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– Ya, pero ¿qué me cuentas de la parte que va entre las copas y el se fue? ¿Qué pasó en ese rato?

– No pasó nada.

– Espera un momento -dijo Lula-. ¿Me estás diciendo que tenías a Ranger en el apartamento, los dos bebiendo vino, y no pasó nada? ¿Nada de jugueteo?

– Eso no tiene sentido -dijo Connie-. Cada vez que os encontráis en la oficina, te mira como si fueras el almuerzo. Tiene que haber alguna explicación. Tu abuela estaba presente, ¿verdad?

– Sólo estábamos nosotros dos. Ranger y yo solos.

– ¿Le desmotivaste? ¿Le pegaste o algo así? -preguntó Lula.

– Nada de eso. Estuvimos tan amigos -de un modo tenso e incómodo.

– Amigos -repitió Lula-. Ya.

– ¿Y a ti eso qué te parece? -preguntó Connie.

– No lo sé -dije-. Supongo que ser amigos está bien.

– Sí, sólo que estar desnudos y sudorosos estaría mejor -dijo Lula.

Todas nos quedamos pensándolo durante un momento.

Connie se abanicó con un bloc de notas.

– ¡Fuíu! -dijo-. Qué calentón.

Me resistí a mirar si los pezones se me habían puesto duros.

– ¿Ha llegado el informe de Evelyn?

Connie rebuscó entre la pila de carpetas que se amontonaban en su mesa y sacó una.

– Ha llegado esta misma mañana.

Me dio la carpeta y leí la primera página. Pasé a la segunda.

– No dice mucho -dijo Connie-. Evelyn siempre estuvo muy cerca de su casa. Incluso de pequeña.

Metí la carpeta en el bolso y miré a la cámara de vídeo.

– ¿Está Vinnie?

– Todavía no ha llegado. Probablemente tenga a Candy inflándole el ego -dijo Lula.

9

Qué Vida Ésta pic_10.jpg

CUANDO LLEGUÉ AL COCHE, volví a repasar el expediente de Evelyn. Algunos datos me parecieron indiscretos, pero estamos en la era de la información al alcance de todos. El expediente contenía informes bancarios y el historial médico. Nada de aquello me pareció de gran ayuda.

Unos golpecitos en la ventanilla del copiloto me distrajeron del informe. Era Morelli. Le abrí y se sentó a mi lado.

– ¿Resaca? -preguntó, aunque era más una afirmación que una pregunta.

– ¿Cómo lo sabes?

Señaló la bolsa de comida rápida.

– Coca-Cola y patatas fritas de McDonald's para desayunar. Círculos oscuros debajo de los ojos. Y un pelo infernal.

Me examiné el pelo en el retrovisor. Ay.

– Anoche me pasé con el vino.

Se quedó asimilándolo. No dijimos nada durante unos segundos. Yo no quería contarle nada más. El no preguntó.

Miró el expediente que llevaba en la mano.

– ¿Te vas acercando a Evelyn?

– He hecho algunos progresos.

– ¿Te has enterado de lo del bar de Soder?

– Ahora vengo de allí -dije-. Tenía mala pinta. Afortunadamente no había nadie en el edificio.

– Sí, pero, de momento, no sabemos dónde está Soder. Su chica dice que no volvió a casa.

– ¿Crees que podía estar en el bar cuando empezó el incendio?

– Los chicos están revisándolo todo. Tienen que esperar a que se enfríe el edificio. Hasta el momento no hay ni rastro de él. He pensado que te gustaría saberlo -Morelli tenía la mano en la manilla de la puerta-. Ya te diré si le encontramos.

– Espera un minuto. Tengo que hacerte una pregunta teórica. Imagínate que estuvieras viendo la televisión conmigo. Y que yo me tomara un par de vinos y me quedara dormida. ¿Intentarías hacerme el amor de todas formas? ¿Harías una pequeña exploración mientras estuviera dormida?

– ¿Qué estábamos viendo? ¿La final?

– Ya te puedes ir -dije.

Morelli sonrió y salió del coche.

Marqué el número de Dotty en mi móvil. Estaba deseando contarle las noticias sobre el bar y la desaparición de Soder. El teléfono sonó varias veces y saltó el contestador. Le dejé un mensaje para que me devolviera la llamada y lo intenté en el número del trabajo. Allí me salió su buzón de voz. Dotty estaba de vacaciones y volvería dentro de dos semanas.

