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– ¿Fue dramático?

– Oh, para los padres, sí. Pero si quieres saber mi opinión, su amorcito estaba tan tranquilo como un pepino.

– ¿Crees que lo que quería era llamar la atención?

– Creo que lo hizo para que le compraran un coche. -Hizo un pop con la boca-. Y qué me dices, al cabo de una semana yo estaba paseando al perro por el centro y ahí aparece Andy, con su flamante Mustang.

Sara se llevó la mano a los ojos, intentando que su cerebro tuviera una sinapsis.

– ¿Te sorprendió enterarte de que se había suicidado? -preguntó.

– Mucho -dijo Haré-. El chaval era demasiado egocéntrico para suicidarse. -Se aclaró la garganta-. Todo eso que quede entre nous, ya me entiendes. Es una expresión francesa que significa…

– Ya sé lo que significa -le interrumpió Sara, que no quería oír la definición inventada de Haré-. Si te acuerdas de algo más, dímelo.

– De acuerdo -dijo Haré, y pareció decepcionado.

– ¿Hay algo más?

Haré soltó aire entre los labios, haciendo una pedorreta.

– Supongo que tu seguro cubre la negligencia profesional… Alargó tanto la pausa que Sara se sintió como si le diera un ataque al corazón. Sabía que le estaba tomando el pelo, pero, al igual que cualquier otro médico de Estados Unidos, las primas por negligencia de Sara eran más elevadas que la deuda nacional.

– ¿Y? -preguntó por fin Sara.

– ¿Me cubre también a mí? -dijo Haré-. Porque como me pongan otra demanda, van a embargarme hasta la cubertería que regalan en el súper de propaganda.

Sara dirigió la mirada hacia las puertas de entrada. Para su sorpresa, Mason James avanzaba hacia ella acompañado de un niño de dos o tres años al que llevaba de la mano.

– Tengo que irme -dijo Sara a Haré.

– Como siempre.

– Haré -dijo Sara cuando Mason se le acercó.

Por primera vez se dio cuenta de que Mason caminaba con una pronunciada cojera.

– ¿Sssí? -preguntó Haré.

– Escucha -dijo Sara, sabiendo que lamentaría sus palabras-. Gracias por cubrirme.

– Siempre lo he hecho -contestó Haré con una risita al colgar.

Mason la saludó, y una afectuosa sonrisa iluminó su cara.

– Espero no interrumpirte.

– Era Haré -dijo, finalizando la llamada-. Mi primo.

Hizo ademán de levantarse, pero él le indicó que siguiera sentada.

– Estás cansada -dijo, balanceando la mano del niño-. Éste es Ned.

Sara le sonrió, y se dijo que se parecía mucho a su padre.

– ¿Cuántos años tienes, Ned?

Ned levantó dos dedos, y Mason se agachó para separarle otro.

– Tres -dijo Sara-. Estás muy grande para tu edad.

– Es muy dormilón -comentó Mason, alborotándole el pelo-. ¿Cómo está tu hermana?

– Mejor -contestó Sara, y durante una fracción de segundo pensó que iba a echarse a llorar.

Aparte de las pocas palabras que le había dicho a Sara, Tessa no hablaba con nadie. Se pasaba el tiempo despierta mirando absorta la pared.

– Todavía le duele mucho, pero parece que se está recuperando bien -dijo Sara a Mason.

– Eso es estupendo.

Ned se acercó a Sara con los brazos extendidos. Sara atraía mucho a los niños, lo cual resultaba muy práctico, pues casi siempre los estaba hurgando y manoseando. Sara se metió el móvil en el bolsillo de atrás y lo cogió en brazos.

– Reconoce a una chica guapa nada más verla -comentó Mason.

Sara sonrió, haciendo caso omiso del cumplido mientras se colocaba a Ned en el regazo.

– ¿Cuándo te quedaste cojo?

– Me mordió un niño -le dijo, riéndose de la reacción de Sara-. Médicos Sin Fronteras.

– Guau -dijo Sara, impresionada.

– Estábamos vacunando niños en Angola. Y una niña me mordió la pierna. -Se arrodilló para atarle el zapato a Ned-. Dos días más tarde hablaban de cortarme la pierna para detener la infección. -En sus ojos apareció una mirada nostálgica-. Siempre pensé que serías tú la que acabarías haciendo algo así.

– ¿Cortándote la pierna? -preguntó Sara, aunque sabía a qué se refería-. En las zonas rurales falta personal médico -le recordó-. Mis padres dependen de mí.

