Изменить стиль страницы

Lula y yo gritamos «no» al mismo tiempo.

– No es buena idea -dije-. Nosotras no cuidamos niños. La verdad es que no sabemos nada de niños -miré a Lula-. ¿Tú sabes algo de niños?

Lula sacudió la cabeza con energía.

– No sé nada de niños. Y tampoco quiero saber nada de niños.

– Si no le llevo esta comida a Evelyn, va a salir a comprarla ella misma. Si la reconocen tendrá que buscar otro escondite.

– Evelyn y Annie no pueden pasarse toda la vida escondidas -dije.

– Ya lo sé. Estoy intentando arreglar las cosas.

– ¿Hablando con Soder?

La sorpresa se reflejó con claridad en su cara.

– Tú también me has estado vigilando.

– Soder no parecía muy feliz. ¿De qué discutíais?

– No te lo puedo decir. Y tengo que irme. Por favor, dejad que me vaya.

– Quiero hablar con Evelyn por teléfono. Necesito saber que está bien. Si puedo hablar con ella por teléfono dejaré que te vayas. Y Lula y yo nos quedaremos de canguros.

– Alto ahí -dijo Lula-. A mí no me convence ese trato. Los crios me aterran.

– De acuerdo -dijo Dotty-. No creo que pase nada malo por que hables con Evelyn.

Fue al salón y marcó el número. Mantuvieron una breve conversación y Dotty regresó y me pasó el teléfono.

– Tu abuela está preocupada -dije a Evelyn-. Está preocupada por ti y por Annie.

– Dile que estamos bien. Y, por favor, deja de buscarnos. Lo único que haces es complicar más las cosas.

– No es por mí por quien tienes que preocuparte. Steven ha contratado a una investigadora privada que es muy buena.

– Ya me lo ha dicho Dotty.

– Me gustaría hablar contigo.

– No puedo. Primero tengo que arreglar las cosas.

– ¿Qué cosas?

– No puedo hablar de eso -y colgó.

Le di a Dotty las llaves de mi coche.

– Estate muy atenta a Jeanne Ellen. No dejes de mirar el retrovisor por si te sigue.

Dotty agarró la bolsa de la compra.

– No dejes que Scotty beba del retrete -dijo, y se marchó.

El niño estaba de pie en medio de la cocina, mirándonos a Lula y a mí como si no hubiera visto a un ser humano en su vida.

– ¿Tú crees que éste será Scotty? -preguntó Lula.

Una niña apareció en el pasillo que conducía a las habitaciones.

– Scotty es el perro -dijo-. Mi hermano se llama Oliver. ¿Y vosotras quiénes sois?

– Somos las canguros -dijo Lula.

8

Qué Vida Ésta pic_9.jpg

DÓNDE ESTÁ Bonnie? -preguntó la niña-. A Oliver y a mí siempre nos cuida Bonnie.

– Bonnie nos ha dado plantón -dijo Lula-. Por eso estamos nosotras.

– No quiero que seas mi canguro. Estás gorda.

– No estoy gorda. Soy una mujer con sustancia. Y será mejor que tengas cuidado con lo que dices, porque si dices cosas de ésas en primer grado, te echarán del colegio de una patada en el culo. Estoy segura de que en primero no consienten esa clase de lenguaje.

– Le voy a decir a mi madre que has dicho «culo». Cuando sepa que has dicho «culo» no te pagará. Y nunca más te llamará para que nos cuides.

– ¡Qué desgracia tan grande! -dijo Lula.

– Esta es Lula. Y yo soy Stephanie -dije a la niña-. ¿Tú cómo te llamas?

– Me llamo Amanda y tengo siete años. Y no me gustáis ninguna de las dos.

– Va a ser una maravilla cuando llegue a la edad de tener el síndrome premenstrual -dijo Lula.

– Tu mamá no tardará mucho -dije a Amanda-. ¿Qué te parece si ponemos la televisión?

– A Oliver no le gustaría -dijo Amanda.

– Oliver -dije-, ¿quieres ver la televisión?

Oliver sacudió la cabeza.

– No -gritó-. ¡No, no, no!

Y se puso a llorar. A pleno pulmón.

– Ahora sí que la has armado buena -dijo Lula-. ¿Por qué grita? Tía, no puedo oír ni mis pensamientos. Que alguien le calle.

Me agaché junto a él.

– Oye, chicarrón. ¿Qué te pasa?

– ¡No, no, no! -gritó con la cara roja como un ladrillo y contraída por la ira.

