Sin interrumpir el beso, ella detecta y evalúa con la mano su inmediata turgencia; se la aprueba con los ojos y un movimiento de cabeza, y comienza a desabrocharse la blusa. Pero él la detiene suavemente y se la vuelve a abrochar, con calma.
– Ahora, no. Los langostinos me han abierto el apetito. Primero
vamos a cenar. Ayer descubrí un restaurante nuevo…
– I'm sorry, pero no puedo. Esta misma noche tengo que conseguir un mecánico que me arregle la bicicleta. Si no, no tengo cómo ir mañana a la facultad…
Víctor saca de la cartera unos dólares e intenta ponerlos sobre la mesa.
Alicia lo mira furiosa:
– Hazme el favor, guárdate eso. Yo no le recibo un centavo a nadie. ¿Quién te has creído que soy?
Víctor se muestra muy confundido:
– Perdóname, yo no quise… Sólo pretendía que pudieras comprarte otra bicicleta… para poder salir juntos ésta noche.
– Oyeme bien: en este país, lo único que nos queda, es la dignidad…
Y mientras Alicia inicia el archimemorizado exordio, introductorio de su arenga ético-sentimental-revolucionaria, Víctor hace un gesto de darse por vencido, se mete la cartera en el bolsillo y le pone dulcemente una mano sobre los labios.
– OK, de acuerdo, admiro tu posición, pero por lo menos acéptame cenar juntos…
– Tampoco te acepto eso. Me da vergüenza y me pone triste.
– No entiendo.
– ¡Claro! Como tú vives en la luna… -Y con una mirada lacrimógena-: ¿No comprendes, coño, que con lo que te vas a gastar en una cena conmigo, una familia cubana compra comida para dos meses? Me resultaría indigesto aceptar… Inmoral…
– Entonces, vamos a mi casa. Yo mismo te preparo algo. más tarde regresamos por la bicicleta y te llevo a lo del mecánico.
Alicia lo mira pensativa y se muerde el labio.
– Decídete, verás que no cocino mal. Pasaremos un buen rato.
Y por obedecer al llamado del destino, esa tarde Alicia quebrantó la norma de no dormir fuera de su casa.
Desde el comienzo de su ejercicio, nunca lo había hecho.
Por supuesto: nunca un Alain Delon de 37 años le había ofrecido cocinar para ella.
8
La gran nariz de Van Dongen se sacude mientras pinta. Pinta con frenesí, inclinado sobre el caballete. Está llenando de color el dibujo a carbonilla donde ha representado a una ciclista rubia, vista desde atrás. La muchacha viste un short algo estrecho. Sus pies apenas alcanzan los pedales. El dibujo destaca el esfuerzo del pedaleo sobre el sillín exageradamente alto. Es como si montara una bicicleta demasiado grande. Al encanto infantil que deriva de esto, se añade no obstante una obscena movilidad. Demasiado obscena para un anuncio comercial, e insuficiente, quizá, para un afiche porno. Aunque aquel quiebre de cintura y la posición muy ladeada que han adoptado las espléndidas nalgas, atraería mucho público a una sala de cine estimulante.
Pero el dibujo no carece de su toque poético. A modo de cenefa, el pintor ha dibujado una guirnalda de laurel triunfal y mirto afrodisíaco, coronada en lo alto por una lira que le sirve de broche. Amorcitos de rostros lascivos revolotean alrededor de las nalgas.
En eso se oye una llave y Van Dongen sonríe hacia la puerta de calle. Entra Carmen, una mulata achinada de nobles facciones. Al volverse para cerrar la puerta, sobre sus piernas bien torneadas, exhibe líneas que, cinco libras y cinco años antes, fueron perfectas. Hoy ya no lo son, pero aún son bellas, de una belleza lujuriosamente maciza. Carmen tiene unos treinta años.
Él se tapa la nariz con ambas manos. Ella da la vuelta por
detrás y se inclina para besarlo en el cuello.
– ¿Y cuál es tu apuro? Tuve que inventar que mi madre estaba enferma y pedirle a una compañera que me reemplazara en el hospital.
El se para y coge de un rincón una bicicleta de gimnasia, que instala frente al caballete.
– Desnúdate y móntate.
