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Desde que Alicia comenzara a trabajar para Víctor y señora, ha ganado tres mil trescientos dólares mensuales, incluidos los diez diarios que le dan para gasolina. Todo ha sucedido sin traspiés. Según su propia cuenta, desde el inicio del convenio hasta mediados de octubre, ha efectuado cincuenta y seis shows con once hombres diferentes; casi todos escogidos por ella. En sólo tres ocasiones, con señas y fotos que le pasara Víctor, Alicia tuvo que seducir por encargo. Fueron también tres hombres muy atractivos. Motorizada, Alicia no pasó ningún trabajo para pescarlos.
Desde que ya no tiene que cazar clientes a punta de nalga y desparpajo; desde que recibe una excelente retribución por acostarse con individuos que le gustan, Alicia vive los mejores días de su vida. Vislumbra un futuro sin nubarrones. Y según Víctor le comentara, Elizabeth elogia el buen gusto de sus elecciones, la frecuencia con que alterna a los tipos, y su renovada fantasía en la acción. Puede afirmarse que el acuerdo rueda a plena satisfacción de ambas partes; y todo parece indicar que se prolongará por mucho tiempo.
Alicia ha cumplido su palabra de guardar absoluta discreción. Los hombres que introduce a la alcoba del show, saben desde el primer momento, que con ella las cosas no pasarán de una descarnada aventurilla. Instruida por el propio Víctor, y a sabiendas de que él oye desde el otro lado del espejo todas sus conversaciones, Alicia declara de entrada ser la amante de un extranjero rico, que vive con ella allí; y queda bien claro que aquella escaramuza sólo es posible mientras él esté de viaje.
En dos ocasiones, en que notara demasiado interés de los tipos por averiguar detalles, los cortó en seco:
– ¿Viniste a templar o a averiguarme la vida?
A un iluso (o bandido, quizá), que al tercer encuentro le declaró la profundidad de sus sentimientos hacia ella, lo enfrió sin piedad:
– ¡Ay, no comas mierda, chico! A mí me gustan los millonarios y tú no tienes donde caerte muerto.
Elizabeth (por una patológica timidez, según Víctor) nunca se ha dejado ver de Alicia; pero como testimonio de complacencia con su ars amandi, le regaló una vajilla de Sevres de noventa y seis piezas, con la que Margarita se arrebató de felicidad; y al volver de uno de sus viajes, le trajo una guitarra española de marca.
De hecho, Víctor vive en el apartamento que sirve de escenario a Alicia, y ella, en general, con su mamá. Y nadie en la compañía sabe que Alicia existe.
En los meses de julio y agosto, en que Elizabeth se marchara a Nueva York, Víctor requirió a Alicia varias veces para sí. Luego aquello se convirtió en norma, y cuando Elizabeth no estaba en Cuba, Alicia pasaba semanas enteras en la casa del estanque, con o sin Víctor.
Desde el inicio, la relación sexual había sido muy satisfactoria para ambos. La pasaban bien. Y aunque durante esos encuentros, no tenía que hacerle ningún show, Víctor le pagaba íntegramente sus mensualidades. Era derrochador, principesco. Así le gustaban a Alicia los hombres. Sin mezquindad, sin cálculo.
El descapotable que le asignaran para salir de cacería, puede utilizarlo a su arbitrio. Eso le ha permitido pasear un poco a su madre, frecuentar con ella Varadero, Viñales, la Marina Hemingway, cenar solas en algún restaurante bueno y alquilar una casa de playa en Guanabo, sin que el ir y venir se convierta en una tragedia.
Víctor se ha cuidado mucho de no mezclarla con el personal de la GROOTE INTERNATIONAL INC, y ha quedado clarísimo que a la casa del estanque, Alicia sólo puede llevar los hombres escogidos por sus empleadores, o efectuar sus propias elecciones, cuando ellos se lo pidan. De la casa del estanque, quedó terminantemente excluido cualquier otro amante o amistad personal de Alicia.
Recientemente, Alicia conoció a Fernando, otro argentino con el que se dio una encerrona de tres días en su casa de Miramar. En dos ocasiones, él llevó amigos e invitados que quedaron embelesados con la música y el charme de la hija, y con la culinaria de la madre.