– Tienen suerte de tenerte.

– Gracias -dijo Sara.

Era un cumplido que podía aceptar.

– No me puedo creer que seas forense.

– Papá dejó de llamarme Quincyl [3] después del tercer año.

Mason negó con la cabeza y se rió.

– Me lo imagino.

Ned comenzó a revolverse en el regazo de Sara, y ella le meció sobre la rodilla.

– Me gusta la ciencia. Me gusta el reto.

Mason miró a su alrededor.

– Aquí también encontrarías muchos retos. -Hizo una pausa-. Eres una doctora brillante, Sara. Podrías ser cirujana.

Sara se rió, incómoda.

– Lo dices como si pensaras que me estoy anquilosando.

– No quería decir eso -explicó Mason-. Creo que es una lástima que volvieras a Grant. -Para evitar malentendidos, añadió-: Tanto dan las razones.

Le tomó la mano al expresar su último comentario y la apretó suavemente.

Sara le devolvió el apretón y le preguntó:

– ¿Cómo está tu esposa?

Mason se rió, pero no le soltó la mano.

– Disfrutando de la casa, ahora que la tiene para ella sola y yo vivo en el Holiday Inn.

– ¿Te has separado?

– Hace seis meses -dijo Mason-. Lo que hace que trabajar con ella sea bastante peliagudo.

Sara se dio cuenta de que tenía a Ned en el regazo. Los niños comprendían mucho más de lo que creían los adultos.

– ¿Es definitivo?

Mason volvió a sonreír, pero Sara se dio cuenta de que sin ganas.

– Me temo que sí.

– ¿Y tú? -preguntó Mason, con un dejo nostálgico en la voz. Mason había intentado volver con Sara después de que ella se fuera del Grady, pero no había funcionado. Sara quería cortar todos los vínculos con Atlanta para que le resultara más fácil vivir en Grant. Seguir viendo a Mason habría hecho que fuera imposible.

Buscó una manera de responder a la pregunta de Mason, pero su relación con Jeffrey era tan indefinida que se hacía difícil describirla. Miró hacia las puertas, intuyendo a Jeffrey antes de verlo. Sara se puso en pie, colocándose a Ned sobre los hombros con ambas manos.

Jeffrey no sonreía cuando llegó junto a ellos. Parecía tan exhausto como agotada se sentía ella, y Sara se dijo que tenía las sienes un poco más plateadas.

– Hola -dijo Mason, tendiéndole la mano a Jeffrey.

Jeffrey la aceptó, mirando a Sara de soslayo.

– Jeffrey -dijo, cambiando de posición a Ned-, éste es Mason James, un colega de cuando trabajaba aquí. -Sin pensarlo, le dijo a Mason-: Éste es Jeffrey Tolliver, mi marido.

Mason se quedó tan estupefacto como Jeffrey, pero la expresión de ambos no se podía comparar con la de Sara.

– Encantado de conocerte -dijo Jeffrey, sin molestarse en corregir el error.

Tenía tal sonrisa de capullo que Sara estuvo tentada de hacerlo ella misma.

Jeffrey señaló al crío.

– ¿Quién es?

– Ned -le dijo Sara, y se quedó sorprendida cuando Jeffrey extendió un brazo y le acarició la barbilla a Ned.

– Hola, Ned -dijo Jeffrey, agachándose para mirarlo.

Sara se quedó atónita ante la desenvoltura de Jeffrey con el pequeño. Al principio de su relación habían hablado sobre el hecho de que Sara no pudiera tener hijos, y ella a menudo se preguntaba si Jeffrey se reprimía a propósito cuando había niños cerca para no herir sus sentimientos. Sin embargo, ahora se divertía haciendo muecas graciosas para hacer reír a Ned.

– Bueno -dijo Mason, y extendió los brazos hacia Ned-, más vale que me lo lleve a casa antes de que se convierta en calabaza.

– Me ha encantado verte -afirmó Sara.

Hubo un silencio largo e incómodo, y ella paseó la mirada de un hombre a otro. Sus gustos habían cambiado considerablemente desde que salía con Mason, que tenía el pelo muy rubio y una figura maciza de tanto trabajársela en el gimnasio. Jeffrey tenía un cuerpo enjuto, de corredor, aunque era guapo y moreno, un hombre sexy bastante peligroso.

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Se refiere a la protagonista (forense) de una serie de televisión norteamericana emitida entre 1976 y 1983. (N. del T.)