Изменить стиль страницы

Carlitos se sentía incómodo, Ana lo miraba con desconfianza y los temas de conversación morían apenas nacían. Desde entonces Carlitos no había vuelto a la casa. Piensa: juro que iré a verte.

El mundo era chico, pero Lima grande y Miraflores infinito, Zavalita: seis, ocho meses viviendo en el mismo barrio sin encontrarse con los viejos ni el Chispas ni la Teté. Una noche en la redacción, Santiago terminaba una crónica cuando le tocaron el hombro: hola, pecoso. Salieron a tomar un café a la Colmena.

– La Teté y yo nos casamos el sábado, flaco -dijo Popeye-. He venido a verte por eso.

– Ya sabía, lo leí en el periódico -dijo Santiago-. Felicidades, pecoso.

– La Teté quiere que seas su testigo en el civil -dijo Popeye-. ¿Le vas a decir que sí, no es cierto? Y Ana y tú tienen que venir al matrimonio.

– Tú te acuerdas de esa escenita en la casa -dijo Santiago-. Supongo que sabes que no he visto a la familia desde entonces.

– Ya está todo arreglado, ya convencimos a tu vieja -la cara rojiza de Popeye se encendió en una sonrisa optimista y fraternal-. También ella quiere que vengan. Y tu viejo, ni se diga. Todos quieren verlos y amistarse de una vez. La van a tratar a Ana con el mayor cariño, verás.

Ya la habían perdonado, Zavalita. El viejo se habría lamentado cada día de esos meses por lo que no venía el flaco, por lo enojado y resentido que estarías, y habría reñido y responsabilizado cien veces a la mamá, y algunas noches habría venido a apostarse en el auto en la avenida Tacna para verte salir de “La Crónica”.

Habrían hablado, discutido y la mamá llorado hasta que se acostumbraron a la idea de que estabas casado y con quien. Piensa: hasta que nos, te perdonaron, Anita. Le perdonamos que engatuzara y se robara al flaco, le perdonamos que sea cholita: que viniera.

– Hazlo por la Teté y sobre todo por tu viejo -insistía Popeye-. Tú sabes cómo te quiere, flaco. Y hasta el Chispas, hombre. Esta misma tarde me dijo que el supersabio se deje de mariconadas y venga.

– Encantado de ser testigo de la Teté, pecoso.

– También te había perdonado el Chispas, Anita, gracias, Chispas-. Tienes que avisarme qué debo firmar, dónde.

– Y espero que a nuestra casa vendrán siempre ¿no? -dijo Popeye-. Con nosotros no tienes por qué enojarte, ni la Teté ni yo te hicimos nada ¿no? A nosotros Ana nos parece simpatiquísima.

– Pero al matrimonio no vamos a ir, pecoso -dijo Santiago-. No estoy enojado con los viejos ni con el Chispas. Simplemente no quiero otra escenita como ésa.

– No seas terco, hombre -dijo Popeye-. Tu vieja tiene sus prejuicios como todo el mundo, pero en el fondo es buenísima gente. Dale ese gusto a la Teté, flaco, vengan al matrimonio.

Popeye había dejado ya la empresa en la que trabajó al recibirse, la compañía que habían formado con tres compañeros andaba más o menos, flaco, tenían algunos clientes ya. Pero estaba muy ocupado no tanto por la arquitectura, ni siquiera por la novia -te había dado un codazo jovial, Zavalita-, sino por la política: ¿qué manera de quitar tiempo, no flaco?

– ¿La política? -dijo Santiago, pestañeando-. ¿Estás metido en política, pecoso?

– Belaúnde para todo el mundo -se rió Popeye, mostrando una insignia en el ojal de su saco-. ¿No sabías? Hasta estoy en el Comité Departamental de Acción Popular. Ni que no leyeras los periódicos.

– No leo nunca las noticias políticas -dijo Santiago-. No sabía nada.

– Belaúnde fue mi profesor en la Facultad -dijo Popeye-. En las próximas elecciones barreremos. Es un tipo formidable, hermano.

– ¿Y qué dice tu padre? -sonrió Santiago-. ¿él sigue siendo senador odriísta, no?

– Somos una familia democrática -se rió Popeye-. A veces discutimos con el viejo, pero como amigos. ¿Tú no simpatizas con Belaúnde? Ya has visto que nos acusan de izquierdistas, aunque sea por eso deberías estar con el arquitecto. ¿O sigues siendo comunista?

– Ya no -dijo Santiago-. No soy nada ni quiero saber nada de política. Me aburre.

