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– Parece que usted y su hijo estaban muy unidos -dijo David.

– ¿Unidos? -Se echo a reír-. Ya lo creo que estábamos unidos. Ser la esposa de un político es un trabajo muy solitario. Ser el hijo de un político es aúm peor. Billy y yo nos quedábamos solos en Montana la mayor parte del tiempo. Alguien tenía que quedarse allí para cuidar del rancho. Ese alguien era yo. Y no iba a dejar que Billy se fuera a Washington con su padre. Pero les diré una cosa, creen que el invierno es duro aquí? No sabrán lo que es un invierno hasta que no vivan el de Montana. -La señora Watson se controló de repente-. Perdónenme, me he ido por las ramas. Sencillamente, Billy y yo teníamos un vínculo muy estrecho, ¿comprende?

– ¿Quiere decir que Billy no se llevaba bien con su padre? Elizabeth les lanzo una mirada calculadora.

– Han venido para hablar de Billy,no es asi? Creía que el caso se había cerrado.

– Y así es -mintió Hulan-. Pero tenemos algunos cabos sueltos.

– Si hay algo en lo que pueda ayudarles…

– Háblenos de Billy y su padre.

– Supongo que se habrán enterado de que Billy se metió en algunos líos. -Elizabeth espero a que ambos asintieran para continuar-. Los padres pueden ver esas cosas desde muchos puntos de vista. En mi opinión, Billy no hizo nunca daño a nadie. Siempre pensé que todas aquellas tonterías las hacía para llamar la atención de su padre. En ese sentido funcionó. Big Bill se ponía como un loco. Le pegaba cuando era pequeño. Le soltaba peroratas de horas cuando se hizo mayor. Big Bill amenazo con desheredar a Billy, con borrarle de su testamento y de su vida para siempre si no se enmendaba. Lo irónico del caso es que mi marido andaba siempre presionando a Billy para que se hiciera cargo del rancho. «En diez apos será tuyo», le decía, y esa clase de cosas.

– Eso debió de tranquilizarla -dijo David.

– iQué va! Lo último que yo quería para mi hijo era que terminara en aquel maldito rancho. Por qué demonios iba a querer yo que se pasara la vida compilando estadísticas de reproducción, supervisando la selección anual de ganado y sufriendo por las fluctuaciones del mercado del buey? No, Billy era demasiado inteligente para esa vida. Tenía todo el futuro por delante y podría haber hecho lo que hubiera querido.

– ¿Qué opinaba Billy de todo eso?

– No lo sé. Estaba en la universidad, pero no creo que le gustara demasiado. Durante las vacaciones aparecía por aquí unos cuantos días y luego volvía al rancho con aquel amigo suyo.

– ¿Qué amigo?

– Ya saben, el otro chico que murió, Guang Henglai. -Al ver la mirada que intercambiaban David y Hulan, pregunto-: ¿Qué?

– Su marido nos dijo que Billy no conocía a Henglai.

– No sé por qué habría de decir algo así. Big Bill les ayudaba en su pequeño negocio.

– ¿Qué negocio, señora Watson? -pregunto Hulan.

– Pues no sé. Algo relacionado con la caza. Creo que era una especie de servicio de guía, algo así como llevar gente de ciudad al rancho, hacerles pasar un buen rato y llevarlos a cazar.

– ¿Osos? -pregunto Hulan.

– Ciervos, diría yo. Pero tiene usted razón, lo que a Billy realmente le gustaba era rastrear osos. Lo heredo de su padre, ¿saben? Con un par de rifles, un par de chaquetas de caza de color naranja para que no se disparasen el uno al otro y unas cuantas hectáreas de terreno de caza, ya eran felices. -Sus ojos se empañaron al añadir-: Después de tantos años de problemas, ese negocio de la caza por fin los había unido.

– ¿Donde esta su marido ahora?

Elizabeth alzo la cabeza como un resorte al oír el tono de voz de David.

– Se ha ido a Chengdu. Pensaba que lo sabían. Ahora hay allí tantos ciudadanos estadounidenses que abrimos un consulado hace unos años. Y menos mal, si quieren oír- mi opinión. Todo el mundo anda temeroso por esos disparadores nucleares y nerviosos por lo que pueda ocurrir con sus inversiones si la situación política no mejora.

David y Hulan se levantaron.

