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– ¿El señor Molucas?

– Sí.

Al llegar a mi altura me tendió la mano:

– Enric Robellades. Éste es mi hijo Francesc; colabora conmigo.

Bueno: tenía al menos dos hijos, Enric debía de ser mayor.

– Mi esposa: Gloria.

Lady First también ofreció su mano a los dos musitando una fórmula de cortesía. Procuré no dejar silencio. Señalé el paso hacia el salón y los invité a entrar.

– Siéntense, por favor, ¿quieren tomar algo?, ¿una copa, un café, un zumo?

»Gloria, ¿tenemos zumos?

– Sí, creo que sí.

– Acabamos de tomar un café en el bar de abajo, gracias.

El padre llevaba la voz cantante. Supuse que mientras él, más experto, obtenía información directa y nos entretenía hablando, el hijo era el encargado de fijarse en los detalles del entorno, cosa que empezó a hacer desde el principio remirando el salón entero. Seguían los dos de pie, sin acabar de decidirse por ningún asiento concreto. Me dejé caer en el sofá para facilitarles la elección y ellos se instalaron uno en cada uno de los sillones individuales de cuero. Miré a Lady First y le señalé el asiento junto a mí tocándolo repetidamente con la palma abierta. Ella se detuvo un momento en el mueble bar:

– Les importa que yo sí tome una copa.

– Por favor… -dijo Robellades Padre.

Por un momento temí que Lady First estropeara el número y traté de echar un capote:

– Te conviene, cariño. Un coñac te sentará bien. O mejor aún: un whisky, ¿hay whisky?»Estamos un poco nerviosos, en fin, todo esto resulta excepcional para nosotros.

– Es comprensible, desde luego.

– Pues sí, mi esposa y su hermana estaban muy unidas…, están muy unidas. Ella vive sola, y tememos que le haya ocurrido algo. Pero no hemos querido avisar a la policía por no preocupar a sus padres. No saben nada, y no quisiéramos alarmarlos sin necesidad.

– Sin… ¿necesidad?

Dale cuerda al mentiroso y él mismo se ahorcará. Era un tipo listo, no había más que mirarlo para darse cuenta. Ahora que pude fijarme en su cara consideré sus mejillas gruesas y caídas, ensombrecidas por la huella de una barba muy cerrada, la nariz pequeña con la punta enrojecida por venillas enredadas, los ojos azules, algo porcinos y e traordinariamente brillantes, como encharcados en agua. Por un momento me sentí como un personaje secundario en un relato de serie negra. Alguien en algún lugar debe de estar escribiendo la historia de Enric Robellades, detective privado, contratando con una joven pareja de clase alta con pinta de mentir en la mitad de lo que decía.

Pero no me arredré:

– Quiero decir que…, en fin, mi cuñada es una mujer joven y…, bueno, quizá todo esto no es más que un episo romántico al que le estamos dando demasiada importancia…, ¿me explico?

Lady First llegó con su vaso y se sentó a mi lado. hizo bien, es decir, no mantuvo la distancia apropiada con su cuñado tarambana sino que se sentó muy cerca mí, como haciendo equipo conmigo.

– Se explica perfectamente. Sin embargo ha recurrido a nosotros…

– Bueno, hay algunos detalles que nos extrañan. Es raro que haya desaparecido sin llamar, ni siquiera a la oficina donde trabaja. Por otra parte tiene la suficiente confianza con su hermana para hablarle de sus relaciones… En fin, desaparición nos parece lo bastante extraña como para acudir a un detective privado pero no tanto como para tener en estado de excepción a toda la familia.

– Ya comprendo. ¿Se había ausentado sin avisar alguna otra vez?

– Pues que yo sepa…

»Cariño: ¿qué dices?

Lady First entró en el juego correctamente:

– No. Bueno, durante un tiempo perdimos el contacto pero desde hace cosa de dos años nos vemos a menudoy no, nunca… Solemos llamarnos casi a diario; nos vemos, vamos de compras…

– Bueno, yo podría preguntarles si tienen alguna idea de por qué, o con quién, puede haberse marchado, pero supongo que si ustedes supieran algo me lo habrían dicho ya, ¿no me comprenden?, así que si les parece pueden darme sus datos personales y trataremos de completar una primera fase de investigación. Esto vienen a ser un par de días. Si para entonces no hemos encontrado una pista clara tendríamos que iniciar una fase más… intensa, ¿no me comprenden? Nuestros honorarios son de veinte mil pesetas diarias, gastos extraordinarios aparte: viajes, etcétera; pero les avisaríamos antes de apuntar ningún extra en la minuta.