Ella lo mira sonriente. Se quita su cofia de enfermera y da unos pasos para mirarlo de frente. él vuelve a sentarse y a taparse la nariz. Ella comienza a desabrocharse el uniforme blanco. Blanca es también su ropa interior, y fosforescente sobre las carnes morenas.
– ¿Y esta nueva locura?
– Soñé que te veía desnuda en una bicicleta, exactamente así.
Carmen se acerca, y le acaricia el pelo mientras observa el dibujo con desconfianza.
– Mmmm, ese culo es demasiado blanco para ser el mío. ¿Estás seguro de que fue conmigo que soñaste?
– Sí, eras tú, pero en el sueño la luz era muy intensa. Y hasta me inspiró una melodía. ¡Dale, súbete, y comienza a pedalear!
– No: en frío no me gusta. Primero toca tu melodía, a ver si entro en calor.
Jan se levanta y camina hasta un armario. Abre un cajón y extrae una máscara negra, que le deja libres los ojos y la boca. Se la pone y comienza a tocar.
Al compás de su melodía, Jan balancea con gracia los hombros y el torso.
9
Sin siquiera frenar, Víctor apunta con el dispositivo de control remoto y el portón alambrado se abre a sorprendente velocidad. El Chevrolet cruza un jardín con terraza, mirador, árboles tropicales y maceteros de flores bien cuidadas. Luego recorre unos cincuenta metros sobre un sendero de cemento.
Al enfilar hacia el garaje, Víctor vuelve a apuntar a la puerta.
– Sésamo ábrete -comenta Alicia.
Y ya adentro, mientras la puerta baja, se dan un beso demorado.
A pedido de Víctor, ella no se había quitado los shorts de pedalear, y durante el trayecto hasta la finca, se había dejado el torso desnudo. Al doblar en la plazuela de las Muñequitas, vuelta de rodillas hacia él, comienza a rozarle el antebrazo con sus senos erectos.
El siente sus vellos erguirse y le pone una mano en los labios.
Ella sabe lo que quiere y le lame las yemas con esmero.
Cuando las tiene húmedas, él comienza a deslizarlas sobre las puntas de los pezones.
En esos jugueteos llegan. Y entran.
– ¿Ves? -dice él, al pasar del garaje a la cocina-. Nadie nos vio entrar; nadie nos verá salir.
Al pasar a la sala, los recibe un fulgor verdoso que viene del piso. Víctor aprieta un botón y una persiana automática se eleva. Ella descubre que el fulgor proviene de un estanque, en cuyo interior hay tres peldaños, en medio de una sala suntuosamente dispuesta, con muebles modernos.
En un ángulo, una fuente emerge entre rocas naturales y forma el estanque que luego desagua en una acequia sinuosa y atraviesa la sala en diagonal. El agua muy verde y lúcida, corre bajo baldosas transparentes y árboles bonzai, que crecen en pozos de luz, hasta desaparecer por el ángulo opuesto. Alicia se siente volátil. ¡Qué original!
Los seis metros de una pared, hasta dos de altura, están cubiertos por un espejo corrido; y la pared opuesta, por un librero repleto, del piso al techo.
Hay cuadros abstractos, un par de jarrones asimétricos, una enorme fotografía en blanco y negro, una escultura grande de jade y otra más pequeña de mármol.
Salvo los jarrones, todo es abstracto. La foto y las estatuas no figuran nada concreto, pero sugieren quehaceres y formas del amor en ejercicio.
– Ven, te muestro la casa.
En la planta alta, tres alcobas con sendos baños, un saloncito y una terraza. Abajo, la sala del estanque y un comedor contiguo a la enorme cocina, muy bien equipada; a la derecha, un estudio y otra alcoba, ambos con baños independientes.
– ¡Uyyy! Aquí se puede dar un baile para cincuenta personas…
Cuando regresan a la sala, él abre un ventanal que da a un extenso césped, muy cuidado, con rboles añosos y una piscina al fondo.
Mientras ella se asoma a observar el jardín, Víctor manipula algo en lo alto de un librero, y luego enciende un equipo de compactos.
Comienza a oírse una guaracha.
Ante el espejo, ella se pone a bailarla, provocativa. Él viene por detrás y la coge de la cintura.