Sí. Ya Alicia no necesita pedalear, ni romper el aire acondicionado, ni la nevera soviética, ni el reloj, ni hacer el show de los pintores gordos o flacos o enanos o viejos, ni fingirse estudiante; ni desnudarse en el sofá de su casa para apresurar, desde el primer encuentro, su amistad con el nuevo cliente. Ahora espera a que sus relaciones se den con un ritmo más calmo y decente. Y es verdad que ya no acepta invitaciones ni regalos. Ahora, es ella quien agasaja de su propio bolsillo. Sus hechiceros dardos, potenciados por el dinero y carro propios, hacen dianas fáciles, sin tanto esfuerzo. Y aquello de "nunca me ofendas con regalos", "la dignidad es lo único que nos queda", ha alcanzado una dramática eficacia. Al cabo de una semana con ella, los tipos dilapidan fortunas. El tal Fernando la colmó de regalos y prometió invitarla a conocer Buenos Aires.
Muy pocos días después, por razones casi idénticas, recibió una propuesta de matrimonio en firme y la oferta de irse a ocupar un lujoso piso madrileño en La Castellana.
Pero Alicia ya no tiene apuro. Puede darse el lujo de esperar. Con la estabilidad que le garantiza Víctor, y la nueva imagen de desinterés que emite, sabe que puede jugar la partida del corazón solitario y el amor sincero. Y ha decidido actuar con la máxima prudencia. De ningún modo se irá con el primer advenedizo, más o menos ricachón. Ahora, el que la saque de Cuba, será un auténtico millonario. Podrido en plata tiene que estar el gallo.
Al argentino y al español, les ha dado largas.
– Lo voy a pensar.
– Tu propuesta me honra y la agradezco en todo lo que vale; pero…
Tiene preparada una colección de peros, a cual más enardecedor para el cortejante. Cumplen la función de mantenerles viva la llama. Son su reserva estratégica, por si las moscas. Si regresan, ella los atender en su casa. Y lo hará con el esmero de una geisha. Pero está decidida, y su mamá la apoya, a esperar que pique un pez de los bien, bien gordos.
16
– Un señor Polanco pregunta por usted…
– -Gracias, Julia, dile que pase.
Van Dongen mira la hora. En efecto, lo había citado a la una, pero, inexplicablemente, se le había pasado el tiempo sin advertirlo.
El capitán Polanco, policía jubilado, era parte del equipo cubano que un una época coordinara la actividad de la POLICIA NACIONAL REVOLUCIONARIA con la central de INTERPOL en París. A su vez, autorizado por la policía cubana, realizaba algunas modestas investigaciones privadas, al servicio de empresas y ciudadanos extranjeros.
Dos meses antes, cuando Van Dongen iniciara la investigación sobre el Proyecto King, había decidido por su cuenta, sin informar a nadie, ni siquiera a su jefe Hendryck Groote, indagar a fondo el curriculum de Víctor King. No sospechaba nada malo de él. Admiraba su talento y, desde el inicio, le profesaba simpatía. Pero cuando el Proyecto King adquirió aquella relevancia polémica en la empresa, Jan se impuso efectuarle una elemental indagación. La verdad era que casi nada se sabía de su pasado. A la empresa, Víctor había entrado sin credenciales; por decisión unipersonal de Rieks, que se entusiasmara al oírle su proyecto de los galeones. Y ese desconocido, muy pronto dirigiría una operación multimillonaria. No era cuestión de desconfianza, ni de malevolencia. Era cuestión de método, de rutina profiláctica.
Vía Amsterdam-París, Van Dongen había obtenido las señas del cubano Polanco, quien prometió ayudarlo; pero por las dudas, para no infamar a priori el nombre de Víctor King y poder indagarlo de manera discretísima, le había entregado a Polanco un vaso, con impresiones digitales de Víctor, pero sin darle su nombre. Tampoco le refirió que las impresiones pertenecían a un funcionario de su empresa. Dijo tratarse de un cliente del que quería simplemente asegurarse que no tuviera antecedentes penales. Había riesgos y mucho dinero en juego. Polanco recibió un primer cheque, entendió qué se quería de él, y no hizo preguntas.