– Mamá -miré a la señora adulta a mi lado tan encantadora y tan llena de preocupaciones a la vez-, no te preocupes, cuando tenga una dificultad imposible de resolver, vendré a la casa a refugiarme, te lo prometo ¿está bien? -La abracé.
Llegó la torta que los estudiantes le habían regalado a papá. Le pusieron seis velas, mi papá estaba de excelente humor, las apagó de un soplo y empezó a reír como un niño grandote, cortó la torta y la repartió.
– Pronto vendrán más fondos, el proyecto de investigación va a tener nuevos alcances -dijo y los estudiantes empezaron a hablar del tema de la investigación, "El sistema de vacaciones del servicio civil de la dinastía Tang". (Ese tema se me hacía como un juego donde una persona sostiene en una mano una pelota roja y en la otra una pelota verde y pregunta en cuál mano está la pelota amarilla.)
Según mi opinión, los discípulos de los profesores titulares son básicamente sus ecos serviles o esclavos, primero deben estar de acuerdo con el pensamiento del profesor, esconder sus dudas. Luego, cuando logran el cariño y el aprecio del profesor, lo tienen que acompañar por todos lados a dictar conferencias, si el profesor los recomienda podrán publicar algún artículo en alguna revista, bajo los cuidados del profesor se casarán y tendrán hijos, encontrarán trabajo y así hasta el día en el cual su posición se afiance y puedan hablar por sí mismos.
Uno de los estudiantes me preguntó acerca de mi novela, creo que mi papá les dijo que otra vez estaba escribiendo, aunque no estaba nada orgulloso de tener una hija escritora, sin embargo con mucho entusiasmo me promovía. La gente seguía charlando, yo ya me quería ir.
– ¿Ni siquiera una noche puedes quedarte a dormir? Todavía tengo muchas cosas que quiero hablar contigo -mi madre me dijo con una mirada herida que atravesaba el tiempo, como restos de una estrella flotando en el vacío ilimitado.
– Eh, sólo quiero caminar un poco, esta noche me quedaré aquí, dormiré con Zhusha. -Sonreí, saqué las llaves de la bolsa y las hice sonar ruidosamente, yo también sabía mentir.
XVIII Las dos caras del amor
Somos amantes, no podemos dejar de amarnos.
Marguerite Duras
Recuerdo que hace dos años, cuando aún trabajaba en la revista, me enviaron a Hong Kong para hacer un reportaje especial acerca del retorno a la madre patria. Cada noche después del trabajo me sentaba en las escaleras de piedra del Muelle Victoria, mientras fumaba y contemplaba las estrellas con el cuello estirado, a punto de romperse. Cada tanto me puedo sumergir en ese estado donde me olvido de la existencia de todo lo que me rodea y hasta me olvido de mí. Me imagino que en esos momentos quedan muy pocas células funcionando en el cerebro, apenas para respirar, como una fina niebla azul que se eleva.
El escribir frecuentemente me llevaba a ese estado. Sólo que veía las estrellas con la cabeza gacha, su brillo felizmente se reflejaba en las letras que aparecían, en ese momento entraba en el nirvana, es decir ya no le tenía miedo a la enfermedad, los accidentes, la soledad y ni siquiera a la muerte, era inmune a todo.
La vida real nunca es como deseamos. Vi por una ventana sombras de gente en un ir y venir, como ramas negras se entrecruzaban, vi a la gente que me ama y a la que amo, su rostro lejano y sufriente, lleno de anhelos.
En el campo de juego del Colegio Americano de Pudong me topé con la familia de Mark. Él estaba ese día particularmente guapo, tal vez debido al sol brillante y al hermoso paisaje que nos rodeaba. Este colegio, hecho para los hijos de los extranjeros ricos, parecía estar construido encima de las nubes, lejos de la polvorienta vida cotidiana, todo el campus parecía tan nuevo y fresco como recién lavado, como si el mismo aire estuviera desinfectado. Una atmósfera inconfundible de clase alta.
Mark, masticando chicle, nos saludó con mucha naturalidad y nos presentó a su mujer a Zhusha y a mí.
