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Siguió yendo al trabajo y después, el 27 de Octubre, vino la revolución de Odría y le dijeron ¿tampoco ahora te vas a esconder?, y él tampoco. La primera semana de noviembre, una tarde al salir de la fábrica, un tipo se le acercó, ¿usted es Trinidad López?, en ese carro lo espera su primo. El se echó a correr porque no tenía primos, pero lo alcanzaron. En la Prefectura querían que denunciara los planes terroristas de la secta, y él ¿qué planes, cuál secta?, y dijera dónde y quiénes editaban "La Tribuna” clandestina. Ahí le volaron ese par de dientes, y Amalia ¿cuáles?, y él ¿cómo cuales?, y ella si tienes todos los dientes completitos, y él se había puesto postizos y no se notaban. Estuvo preso ocho meses, la Prefectura, la Penitenciaría, el Frontón, y cuando lo soltaron había perdido diez kilos. Estuvo tres meses de vago antes de entrar a la textil de la avenida Argentina. Ahora le iba bien, ya era especializado. La noche que lo llevaron a la Comisaría por lo de la embajada de Colombia pensó me fregué de nuevo, pero le creyeron que había sido cosa de borrachera y lo dejaron libre al día siguiente. Ahora tenía que cuidarse de dos cosas, Amalia: de la política, porque lo tenían fichado, y de las mujeres, unas cascabeles de picadura mortal, a ésas las tenía fichadas él. ¿En serio?, le dijo Amalia, y él pero apareciste y caí de nuevo, en la casa nadie sabía que tú tenías tus cosas con Amalia, dice Santiago, ni mis hermanos ni los viejos, y Trinidad a besarla, y ella suéltame, mano larga, y Ambrosio no sabían porque las teníamos a escondidas, niño, y Trinidad te quiero, pégate, que te sienta, y Santiago ¿por qué a escondidas?

Amalia se quedó tan asustada al saber que Trinidad había estado en la cárcel y que podían meterlo preso de nuevo, que ni se lo contó a Gertrudis. Pero pronto descubrió que a Trinidad le interesaba el deporte más que la política, y del deporte el fútbol, y del fútbol el equipo de "Municipal". La arrastraba al Estadio tempranito para pescar buen sitio, en el partido se ponía ronco de tanto gritar, decía lisuras si le metían un gol al flaco Suárez. Trinidad había jugado por el juvenil de "Municipal" cuando trabajaba en Vitarte, y ahora había formado un cuadrito en la textil de la avenida Argentina, y todos los sábados en la tarde tenía partido. Tú y los deportes son mi vicio, le decía a Amalia, y ella ha de ser cierto, toma poco y no parecía mujeriego. Además del fútbol, le gustaba el box, el cachascán. La llevaba al Luna Park y le explicaba ese pintón que sube al ring con capa de torero es el español Vicente García, y que le hacía barra al Yanqui no porque fuera bueno sino porque al menos era peruano. A Amalia le gustaba el Peta, tan elegante, estaba luchando y de repente le decía al réferi alto y se peinaba la montaña, y odiaba al Toro, que ganaba metiendo los dedos a los ojos y tirando tacles al estómago. Pero en el Luna Park casi no se veían mujeres, había borrachos atrevidos y en las tribunas se armaban peleas peores que en el ring. Te doy gusto con el fútbol pero basta de deporte, le decía a Trinidad, llévame más bien al cine. Lo que tú digas, amorcito, pero siempre andaba con mañas para ir al Luna Park. Le enseñaba el aviso del cachascán de "La Crónica", se ponía a hablar de llaves y contrasuelazos, esta noche se quita el antifaz el Médico si le gana al Mongol ¿no crees que eso estaría de candela? No creo, le decía Amalia, será como siempre nomás. Pero ya estaba encariñada con él y a veces bueno, esta noche al Luna Park, y él feliz.

