el Vicodin. La película había durado dos horas. Habían tardado media hora en ir a la residencia. ¿Cuánto tiempo debía pasar entre una dosis y otra?

– A la mierda -dijo Lena, y se sacó la pastilla del bolsillo y se la metió en la boca.

Miró a su alrededor buscando algo con qué acompañarla y vio un vaso lleno de aquel ponche color rosa. Observó el vaso, preguntándose qué contendría antes de echar un buen trago. El brebaje sabía a vodka, con suficiente sidral de fresa para teñirlo de ese color. No quedaba mucho en el vaso, y Lena se lo bebió, golpeando la mesa con el vaso al acabar.

Lena respiró profundamente tres veces antes de que el alcohol le llegara a la cabeza. Pasaron unos segundos más, y cuando miró a su alrededor se sintió relajada pero ni mucho menos borracha. Eso no era más que una fiesta normal y corriente con un puñado de chavales inofensivos. Había venido con un fin y lo cumpliría. El alcohol la había dejado mucho más tranquila, justo lo que necesitaba. El Vicodin pronto comenzaría a hacer efecto, y volvería a sentirse bien.

La música pasó a ser lenta y sensual, y el ritmo disminuyó. Al parecer alguien había vuelto a bajar el volumen, esta vez a un nivel casi tolerable.

Lena bebió otro sorbo de agua para quitarse la pegajosa sensación de la boca. Chasqueó los labios, mirando los chavales que la rodeaban. Se rió, diciéndose que probablemente era la persona de más edad.

– ¿Qué es tan divertido?

Ethan estaba a su lado. Llevaba en la mano una botella de zumo de naranja sin abrir.

Lena negó con la cabeza, sintiéndose mareada. Necesitaba moverse, caminar para eliminar los efectos del alcohol.

– Vamos a buscar a tu amigo.

Él le lanzó una mirada divertida, y ella se ruborizó, preguntándose si Ethan se habría fijado en los vasos vacíos.

– Por aquí -dijo él, intentando guiarla.

– Veo perfectamente -contestó ella, apartándole la mano de un manotazo.

– ¿Te gusta más esta música? -preguntó Ethan.

Lena asintió, perdiendo el equilibrio. Si Ethan se dio cuenta, no dijo nada. La llevó hasta un pasillo lateral que conducía a las habitaciones. Lena oía una música distinta en cada habitación, y algunas puertas estaban abiertas, a través de las cuales se veía a muchachos esnifando coca o follando como conejos, dependiendo de cuánta gente hubiera alrededor.

– ¿Siempre es así? -preguntó Lena.

– Es porque el doctor Burke está fuera -dijo Ethan-, pero vaya, suele ocurrir a menudo.

– Apuesto a que sí -dijo Lena, lanzando una mirada a otra habitación y arrepintiéndose de inmediato.

– Normalmente, estoy en la biblioteca -afirmó Ethan, aunque ella se dijo que a lo mejor era mentira.

Lena nunca le había visto allí. Desde luego, la biblioteca era bastante grande, y Ethan podía pasar desapercibido. Pero a lo mejor sí estaba allí. A lo mejor la había estado observando desde el primer día.

Ethan se detuvo delante de una puerta que sólo destacaba por la ausencia de pegatinas y notas obscenas.

– ¡Eh, Scooter! -gritó Ethan, golpeando la puerta con los nudillos.

Lena bajó los ojos hacia el suelo de madera noble, los cerró e intentó despejarse.

– ¿Scoot? -repitió Ethan, golpeando la puerta con el puño, con tanta fuerza que la puerta se dobló hacia atrás en la parte superior, revelando una línea de luz entre la hoja y la jamba-. Vamos, Scooter -dijo Ethan-. Abre, capullo. Sé que estás ahí.

Lena no oía gran cosa de lo que ocurría al otro lado de la puerta, pero dedujo que alguien se estaba moviendo. Pasaron varios minutos antes de que se abriera la puerta, y cuando ocurrió la golpeó, como un cubo de mierda caliente, una oleada del peor olor corporal que había olido en su vida.

– Joder -dijo, llevándose la mano a la nariz.

– Ése es Scooter -dijo Ethan, como si eso explicara el olor.