– Ella es Eva. -Eva lo tomaba de la mano. Era mucho más hermosa y elegante que en la foto, sus cabellos rubios estaban recogidos en una cola que caía en la espalda, en las orejas llevaba unas argollas plateadas, el suéter negro enfatizaba aún más su piel blanca, aquel blanco que bajo los rayos del sol tenía olor a miel, como de sueño.
La belleza de la mujer blanca puede hacer hundir mil fragatas (como en Helena y la Guerra de Troya), en cambio la belleza de la mujer amarilla está en sus cejas cerradas, sus ojos hermosos, como si viniera de esos calendarios de la Belle Époque (como Lin Yilian y Gong Li).
– Ella es Judy, una compañera de trabajo y ella es su prima Cocó, una writer extraordinaria -dijo Mark. Eva cerraba los ojos bajo los fuertes rayos del sol, sonreía mientras nos saludamos.
– Éste es mi hijo B.B. -Mark sacó al niño del cochecito, lo besó, jugó un rato con él, se lo dio a Eva:
– Tengo que ir al campo. -Estiró las piernas, sonrió y me miró con el rabillo del ojo, tomó su bolso de ropa y se dirigió al vestidor.
Mientras Zhusha charlaba con Eva, yo me senté a la orilla del pasto sin hacer nada. Me di cuenta que al ver a la esposa de Mark no sentí los celos esperados. Al contrario, Eva me gustó mucho, quién la manda a ser tan bonita, siempre nos gustan las cosas bellas. ¿O tal vez será que yo soy una excelente chica que al darse cuenta de la felicidad ajena se alegra por los demás? ¡Por Dios!
El partido estaba a punto de empezar. Mis ojos estaban clavados en Mark. Su silueta saludable y vivaz que corría por todo el estadio, sus cabellos que flotaban en el aire hacían flotar también mi extranjero sueño de amor. Su velocidad, músculos y fuerza pronto se explayaron ante los ojos de más de cien espectadores. Creo que la gran mayoría de los deportes son una orgía colectiva, la gente en las tribunas y los jugadores en la cancha excitados hasta el punto que les es difícil detener sus hormonas, lo que flotaba en el aire era precisamente eso.
Unos estudiantes del colegio tomando Coca Cola gritaban fuertemente, Eva seguía hablando con Zhusha (como si eso fuera más interesante que ver a su marido jugar), mientras que mi ropa interior ya estaba completamente mojada. Nunca pensé sentir tanta sed de Mark en ese momento y tener ganas de caer en sus brazos como una manzana sacudida por un viento fuerte.
– Cocó hace unos años publicó una antología de cuentos. -Zhusha de pronto interrumpió mi concentración.
– Ah, sí -contesté mirando a Eva sonreír.
– Me interesa mucho, ¿todavía se pueda comprar? -me preguntó en inglés.
– Creo que ya no, en la casa tengo un ejemplar que te puedo regalar, pero está en chino -dije.
– Oh, gracias, pienso estudiar chino, la cultura china es muy interesante, Shangai es la ciudad más interesante que conozco -En la blancura de su cara se asomó un leve color rosa. -Si tienes tiempo el próximo fin de semana ven a mi casa a comer ¿te parece? -me invitó.
Disimulaba mi nerviosismo, miré a Zhusha, ¿no será un banquete de Hongmen?
– Judy también vendrá, estarán también algunos amigos alemanes -dijo Eva-. La próxima semana regresaré a Alemania, tú sabes, yo trabajo en el ministerio del medio ambiente, no puedo pedir largas vacaciones. Los alemanes están tan enamorados de la protección del medio ambiente que rayan en la paranoia -sonreía-, en mi país no hay de esos coches triciclos que emiten tanto humo, y tampoco la gente seca la ropa en los pasos de peatones.
– Oh -asentía con la cabeza pensando que Alemania era el país más cercano al paraíso-. Está bien, iré.
Pensé que tal vez no era muy inteligente pero era generosa y simpática.
El pequeño B.B. empezó a gritar desde el cochecito:
– "Papá, papá". Miré a Mark saltando y moviendo los puños, acababa de meter un gol. Nos mandó desde lejos un beso, Eva me miró y todas empezamos a reír.