Suspiré y empecé a mirar los diarios en el kiosco. Vi una noticia de Hainan, la policía había logrado resolver el caso del mayor contrabando de coches de lujo desde la fundación de la República Popular, habían agarrado a los cabecillas que eran altos funcionarios en la península Leizhou.
Rápidamente saqué de mi cartera la agenda, tenía que hablarle a Tiantian. Me acordé de que llevaba una semana sin comunicarme con él, el tiempo pasa tan rápido, ya debía de estar por regresar. Dejé el depósito en el mostrador y luego me mandaron a la cabina telefónica número cuatro. Marqué, pasó un rato largo, nadie contestaba, justo cuando iba a colgar oí la voz sin fuerza de Tiantian.
– Ey, soy Cocó, ¿cómo estás? -le dije.
Como si aún no despertara, después de un buen rato contestó: -Ey Cocó.
– ¿Estás enfermo? -me preocupé, su voz no estaba bien, sonaba como si viniera del jurásico, sin fuerzas, incoherente, balbuceaba algo en voz baja.
– ¿Me oyes? Quiero saber cómo estás. -Me puse nerviosa y subí la voz, él no hablaba, sólo respiraba lento y levemente.
– Tiantian, por favor háblame, no dejes que me preocupe. -Un largo silencio como de medio siglo, usé ese lapso para calmarme.
– Te quiero -dijo con voz cavernosa.
– Yo también te amo -le dije-, de verdad, ¿estás enfermo?
– Yo… estoy muy bien.
Mordiéndome los labios, inmersa en mil pensamientos de duda, miraba el vidrio de la cabina lleno de manchas y mugre, la gente al otro lado del vidrio se había dispersado, al parecer había dejado de llover.
– ¿Cuándo vuelves? -grité, pensando que de otra manera no podría atraer su atención, él en cualquier momento podía caer en el sueño y desaparecer del auricular al otro extremo de la línea.
– ¿Podrías ayudarme?… Mándame algo de dinero -dijo en voz baja.
– ¿Qué? ¿El dinero de la tarjeta se te acabó? -Me asusté. En la tarjeta había más de treinta mil yuanes, y aunque Hainan fuera muy caro, a él no le gustan los negocios ni tampoco gastar dinero en mujeres, él era como un bebé envuelto en algodones, sin deseos ni aspiraciones. No gastaba el dinero como agua, seguro que algo estaba pasando. Mi intuición fue presa de una sombra oscura.
– En el cajón del lado derecho del armario está mi libreta de ahorros, es fácil encontrarla -me recordó. De pronto me sentí muy enojada:
– ¿Qué te pasa? Debes decirme dónde gastaste tanto dinero, no me mientas, si confías en mí entonces dímelo. -Silencio. -Si no hablas no te mando el dinero -le dije muy seria para asustarlo.
– Cocó, pienso mucho en ti -balbuceaba. Una ternura oscura me invadió.
– Yo también -le dije en voz baja.
– No me vas a dejar ¿verdad?
– No.
– Aunque tengas otro hombre, no me dejes -me suplicaba, su voluntad era tan débil. Su enorme confusión fluía por el cable telefónico desde el otro extremo.
– ¿Qué tienes Tiantian? -le dije con la voz baja y entrecortada.
Aunque su voz era débil, dijo muchas cosas terribles. Estoy segura de que todo lo oí bien, estaba usando morfina.
Las cosas seguramente ocurrieron así, una tarde Tiantian estaba sentado en un restaurante de comida rápida en una calle, allí se encontró a un conocido, se topó con Lile, ese joven que había conocido en el centro de salud reproductiva de Shangai. Él también había ido a Hainan. Vivía en casa de un pariente donde además trabajaba como ayudante en su pequeño consultorio dental. Tuvieron una conversación muy estimulante y Tiantian, quien ya estaba un poco aburrido, se puso muy contento al encontrar un interlocutor. Lile lo llevó a muchos lugares que él antes no conocía y si los hubiera conocido no se hubiera atrevido a ir solo. Casinos clandestinos, peluquerías oscuras, almacenes abandonados donde seguido había peleas de bandas. A Tiantian no le atraían estos lugares, pero sí le impresionaba ese mundo ancho de ese amigo tan astuto y experimentado.