– Si sigue frunciendo el ceño de esa manera tendrán que ponerle Botox.

Le palpé la zona del pañal. No parecía húmeda. No tenía ninguna cuchara metida por la nariz. Ninguna extremidad parecía haber sido amputada.

– No sé qué le pasa -dije-. Yo sólo entiendo de hámsters.

– Pues a mí no me mires -dijo Lula-. Yo no tengo ni idea de niños. Nunca fui niña. Nací en un antro de consumo de crack. En mi barrio la opción de ser niño ni siquiera se tenía en cuenta.

– Tiene hambre -dijo Amanda-. Va a seguir llorando así hasta que le deis algo de comer.

Encontré una caja de galletas en un armario y le ofrecí una a Oliver.

– No -gritó, y le dio un manotazo a la galleta.

Un perro de aspecto cochambroso salió disparado desde el pasillo y se zampó la galleta antes de que tocara el suelo.

– Oliver no quiere comer galletas -dijo Amanda.

Lula se tapó las orejas con las manos.

– Si no deja de aullar me voy a quedar sorda. Me está levantando dolor de cabeza.

Saqué una botella de zumo de la nevera.

– ¿Quieres de esto? -pregunté.

– ¡No!

Lo intenté con un helado.

– ¡No!

– ¿Qué te parecería una pierna de cordero? -preguntó Lula-. Yo me comería una pierna de cordero.

A estas alturas, Oliver estaba tirado en el suelo boca arriba, pataleando sobre las baldosas.

– ¡No, no, no!

– Esto sí que es un berrinche en toda regla -dijo Lula-. Este crío necesita un poco de disciplina.

– Le voy a decir a mi madre que habéis hecho llorar a Oliver -amenazó Amanda.

– Oye, no me agobies -contesté-. Hago lo que puedo. Tú eres su hermana. Podrías ayudarme.

– Quiere un sandwich de queso a la plancha -replicó Amanda-. Es su comida favorita.

– Menos mal que no quería una pierna de cordero -dijo Lula-. No habríamos sabido cómo cocinarla.

Encontré una sartén, mantequilla y queso, y me puse a tostar el sandwich. Oliver seguía desgañitándose a pleno pulmón y ahora se le había añadido el perro, que aullaba dando vueltas alrededor de él.

El timbre de la puerta sonó y pensé que, con la suerte que estaba teniendo, probablemente sería Jeanne Ellen. Dejé que Lula se encargara del sandwich de queso y fui a abrir. Me equivocaba en cuanto a que fuera Jeanne Ellen, pero no respecto a mi suerte. Era Steven Soder.

– ¿Qué demonios es esto? -dijo-. ¿Qué estás haciendo tú aquí?

– De visita.

– ¿Dónde está Dotty? Tengo que hablar con ella.

– ¡Eh! -gritó Lula desde la cocina-. Necesito una opinión autorizada sobre este sandwich.

– ¿Quién es ésa? -quiso saber Soder-. No parece la voz de Dotty. Más bien parece la de la gorda que me atizó con el bolso.

– En este momento estamos ocupadas -dije-. Quizá podrías volver más tarde.

Pasó por mi lado flexionando sus músculos y entró en la cocina.

– ¡Tú! -gritó a Lula-. Te voy a matar.

– No hables así delante de la n-i-ñ-a -dijo Lula-. No se debe usar esa clase de lenguaje violento. Cuando llegan a la adolescencia les remueve un montón de mierda por dentro.

– No soy estúpida -dijo Amanda-. Sé deletrear. Y le voy a contar a mi madre que has dicho «mierda».

– Todo el mundo dice «mierda» -contestó Lula, y me miró a mí-. ¿Verdad que todo el mundo dice «mierda»? ¿Qué tiene de malo decir «mierda»?

El sandwich de queso fundido de la sartén tenía una pinta estupenda, así que lo saqué con una espátula, lo puse en un plato y se lo pasé a Oliver. El perro dejó de correr en círculos, robó el sandwich del plato y se lo comió de un bocado. Y Oliver volvió a su berrinche.

– Oliver tiene que comer en la mesa -dijo Amanda.

– En esta casa hay que recordar un montón de cosas -protestó Lula.

– Quiero hablar con Dotty -dijo Soder.

– Dotty no está aquí -grité por encima del llanto de Oliver-. Habla conmigo.

– Ni lo sueñes -respondió-. Y, por los clavos de Cristo, que alguien haga callar a ese crío.