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Mientras que la señora Havelock estaba fascinada y muy desconcertada por la autenticidad de las escenas sexuales en los relatos de Eddie, a su marido, como buen profesor que era, le interesaba más la calidad de la escritura de Eddie, y le comentó algo que el muchacho ya sabía: que ciertos aspectos de sus relatos parecían más auténticos que otros. El detallismo sexual, la sombría presciencia que tenía el joven protagonista de que el verano llegaría a su final y al mismo tiempo terminaría su aventura amorosa con una mujer que lo significaba todo para él (mientras cree que él significa mucho menos para la mujer), y la expectativa implacable del sexo, que es casi tan emocionante como el mismo acto…, bien, esos elementos parecían auténticos en los relatos de Eddie. (El muchacho sabía no sólo que lo parecían, sino que lo eran.)

Pero otros detalles eran menos convincentes. En la descripción del poeta ciego, por ejemplo, el personaje no estaba desarrollado por completo; los poemas pornográficos no eran ni creíbles como poemas ni lo bastante gráficos como pornografía, mientras que la descripción de la cólera del personaje basado en la señora Vaughn, de su reacción contra la pornografía y contra el desventurado ayudante de escritor que le entrega los poemas…, sí, ése era un buen material, y tenía un timbre de veracidad (porque, como Eddie sabía, era verídico).

Eddie había inventado al poeta ciego y los poemas pornográficos, había inventado la descripción física del personaje de Marion, que era aquella mezcla poco convincente del personaje de Marion y Penny Pierce. Tanto el señor como la señora Havelock decían que el personaje de Marion era confuso, que no podían «verla».

Cuando la fuente de su escritura era autobiográfica, Eddie podía escribir con autoridad y verosimilitud, pero cuando trataba de imaginar (inventar, crear) no lo lograba tan bien como cuando se inspiraba en sus recuerdos. ¡Grave limitación para un literato! (En aquel entonces, cuando era todavía un estudiante de Exeter, Eddie no sabía hasta qué punto era eso grave.)

Finalmente, Eddie sólo alcanzaría una pequeña reputación literaria y se convertiría en un escritor poco conocido pero respetado. Nunca provocaría el impacto sobre la psique norteamericana que llegaría a producir Ruth Cole, nunca poseería el dominio del lenguaje de Ruth ni se acercaría a la magnitud y complejidad de los personajes y argumentos de ésta, por no mencionar su fuerza narrativa.

Pero, de todos modos, Eddie se ganaría la vida como novelista. No se le puede negar su existencia como escritor tan sólo porque nunca sería, como Chesterton escribió de Dickens, «una llama de puro genio que brota en un hombre sin cultura, sin tradición, sin la ayuda de las religiones y filosofías históricas o de las grandes escuelas extranjeras».

No, eso no podría decirse de Eddie O'Hare (como también sería excesivamente generoso hacer extensiva a Ruth Cole la alabanza de Chesterton), pero por lo menos las obras de Eddie se publicarían.

La cuestión es que Eddie escribió unas anodinas novelas autobiográficas, todas ellas variaciones de un tema trillado; y a pesar del cuidado con que escribía, a pesar del lúcido estilo de su prosa, de la exactitud con que reflejaba la época y el lugar, de lo creíbles que eran sus personajes, los cuales mantenían sus características a lo largo de la obra, sus novelas carecían de imaginación o, cuando se esforzaba por dar rienda suelta a su imaginación, carecían de credibilidad.

Aunque su primera novela obtuvo críticas en general favorables, no se libraba de esos escollos ocultos que el buen profesor de Eddie, el señor Havelock, le había indicado en la primera oportunidad que tuvo. La novela, titulada Un trabajo de verano, era básicamente otra versión de los relatos que Eddie escribía en Exeter. (Su publicación, en 1973, tuvo lugar casi al mismo tiempo que la graduación de Ruth Cole en el centro que antes era sólo para varones.)

En Un trabajo de verano, el poeta es sordo en vez de ciego, y su necesidad de un ayudante se aproxima más a la situación de Ted cuando necesitó contratar a Eddie, porque el poeta sordo es bebedor. Pero si bien la relación entre el muchacho y el hombre maduro es convincente, los poemas no son creíbles (Eddie nunca supo escribir poesía) y su contenido supuestamente pornográfico no es lo bastante crudo y agresivo como para calificarlo de pornografía. La colérica amante del poeta sordo y borracho, el personaje de la señora Vaughn, que sigue llamándose señora Wilmot, es un hábil retrato de una fealdad intensificada, pero la sufrida esposa del poeta, el personaje de Marion, no es convincente. No tiene los rasgos de Marion ni los de Penny Pierce.

Eddie intentó presentarla como una mujer mayor que él, muy etérea pero prototípica, y resulta demasiado vaga para ser creíble como la amante del ayudante de escritor. La motivación de la mujer tampoco está bien planteada, y el lector no comprende qué ve en el chico de dieciséis años. Eddie dejó fuera de Un trabajo de verano a los hijos perdidos. No menciona en ningún momento a los chicos muertos, y tampoco aparece un personaje inspirado en Ruth.

A Ted Cole le divirtió la lectura de Un trabajo de verano. El célebre cuentista pagado de sí mismo la consideró una obra menor, pero también agradeció a Eddie, que por entonces tenía treinta y un años, que hubiera alterado la realidad al escribir su primera novela. Ruth ya tenía suficiente edad y su padre le había contado los amores de su madre y Eddie O'Hare. También ella se sintió agradecida a Eddie por no haberla incluido en su narración. Ruth tampoco reparó en que el personaje de Marion no se parecía a su madre, ni siquiera remotamente. Sólo sabía que su madre continuaba en paradero desconocido.

Aquel día de agosto de 1958, cuando cruzó el canal de Long Island con el conductor del camión de marisco, Eddie O'Hare no tenía ningún telescopio con el que pudiera contemplar el futuro. No preveía que se convertiría en un novelista escasamente alabado y poco conocido. No obstante, Eddie siempre contaría con un núcleo de lectores reducido pero fiel. A veces le deprimiría que sus admiradores fuesen sobre todo mujeres maduras y, aunque con menor frecuencia, hombres más jóvenes. Sin embargo, sus escritos revelaban un esfuerzo literario, y Eddie nunca se encontraría sin trabajo. Se ganaría modestamente la vida enseñando en una universidad, tarea que desempeñó de una manera honorable aunque no tenía una aptitud especial ni demasiada distinción. Sus alumnos y sus colegas de facultad le respetarían, pero jamás sería uno de esos profesores idolatrados.

Cuando el conductor del camión le preguntó: «Si no vas a ser ayudante de escritor, ¿a qué vas a dedicarte?», Eddie no vaciló en responder a aquel hombre tan franco y que despedía un olor a pescado tan poco grato: «Voy a ser escritor».

Sin duda el muchacho no podría haber imaginado la aflicción que causaría en ocasiones. Iba a herir a los Havelock sin proponérselo, por no mencionar a Penny Pierce, a quien sólo había querido herir un poco. ¡Y los Havelock habían sido tan amables con él!… A la señora Havelock le gustaba Eddie, en parte porque percibía que el muchacho había superado la lujuria que en otro tiempo ella le provocaba. Se daba cuenta de que estaba encaprichado de otra, y no pasó mucho tiempo antes de que se lo preguntara directamente. Los Havelock sabían que Eddie no era un escritor lo bastante bueno como para haber imaginado aquellas escenas sexuales tan explícitas entre un joven y una mujer madura. Demasiados detalles eran exactos.