Lile parecía muy amistoso, pero debajo de su delgada capa afectuosa flotaba una indiferencia ilimitada, y ese era precisamente el tipo de personalidad con la que Tiantian se sentía a gusto. Los dos tenían un par de ojos negros a veces fríos, a veces cálidos, todo lo hacían en silencio, sin hacer alarde. Cuando hablaban, escuchaban o reían sus ojos no reflejaban más que melancolía.
Ellos caminaban hombro a hombro sintiendo la brisa sureña tan relajante, hablaban de Arthur Miller y la generación Beat, sentados en las terrazas contemplaban los atardeceres, sosteniendo un coco fresco sorbían su néctar blanco. En la calle cercana aparecieron unas chicas de tez blanca con mucho maquillaje. Ellas, nada románticas, emprendieron su cacería, en su cara se divisaba una sonrisa falsa, sus narices se contraían descaradamente y sus pechos eran firmes, como rocas prehistóricas.
Tiantian probó la morfina un día en que Lile, en el consultorio dental de su pariente, le mostró cómo y luego le preguntó si quería probar. En el cuarto no había nadie, era tarde a la noche, afuera se oían de vez en cuando voces de personas que hablaban en el dialecto local incomprensible para ellos, los ruidos de los pesados camiones de carga que pasaban por la calle y las lejanas sirenas de los barcos.
Todo parecía de otro mundo. Altas cimas y hondas cañadas sin nombre proyectaban una gigantesca sombra tridimensional. Un viento dulce soplaba contra ramas filosas y hojas, flores rosadas sin nombre se abrían en las profundidades de las cañadas y una tras otra formaban un inmenso océano de color rosa. Esa sensación de embriaguez, ligera como el aire, cálida y venenosa como un vientre materno, impregnaba cada pulgada de la tierra hasta la membrana roja del corazón. La luna a veces llena, a veces menguante, la conciencia a veces trunca, a veces plena.
El asunto se salió de control. Tiantian dormía todas las noches en el sueño rosa. El líquido rosa se pegó a su piel y su veneno lo recorría como un torrente primordial. Su cuerpo se hizo débil y sin fuerzas, y sus nervios se crisparon.
Hasta la fecha no quiero encarar este asunto, éste es un punto crucial donde las cosas tomaron un abrupto viraje hacia lo peor. Tal vez todo estaba predestinado desde el principio, desde aquel día cuando Tiantian en el aeropuerto recibió las cenizas de su padre, desde el día en que perdió el habla y abandonó la escuela, desde el día cuando me conoció en el Lüdi, desde la primera noche, cuando recostado sobre mí, débil e impotente, nadaba en transpiración, desde que me acosté con otro hombre, todo era inevitable. Desde todas esas veces, el estado constante de decepción y sueños inalcanzables lo perseguía sin soltarlo, sí, a él le costaba trabajo sacudirse esas cosas, no distinguía sus límites con esos sentimientos, sólo le quedaba vivir y morir en la sombra oscura de su débil organismo, sin nombre ni forma. Simplemente fue así y ya no hay remedio.
Cuando pienso en eso me dan ganas de gritar, aquel terror, aquella locura sobrepasó mi capacidad de entendimiento, sobrepasó mis fuerzas. Desde entonces cada vez que por mi mente pasa la cara angelical de Tiantian me colapso a puertas cerradas. Cuando el corazón duele, duele hasta morir.
Lile se encargaba de todo, el dinero de Tiantian se convertía en polvo blanco. Los dos en el cuarto del hotel, la gata dormida frente a la tele, la tele prendida todo el día, informes policiales e información sobre las obras del gobierno municipal. Casi no comían, su metabolismo llegaba a cero, la puerta abierta para que los del servicio trajeran la comida, les daba debilidad caminar un paso. El cuarto estaba lleno de un extraño olor, entre fresco y podrido, como de mermelada dentro de un cadáver.
Poco a poco, por ahorrar o porque no encontraban al distribuidor de confianza, compraban en la farmacia jarabe para la tos, para usarlo cuando no se podían surtir de lo otro. Lile usaba un método primitivo para convertir las medicinas en un sustituto de droga, las cocinaba hasta reducirlas en una taza de café, tenían un sabor horrible pero era mejor que nada.