– Mal hecho, flaco -lo riñó Popeye, cordialmente-. Si todos pensaran así, este país no cambiaría nunca.

Esa noche, en la quinta de los duendes, mientras Santiago le contaba, Ana había escuchado muy atentamente, los ojos chispeando de curiosidad: por supuesto que no irían al matrimonio, Anita. Ella por supuesto que no. pero él debería ir, amor, era tu hermana.

Además dirían Ana no lo dejó ir, la odiarían más, tenía que ir. A la mañana siguiente, cuando Santiago estaba aún en cama se presentó la Teté en la quinta de los duendes: la cabeza con ruleros que asomaban bajo el pañuelo de seda blanca espigada y en pantalones y contenta. Parecía que te hubiera estado viendo cada día, Zavalita: se moría de risa viéndote encender la hornilla para calentar el desayuno, examinaba con lupa los dos cuartitos, hurgaba los libros, hasta jaló la cadena del excusado para ver cómo funcionaba. Todo le gustaba: la quinta parecía de muñecas, las casas coloraditas tan igualitas, todo tan chiquito, tan bonito.

– Deja de revolver las cosas que tu cuñada se va a enojar conmigo -dijo Santiago-. Siéntate y conversa un poco.

La Teté se sentó en el pequeño estante de libros, pero siguió observando el contorno con voracidad. ¿Si estaba enamorada de Popeye? Claro, idiota, ¿se te ocurría que si no se casaría con él? Vivirían con los papás de Popeye un tiempito, hasta que terminaran el edificio en el que los papás del pecoso les habían regalado un departamento. ¿La luna de miel? Irían primero a México y después a Estados Unidos.

– Espero que me mandes postales -dijo Santiago-. Me paso la vida soñando con viajar y hasta ahora sólo he llegado a Ica.

– Ni siquiera la llamaste a la mamá en su cumpleaños, la hiciste llorar a mares -dijo la Teté-. Pero supongo que el domingo vas a venir a la casa con Ana.

– Conténtate con que sea tu testigo -dijo Santiago-. No vamos a ir ni a la iglesia ni a la casa.

– Déjate de idioteces, supersabio -dijo la Teté, riéndose-. Yo la voy a convencer a Ana y te voy a fregar, jajá. Y voy a hacer que Ana vaya a mis showers y todo, vas a ver.

Y efectivamente la Teté volvió esa tarde y Santiago las dejó a ella y Ana, al irse a "La Crónica", charlando como dos amigas de toda la vida. En la noche Ana lo recibió muy risueña: habían estado juntas toda la tarde, la Teté era simpatiquísima, hasta la había convencido. ¿No era mejor que se amistaran de una vez con tu familia, amor?

– No -dijo Santiago-. Es mejor que no. No hablemos más de eso.

Pero todo el resto de la semana habían discutido mañana y noche sobre el mismo asunto, ¿ya te animaste, amor, iban a ir?, Ana le había prometido a la Teté que irían, amor, y el sábado en la noche se habían acostado peleados. El domingo, tempranito, Santiago fue a telefonear a la botica de Porta y San Martín.

– ¿Qué esperan? -dijo la Teté-. Ana quedó en venir a las ocho para ayudarme. ¿Quieres que el Chispas los vaya a recoger?

– No vamos a ir -dijo Santiago-. Te llamo para darte el abrazo y recordarte lo de las postales, Teté.

– ¿Crees que te voy a estar rogando, idiota? -dijo la Teté-. Lo que pasa es que eres un acomplejado. Déjate de tonterías y ven ahorita o no te hablo más supersabio.

– Si te enojas te vas a poner fea y tienes que estar bonita para las fotos -dijo Santiago-. Mil besos y vengan a vernos a la vuelta del viaje, Teté.

– No te hagas la niña bonita que se resiente de todo -alcanzó a decir todavía la Teté-. Ven, tráela a Ana. Te han hecho chupe de camarones, idiota.

Antes de regresar a la quinta de los duendes, fue a una florería de Larco y mandó un ramo de rosas a la Teté. Miles de felicidades para los dos de sus hermanos Ana y Santiago, piensa. Ana estaba resentida y no le dirigió la palabra hasta la noche.

– ¿NO ES por interés? -dijo Queta-. ¿Por qué, entonces? ¿Por miedo?

– A ratos -dijo Ambrosio-. A ratos más bien por pena. Por agradecimiento, por respeto. Hasta amistad guardando las distancias. Ya sé que no me cree, pero es cierto. Palabra.