– No lo sé. Supongo que confluye con otros, quizá vaya a dar al Gran Canal o al puerto de Tianjin.
– ¿Y todavía no lo ves?
– No, David, no lo veo -dijo ella con frustración.
– He venido a correr por aquí todas las mañanas. Todas las mañanas he visto a ese hombre cargando cestos en su bote. ¿Lo ves allí?
– Sí.
– No lo has mencionado.
– iDavid!
El se puso en pie con un crujido de las articulaciones, estiro las piernas y se acercó a ella. Volvió a darse la vuelta para mirar el canal, rodeo los hombros de Hulan con un brazo y con el otro señaló.
– Un bote, un hombre, un cesto, un canal. Así fué cemo llevaron a Henglai a Tianjin sin ser vistos. Lo ocultaron a la vista de todos.
Era un importante descubrimiento, pero Hulan estaba demasiado asustada para que le importase. Aferró a David y los paquetes y se encaminó al coche. El chofer no hizo ninguna pregunta; se limitó a llevarlos al aeropuerto por la autopista de peaje. Cuando llegaron y David y Hulan bajaron del coche, Beth dijo:
– Buena suerte. -Cerro la puerta y el Town Car se alejó.
La siguiente hora sería la más arriesgada para el plan de David. Viajaban como chinos, pero vestían como americanos. Mientras él vigilaba su escaso equipaje, ella se incorporí a la cola más numerosa que encontró, esperando que con el ajetreo la azafata de tierra no prestara excesiva atención a los nombres de los billetes ni a la mujer que se los tendía. Hulan entrego los billetes sin pronunciar palabra, y sintió alivio cuando la mujer del mostrador se limito a introducir los nombres en el ordenador sin alzar la vista, le entrego los billetes y las tarjetas de embarque y dijo con fina voz:
– Siguiente.
Como siempre, el aeropuerto estaba lleno de soldados. Eran hombres jóvenes, la mayoría del campo, a los que no interesaba la política, pero su presencia inquietó a David. Pese al frío de la sala de espera, su frente se cubrió de sudor.
– Todo lo que tenemos que hacer es subirnos a ese avión -le susurró Hulan, cogiéndole de la mano. El se enjugó la frente-. No creo que nos busquen aquí. Todavía no -dijo solo para tranquilizarlo, porque sabía que si uno de sus colegas entraba en la sala de espera, la reconocería al instante.
Ella y David no habían cometido ningún delito, pero eso no significaba nada. En China desaparecía gente con frecuencia. En China se ejecutaba a gente sin más.
Su vuelo se anunció por megafonía. Hulan tendió los billetes a la azafata. La mujer le dijo algo en chino, pero ella fingió no entenderla.
– Que tenga un feliz vuelo -dijo la mujer, pasándose al inglés, y luego rasgó los billetes sin fijarse en los nombres.
Tan pronto como despegó el avión, David notó que la tensión de su cuerpo se diluía, sabiendo que estarían seguros mientras durara el vuelo. En unas pocas horas, su manera de vivir había cambiado completamente. El siempre había valorado el hecho de que vivía de su inteligencia. Tenía talento para la lógica, el pensamiento lineal, el análisis conservador. Ahora parecia actuar únicamente por instinto e intuición.
Meditó sobre lo que había hecho. Abandonar Los Angeles sin decir a nadie lo que pensaba hacer había sido una locura, pero eludir a la policía en China era algo muy distinto. Prácticamente podía oír el tono meloso de algún funcionario chino explicando a algún subalterno de la embajada estadounidense que no se podía considerar a China responsable de un americano que actuaba por su cuenta, que el gobierno tenía el Servicio Internacional de Viajes de China precisamente para que los extranjeros no se metieran en líos, y que el gobierno haría cuanto estuviera en su mano, ¿pero como se suponía que podían encontrar a un hombre solo en un país de mil millones de personas?
Y mientras ese funcionario seguía parloteando, quizá él ya estaría muerto. Imaginó su propia muerte. Estaría consciente mientras sus órganos internos se convertían en papilla? Tendría la mirada fija en el rostro de su asesino mientras éste le arrancaba los intestinos del estomago? ¿0 habría perdido completamente la conciencia? ¿Caminaría por la calle en un momento dado, y en el instante siguiente tendría una bala en el cerebro?