El mensaje del buzón de voz me produjo una extraña reacción en el estómago. Busqué un nombre para aquella reacción y el único que se le aproximaba era el de inquietud.

En menos de una hora estaba delante de la casa de Dotty. No se veía ni rastro de Jeanne Ellen. Y en la vivienda no había ni rastro de vida. Ni coche en la entrada. Ni puertas ni ventanas abiertas. No tiene nada de raro, me dije a mí misma. Los niños deberían estar en el colegio y en la guardería a esas horas. Y Dotty probablemente habría ido a hacer la compra.

Me acerqué a la puerta y llamé al timbre. No hubo respuesta. Miré por la ventana de la fachada. La casa parecía serena. No había ni una luz encendida. La televisión no emitía su alboroto. No había niños corriendo. Aquella rara sensación volvió a apoderarse de mi estómago. Algo iba mal. Rodeé la casa y miré por la ventana de atrás. La cocina estaba limpia. No había restos de desayuno. No había cuencos en el fregadero. Ni cajas de cereales abandonadas. Intenté girar el pomo de la puerta. Cerrada. Llamé con los nudillos. No obtuve respuesta. Y de repente me di cuenta: no estaba el perro. Tendría que estar correteando por ahí, ladrándole a la puerta. La casa era de una sola planta. La rodeé por completo mirando por todas las ventanas. El perro no estaba.

Bueno, o sea, que está paseando al perro. O a lo mejor se lo ha llevado al veterinario. Probé con las dos vecinas más próximas a Dotty. Ninguna de ellas sabía qué había sido de Dotty y el perro. Ambas habían notado su ausencia aquella mañana. Había un consenso general en que Dotty y su familia habían dejado la casa durante la noche.

Ni Dotty. Ni el perro. Ni Jeanne Ellen. Ahora tenía otro nombre para la sensación del estómago: pánico; miedo. Y un poco de náuseas, por la resaca.

Volví al coche y me quedé un rato delante de la casa, intentando asimilar todo aquello. En un momento dado miré el reloj y me di cuenta de que había pasado una hora. Me imagino que tenía la esperanza de que Dotty regresara. Y me imagino que sabía que no iba a ocurrir.

Cuando tenía nueve años convencí a mi madre de que me dejara comprar un periquito. Mientras volvía de la tienda de animales a casa, no sé cómo, la jaula se abrió y el pájaro escapó volando. Esto me producía la misma sensación. Tenía la impresión de haber dejado la jaula abierta.

Puse el coche en marcha y volví al Burg. Me encaminé directamente a la casa de los padres de Dotty. La señora Palowski me abrió la puerta y el perro de Dotty salió corriendo de la cocina sin dejar de ladrar.

Le dediqué a la señora Palowski la mayor y más falsa de mis sonrisas.

– Hola -dije-. Estoy buscando a Dotty.

– Ya no está -dijo la señora Palowski-. Se pasó esta mañana temprano a dejarnos a Scotty. Vamos a ocuparnos de él mientras está de vacaciones con los niños.

– Necesito hablar con ella urgentemente -dije-. ¿Tiene usted un número de teléfono en el que la pueda localizar?

– Pues no. Me ha dicho que se iba al campo con una amiga. A una cabaña perdida en el bosque. Aunque quedó en que ella se pondría en contacto conmigo. Podría darle un mensaje.

Le di mi tarjeta a la señora Palowski.

– Dígale a Dotty que tengo que darle una información muy importante. Y pídale que me llame.

– No estará metida en algún lío, ¿verdad? -preguntó la señora Palowski.

– No. Se trata de una de sus amigas.

– Es Evelyn, ¿no es cierto? He oído que Evelyn y Annie han desaparecido. Qué pena. Evelyn y Dotty eran tan buenas amigas…

– ¿Siguen viéndose todavía?

– Hace años que no. Evelyn se aisló mucho después de casarse. Creo que Steven le ponía muy difícil tener amigas.

Le di las gracias a la señora Palowski por su interés y regresé al coche. Repasé el informe de Evelyn. No se mencionaba ninguna cabaña escondida en el bosque.