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Estaba a punto de cerrar el cajón sin tocar su contenido, cuando reparó en un objeto cuya utilidad era incluso más notable: el tirador roto del cajón inferior de la mesa, y sólo Harry sabía hasta qué punto se trataba de una herramienta útil. Encajaba perfectamente en las hendiduras que tenían las suelas de las zapatillas deportivas, y Harry la usaba para raspar caca de perro en caso de que la pisara. Sin embargo, era posible que el sustituto no se percatara del valor que tenía el tirador roto

Harry tomó uno de los bolígrafos, escribió una nota y la dejó en el cajón central antes de cerrarlo. NO ARREGLES EL CAJÓN INFERIOR, CONSERVA EL TIRADOR ROTO. EXCELENTE PARA QUITAR LA MIERDA DE PERRO DE LOS ZAPATOS. HARRY HOEKSTRA

Esta actividad le proporcionó el estímulo necesario para ordenar los tres cajones laterales, empezando por el de arriba. El primero contenía un discurso que escribió pero no llegó a pronunciar ante los miembros de la organización El Hilo Rojo, y se refería a la cuestión de las prostitutas menores de edad. Harry había aceptado a regañadientes la posición tomada por la organización de las prostitutas con respecto a la edad legal para ejercer el oficio. Querían rebajarla de los dieciocho años a los dieciséis

El discurso de Harry empezaba así: "A nadie le gusta la idea de que las menores se dediquen a la prostitución, pero a mí todavía me gusta menos la idea de que trabajen en lugares peligrosos. De todos modos, hay menores que acabarán siendo prostitutas. A muchos propietarios de burdeles no les importa que sus chicas sólo tengan dieciséis años. Lo importante es que esas jóvenes puedan beneficiarse de los mismos servicios sociales y sanitarios que las prostitutas mayores sin temor a que las entreguen a la policía"

No fue cobardía lo que impidió a Harry pronunciar su discurso, pues no hubiera sido la primera vez que contradecía la postura "oficial" de la policía. En realidad detestaba la idea de permitir que chicas de dieciséis años se dedicaran a la prostitución sólo porque no era posible evitarlo. En cuanto a aceptar el mundo real y a determinar con conocimiento de causa la manera de proporcionarle un poco más de seguridad, incluso un realista social como Harry Hoekstra habría admitido que ciertos temas le deprimían

No había pronunciado el discurso porque, a la larga, no habría representado ninguna ayuda práctica para las prostitutas menores de edad, de la misma manera que las reuniones de los jueves por la tarde destinadas a las prostitutas novatas no suponían ninguna ayuda práctica a la mayoría de ellas. Unas asistían a las reuniones y otras no. Estas últimas, con toda probabilidad, desconocían la existencia de tales reuniones, y de haberla conocido no les habría importado lo más mínimo

Harry pensó que tal vez el discurso tendría alguna utilidad práctica para el próximo policía que se sentara a su mesa, por lo que dejó el manuscrito donde estaba

Abrió el segundo cajón lateral y al principio le alarmó ver que estaba vacío. Se quedó mirándolo con la consternación de alguien a quien han robado en la comisaría, pero entonces recordó que el cajón siempre había estado vacío, por lo menos hasta donde alcanzaba su memoria. ¡La misma mesa era un testimonio de lo poco que el sargento Hoekstra la había usado! En realidad, la pretendida "tarea" de vaciarla se centraba por completo en el asunto sin concluir cuyo expediente, desde hacía ya cinco años, el sargento Hoekstra había conservado fielmente en el cajón inferior. En su opinión, era el único asunto policial que se interponía entre él y su jubilación

Puesto que el tirador del cajón inferior estaba roto y se había convertido en la herramienta elegida por Harry para extraer la caca de perro de sus zapatos, tuvo que usar un cortaplumas a modo de palanca para abrirlo. El expediente sobre la testigo del asesinato de Rooie Dolores era decepcionantemente delgado, lo cual contradecía la frecuencia y la atención con que el sargento Hoekstra lo había leído y releído

Harry sabía apreciar una trama complicada, pero tenía una preferencia arraigada por los relatos cronológicos. Descubrir al asesino antes de encontrar al testigo era una manera de narrar al revés. En un relato como Dios manda, encuentras primero al testigo

Quien buscaba a Ruth no era sólo un policía. Un lector anticuado se ocupaba de su caso

La hija de la prostituta

Rooie había empezado a trabajar como prostituta de escaparate en De Wallen durante el primer año de servicio policial de Harry en el barrio chino. La mujer tenía cinco años menos que él, aunque Harry sospechaba que le mentía acerca de su edad. En la primera habitación con escaparate que ocupó en el Oudekennissteeg (el mismo callejón donde años después se colgaría Vratna), Dolores de Ruiter aparentaba menos de dieciocho años. Pero ésa era su edad. Había dicho la verdad. Harry Hoekstra tenía veintitrés

Harry opinaba que Dolores la Roja no solía decir la verdad, o que decía sobre todo medias verdades

En sus días más atareados, Rooie había trabajado detrás del escaparate durante diez o doce horas seguidas. En ese lapso de tiempo podía atender hasta a quince clientes. Ganó suficiente dinero para comprarse una habitación de planta baja en la Bergstraat, que alquilaba durante unas horas a otra prostituta. Por entonces había aligerado su carga de trabajo, reduciéndola a tres días semanales y cinco horas por día. A pesar de esa reducción, podía tomarse unas vacaciones dos veces al año. Normalmente pasaba la Navidad en alguna estación de esquí, en los Alpes, y en abril o mayo viajaba a algún lugar cálido. Cierta vez pasó la Semana Santa en Roma. De Italia conocía también Florencia, y había estado en España, Portugal y el sur de Francia

Rooie tenía la costumbre de preguntarle a Harry Hoekstra adónde podría ir. Al fin y al cabo, él había leído innumerables libros de viajes. Aunque Harry nunca había estado en los lugares a los que ella quería ir, estaba informado acerca de todos los hoteles. Sabía que Rooie prefería alojarse en un entorno "moderadamente caro". También sabía que, si bien las vacaciones veraniegas eran importantes para ella, disfrutaba más en las estaciones de esquí, adonde iba por Navidad, y aunque cada invierno tomaba lecciones particulares de esquí, nunca pasaba del nivel de principiante. Cuando terminaba las lecciones, sólo practicaba el esquí a solas unas horas al día… y sólo hasta que conocía a alguien. Rooie siempre conocía a alguien

Le decía a Harry que era divertido conocer a hombres que ignoraban su condición de prostituta. En ocasiones se trataba de jóvenes acomodados que esquiaban con brío y organizaban fiestas todavía más briosas. Más a menudo eran hombres callados, incluso sombríos, cuya habilidad como esquiadores era mediana. A Rooie le gustaban en especial los padres divorciados que, un año sí y otro no, tenían que pasar las Navidades con sus hijos. (En general, los padres con hijos varones eran más fáciles de seducir que los padres con hijas.)

Siempre le había apenado ver a un padre y un hijo juntos en un restaurante. Con frecuencia no hablaban, o su conversación era forzada, normalmente acerca del esquí o la comida. Ella detectaba en los semblantes paternos una clase de soledad que era distinta pero, en cierto modo, similar a la soledad que reflejaban los rostros de sus compañeras de la Bergstraat