Cuando David dejo a un lado su propio bienestar para pensar en Hulan, se adueño de él la desesperación. ¿Como podía haberla dejado volver a China? ¿Qué le ocurriría si la atrapaba Zai, o incluso Watson? Aquella gente no sentía el menor escrúpulo a la hora de matar. David no sabía qué podría hacer si algo le ocurría a Hulan.
Eran cerca de las nueve cuando aterrizó el avión. David y Hulan caminaron por la pista de aterrizaje, atenazados una vez más por el miedo. ¿Los arrestarían tan pronto como entraran en la terminal?
Lo cierto era que la actividad militar y policial en aquel pequeño aeropuerto de provincias era prácticamente nula. Nadie parecía buscarlos cuando se mezclaron con los demás viajeros extranjeros. Dado que no tenían equipaje que recoger, se limitaron a salir de la terminal y a adentrarse en la multitud más allá de la barrera. Al instante se vieron asaltados por taxistas locales. Hulan se decidió por una joven que hablaba bastante bien inglés.
Una vez dentro del coche, la mujer les preguntó a donde querían ir. David le indicó que los llevara al mejor hotel. Ella asintió, puso el coche en marcha e inició otro recorrido espeluznante a través de una ciudad desconocida. Cuando la joven averiguó que aquella era su primera visita a Chengdu, les ofreció una breve historia de la ciudad. Se conocía también con el nombre de Ciudad del Brocado, pues antiguamente Chengdu era el Lugar de la Ruta de la Seda donde se detenían los mercaderes a comprar brocados. La conductora sabía donde se hallaban varias fábricas de brocados, que estaría encantada de mostrar a los visitantes al día siguiente. Chengdu se conocía también como Ciudad Hibisco por la abundancia de esa flor. Sin embargo, en aquella época del año era aún demasiado pronto para ver las plantas florecidas.
Pese a la oscuridad, pudieron ver que la vía principal, la South Remain, por la que transitaban, estaba flanqueada por pequeños hoteles, restaurantes y tiendas. Más cerca de la ciudad, pasaron por delante de dos grandes zonas en construcción. En la puerta de entrada a una de ella se Leía «Villas Ciudad Brocado». Dentro, David vió lo que parecía una urbanización de juguete.
– Estas son las mejores villas de la ciudad -dijo la conductora-. Para extranjeros. Si quieren, puedo traerles aquí mañana. Quizá quieran comprar una villa. -Al otro lado de la calle se estaba construyendo un gran complejo de apartamentos (también para extranjeros). Una serie de letreros anunciaban áticos de tres habitaciones, piscinas, campo de golf y pistas de tenis.
Cuando cruzaron el río Jin Jiang, afluente del gran Min Jiang, que acababa desembocando en el Yangtze, la conductora señalo un hotel. En la azotea del hotel Jin Jiang había grandes letreros eléctricos en dorado, naranja y azul que anunciaban el hotel, tiendas y productos de la región. En la zona de aparcamiento, Los árboles ostentaban guirnaldas de luces intermitentes, y varios jóvenes con llamativos uniformes rojos se pusieron firmes para abrir puertas, llevar los paquetes de David y Hulan y acompañar a los viajeros a la recepción. El vestíbulo era de mármol reluciente y centelleante cristal. En el centro habia un ramo de flores de metro ochenta de altura. Tampoco allí había guardias ni soldados a la vista. Quizá por esa razón no tuvieron dificultad alguna para conseguir habitación. De hecho, a los ojos de Hulan, el recepcionista manifestó un comportamiento ostentosamente despreocupado ante la presencia de una pareja mixta. Cuando Hulan le dijo que tenían los pasaportes guardados, el recepcionista les indicó que podían bajarlos más tarde.
Con considerable pompa, el botones los condujo a la mejor suite del hotel, que consistía en una sala de estar con piano, muebles tapizados en brocado blanco, tragaluz, cuarto de baño con una bañera en la que cabían seis personas, y un dormitorio con una fastuosa cama con dosel rojo e incrustaciones doradas. David dió al botones una generosa propina, costumbre cada vez más popular en China, y luego cerró la puerta tras él.