Ahora que se había lanzado a hablar se había puesto de manifiesto, además de lo marcado del acento, su muletilla preferida y la costumbre de sonreír al soltarla o al terminar una frase en tono confidencial, como buscando la complicidad del interlocutor. El gesto dejaba frecuentemente a la vista un diente de oro en el maxilar superior derecho, y me pregunté cómo demonios un detective se permitía exhibir tics tan característicos.

– Me parece razonable. Si en un par de días no sabemos nada, creo que será el momento de avisar a la policía. Entretanto, por favor, no quisiéramos que nadie supiera que están ustedes buscándola por encargo. Este punto es fundamental.

– Por eso no se preocupe que no solemos hacer ruido, ¿no me comprende? En cuanto a lo que ustedes decidan hacer después, es cosa suya: podemos seguir la investigación o retirarnos en ese punto y aquí no ha pasado nada… Eso, es claro, sin contar con que encontremos algo que estemos obligados a denunciar a la policía -denunsiart a la.pollisia-, ¿no me comprende?, estamos sometidos a ciertas… normas legales.

»Aviam: Francesc, ves prenent nota, si us plan.

»Vamos a ver: ¿el nombre completo de la desaparecida?

Robellades júnior sacó del bolsillo de la americana bloc y un bolígrafo y yo deseé con todas mis fuerzas que Lady First se acordara del segundo apellido de su amiga. Se acordó: Miranda: Eulalia Robles Miranda; no sólo apellido sino de la dirección, la edad, el lugar y puesto trabajo -pero esto era fácil-. El hijo tomó nota de los datos mientras el padre los solicitaba y al final, por supuesto, pidió una foto. Lady First dejó descansar su vaso ratito y se fue por la puerta del pasillo a por ella. Robellades padre inició entonces la puesta en pie desde el butacón, tarea que no le resultó del todo fácil.

– Bueno, señor Molucas, esto ya está visto…

El hijo se levantó también, y yo tras ellos.

– Hoy es viernes; vamos a ver…, sábado, domingo…, lunes por la mañana estaremos en condiciones de presentarle un primer informe. ¿Le parece que le llame el mismo lunes para concretar la hora?

– Muy bien: esperaremos su llamada.

– Y no se preocupe, eh, mire, en nuestra profesión casos como éste son frecuentes y casi siempre terminan nada más que en el susto, ¿no me comprende?, nada de lo que haya que preocuparse.

Hacía molinetes con las manos, como para disolver gravedad del caso. Ahora había abandonado la prudencia del primer momento y se mostraba abierto, relajado, punto condescendiente. El hijo se resentía en cambio una gravedad excesiva, quizá a causa de su posición secundaria.

Llegó Lady First con la foto. Se acercó a Robellades, preguntó si le parecía lo suficientemente buena. Alcancé a verla del revés. Llamaba la atención el cabello cobrizo, tan perfecto que no podía ser más que teñido.

– Buena foto, sí…, se ve perfectamente la cara. Una mujer muy guapa. Muy guapa, sí… En eso sobre todo se parece mucho a usted…, si su marido me lo permite.

Soltó una risita y se volvió hacia mí enseñando el diente de oro. Yo concedí inclinando un poco la cabeza, como si agradeciera el cumplido en nombre de Lady First. Después cruzamos apretones de manos, los acompañé a la puerta y esperé allí a que se metieran en el ascensor.

Cuando volví al salón, Lady First se había servido ya otro güisqui y trataba de alcanzar el estante donde había quedado su foto de boda tumbada boca abajo. Me serví yo también un chupito de güisqui largo en mi vaso, considerando el significado que pudiera tener esa premura en restituir el retrato a su posición. Después nos quedamos los dos en silencio, ella en el sofá, yo de pie junto al mueble bar.