Un domingo estaban comiendo un apanado después del cachascán y Amalia vio que Trinidad la miraba raro: ¿qué te pasa? Déjala a tu tía, que se viniera con él. Se hizo la enojada, discutieron, me porfió tanto que al final me convenció, le contó después Amalia a Gertrudis Lama. Se fueron donde Trinidad, a Mirones, y esa noche tuvieron la gran pelea. Estuvo muy cariñoso al principio, besándola y abrazándola, diciéndole amorcito con una voz de moribundo, pero al amanecer lo vio pálido, ojeroso, despeinado, la boca temblándole: ahora cuéntame cuántos pasaron ya por aquí. Amalia sólo uno (tonta, requetetonta le dijo Gertrudis Lama), sólo el chofer de la casa en que trabajé, nadie más la había tocado, y Ambrosio: para que no los chaparan sus papás, pues, niño ¿acaso les hubiera gustado? Trinidad comenzó a insultarla y a insultarse por haberla respetado, y de un manotazo la aventó al suelo. Alguien tocó y abrió la puerta, Amalia vio a un viejo que decía Trinidad qué pasa, y Trinidad también lo insultó y ella se vistió y salió corriendo. Esa mañana en el laboratorio las pastillas se le escapaban de los dedos y apenas podía hablar de la pena que sentía. Los hombres tienen su orgullo, le dijo Gertrudis, quién te mandó contarle, debiste negarle, tonta, negarle. Pero te perdonará, la consoló, volverá a buscarte, y ella lo odio, ni muerta se amistaría, y Ambrosio pero después se habían peleado, niño, Amalia se fue por su lado y hasta tuvo sus amores por ahí, y Santiago claro, con un aprista, y Ambrosio sólo mucho después y de casualidad se habían visto de nuevo. Esa tarde, al regresar a Limoncillo, su tía la llamó mala y desconsiderada, no le creyó que había dormido donde una amiga, serás una perdida y la próxima vez que faltara a dormir te botaré. Pasó unos días sin apetito y abatida, unas noches desveladas que no amanecían nunca, y una tarde al salir del laboratorio vio a Trinidad en el paradero.

Subió con ella, y Amalia no lo miraba pero sentía calor oyéndolo hablar. Bruta, pensaba, lo quieres. Él le pedía perdón y ella nunca te voy a perdonar, todavía que le había dado gusto yendo a su casa, y él olvidemos el pasado, amorcito, no seas soberbia. En Limoncillo quiso abrazarla y ella lo empujó y amenazó con la policía. Hablaron, forcejearon, Amalia se ablandó y en la esquinita de siempre él, suspirando, me emborraché todas las noches desde esa noche, Amalia, el amor había sido más fuerte que el orgullo, Amalia. Sacó sus cosas a escondidas de su tía, llegaron a Mirones al anochecer, de la mano. En el callejón, Amalia vio al viejo que se había metido al cuarto y Trinidad le presentó a Amalia: mi compañera, don Atanasio. Esa misma noche quiso que Amalia dejara el trabajo: ¿acaso estaba manco, acaso no podía ganar para los dos? Ella le cocinaría, le lavaría la ropa y después cuidaría a los hijos. Te felicito, le dijo a Amalia el ingeniero Carrillo, le diré a don Fermín que te vas a casar. Gertrudis la abrazó con los ojos aguados, me da pena que te vayas pero me alegro por ti. ¿Y cómo sabía que ése con el que vivió Amalia era aprista, niño? Te tendrá bien, le pronosticó Gertrudis, no te engañará. Porque Amalia había ido a la casa dos veces a pedirle al viejo que sacara al aprista de la cárcel, Ambrosio.

Trinidad era chistoso, cariñoso, Amalia pensaba lo que me dijo Gertrudis se está cumpliendo. Con sólo lo que él ganaba ya no podían ir las dos al Estadio así que Trinidad iba solo, pero el domingo en la noche salían juntos al cine. Amalia se hizo amiga de la señora Rosario, una lavandera con muchos hijos que vivía en el callejón y era buenísima. La ayudaba a hacer los atados, y a veces venía a conversar con ellas don Atanasio, vendedor de loterías, borrachito y conocedor de la vida y milagros de la vecindad. Trinidad volvía a Mirones a eso de las siete, ella le tenía la comida lista, un día creo que ando encinta, amor. Me echaste la soga al cuello y ahora me clavas la puntilla, decía Trinidad, ojalá sea hombre, van a creer que es tu hermano, qué mamacita tan joven tendrá. Esos meses, pensaría Amalia después, fueron los mejores de la vida.

Siempre recordaría las películas que vieron y los paseos que dieron por el centro y por los balnearios, las veces que comieron chicharrones en el Rímac, y la Fiesta de Amancaes a la que fueron con la señora Rosario. Pronto habrá aumento, decía Trinidad, nos caerá bien, y Ambrosio el textil ése también se murió: ¿se había muerto, ah sí? Sí, medio loco, Amalia creía que de unas palizas que le habían dado en tiempo de Odría.