– Gracias por su hospitalidad, señora Watson, pero tenemos que irnos.

– Pero creía que querían ver a Phil.

– No importa. Ya lo veremos más tarde. Gracias de nuevo.

– ¿Es por algo que he dicho? -preguntó ella, siguiéndoles hasta la puerta-. ¿Hay algo sobre Billy o sobre el embajador que yo debiera saber?

Hulan se dio la vuelta y cogió la mano de Elizabeth Watson: sentía lástima por aquella mujer que creía haber experimentado el más completo dolor, pero estaba a punto de descubrir que no había hecho mas que empezar.

– Si necesita algo, más adelante, quiero decir, llámeme por favor. Elizabeth los miró alternativamente.

– Díganmelo. Puedo soportarlo.

– Lo siento, señora Watson -dijo él.

Las lágrimas que pugnaban por salir desde el principio de la entrevista se desbordaron por fin. Elizabeth Watson se cubrió el rostro con las manos, dió media vuelta y corrió escaleras arriba.

David y Hulan cruzaron el patio con paso vivo.

– No es de extrañar que el embajador Watson no quisiera que investigara la muerte de su hijo -dijo David-. Sabía exactamente que había ocurrido.

– ¿Recuerdas la última vez que lo vimos? -dijo Hulan.

– Si, ese canalla no se sorprendióal saber que Billy no seguía en la universidad. Le sorprendió que estuviéramos tan cerca de la verdad.

– Y después enseñamos la lista de correos… Debió de entrale el pánico. Quería ver muerto a Spencer Lee.

– Cuando dijimos que Spencer iba a ser ejecutado, Watson dijo algo como «Entonces todo habrá acabado», pero nosotros no le entendimos.

– ¿Tan malo es haber sellado los pasaportes? -pregunto ella-. ¿Era suficiente para dejar que las cosas fueran tan lejos?

– Es un antiguo senador y embajador. Cometió un delito federal. Podría ser enviado a una de nuestras prisiones tipo club de campo, pero su reputación quedaría arruinada.

Volvieron su atención hacia los demás complices.

– Henglai debió de ser quien financió la empresa -dijo Hulan-. Billy y su padre… tenían la conexión de Montana. Imagínatelos allí, matando osos y vendiendo las vesículas biliares.

– Pero también creo que los chicos se ocuparon de la tarea básica de encontrar correos. Por eso iban a la Posada de la Tierra Negra -dijo David, reflexionó unos instantes y todos se conocieron ahí: los Watson, Cao Hua, los correos, la gente del Ave Fenix. Era el lugar perfecto.

– Te has dejado al tío Zai.

– El era el músculo, Hulan. Ahora ya lo aceptas ¿no? La excitación de Hulan se esfumó.

– Toda la operación era limpia en el sentido de que cada persona tenía su propio papel definido -dijo-. Todos tenían amigos, socios y esferas de influencia diferentes. Confiaban en el supuesto de que nadie podriía relacionarlos.

– Pero nosotros lo hicimos.

Hulan se detuvo en medio del patio.

– ¿Qué hacemos ahora, David? ¿En quién podemos confiar?

Necesitaban ayuda, pero ella dudaba que el Ministerio se la concediera, como tampoco podían esperarla de la embajada.

– ¿Como podemos salir de aquí sin ser vistos? -pregunto él.

Hulan mró en derredor. La residencia del embajador se alzaba a su espalda. En la puerta del patio, la única salida a la vista, había guardias apostados.

– No creo que podamos -dijo-, pero tengo otra idea.

Una vez fuera, ella esperó a que pasaran varios taxis y luego paró uno al azar. Al taxista le dió la dirección de su casa del hutong en chino. Trás asegurarse de que el hombre era de la remota región de Anhui y de que jamás había tenido un extranjero en su taxi antes de David, pasó al inglés.

– El embajador está en Chengdu. Apuesto a que Zai también está allí. Seguramente han ido a la granja.

– Pero no tenemos la menor idea de dónde está.

– Debían de tener un cómplice dentro de Panda Brand -argumentó Hulan-. Tenemos que ir allí y encontrar a alguien que pueda ayudarnos.

– Las posibilidades son mínimas, pero es la única pista que tenemos. Iremos allí y utilizaremos toda la información que podamos sacar. Luego seguiremos la siguiente pista, por pequepa que sea, y así hasta que se descubra la verdad.