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– Una perspectiva aterradora -dijo Peter marcando las palabras-. Graystone, nunca fuiste muy tolerante con los errores de cálculo.

– Tenlo presente -Harry observó que por el sendero de entrada se acercaba otro coche-. Sheldrake, estoy seguro de que la señora Gibbons se apresta a conducirte a tu habitación. Cuando te hayas refrescado, me gustaría que te reunieras conmigo en la biblioteca. Hay algo que quisiera comentarte.

– Desde luego. -Peter dirigió a Augusta otra de sus brillantes sonrisas y subió las escaleras tras el ama de llaves.

Ansiosa, Meredith miró a su padre.

– ¿Estás de acuerdo en que pasee en el hermoso faetón del señor Sheldrake?

Por encima de la cabeza de la niña, Harry miro sonriente a Augusta.

– Creo que será bastante seguro. Sheldrake no es tan tonto como para correr riesgos innecesarios con las dos personas más importantes que tengo en el mundo.

Augusta sintió que la expresión de Harry le entibiaba el alma. Sonrojada, sonrió a Meredith.

– Bueno, ya está arreglado. Después de todo, no tendremos que escaparnos para pasear en el faetón del señor Sheldrake.

Meredith esbozó una sonrisa idéntica a la de su padre.

– Quizá papá nos compre un faetón.

– No seas ridícula -murmuró Harry-. No pienso gastar dinero en un vehículo tan frívolo. Estoy al borde de la quiebra por el exceso de gastos de Augusta en ropa.

Meredith se abrumó. Contempló las cintas rosas de su vestido.

– No sabía que hubiéramos gastado tanto dinero en ropa.

Augusta miró a Harry con expresión de reproche.

– Meredith, tu padre está burlándose descaradamente de ti. No hemos hecho mella del presupuesto y, además, estoy segura de que le gustan tus vestidos nuevos. ¿No es así, Graystone?

– Valen cada céntimo que se haya pagado por ellos, aunque tuviera que ir a la cárcel por deudas -dijo Harry con galantería.

Meredith sonrió aliviada y asió la mano de Augusta, mientras volvía a concentrarse en el faetón verde.

– Es un coche muy hermoso.

– Así es -afirmó Augusta, oprimiendo con suavidad la mano de la niña.

Harry miró a su hija.

– Percibo que está gestándose en ella cierto gusto por la aventura, y que comienza a parecerse a su madre actual.

Augusta se sintió absurdamente complacida ante esa observación.

CAPÍTULO XIV

– Graystone, pareces sobrevivir bien a la vida matrimonial. -Peter se sirvió una copa de clarete, una vez en la biblioteca.

– Gracias, Sheldrake. Me halaga. Cualquiera no sobreviviría al matrimonio con Augusta.

– Supongo que requiere cierta dosis de coraje. Sin embargo, estás radiante. Me atrevería a afirmar que se advierte un cambio en tu temperamento. En el pasado, ¿quién habría imaginado que fueras capaz de dar una fiesta?

Harry hizo una mueca de disgusto y bebió un sorbo de vino.

– Es verdad. En cambio, Augusta disfruta de estas cosas.

– ¿De modo que la complaces? ¡Asombroso! Nunca has sido un sujeto complaciente. -Peter rió burlón-. Te lo dije, Graystone: esa mujer te beneficia.

– Es cierto. ¿Y cómo te van a ti las cosas con la señorita Ballinger?

– He conseguido llamar su atención. Podría decirse que mis esfuerzos se han visto coronados por el éxito. Sin embargo, no es fácil cortejar a Ángel, aunque Scruggs me proveyó de información competente a los gustos y opiniones de Claudia. Últimamente me he dedicado a cultivar el espíritu leyendo textos verdaderamente increíbles. Incluso he consultado alguno de los tuyos.

– Me siento muy honrado. Y hablando de Scruggs, ¿cómo está Sally?

La expresión de Peter perdió el matiz divertido.

– En cuanto a la forma física, en un estado de suma fragilidad. En definitiva, no durará mucho tiempo. Sin embargo, se dedica entusiásticamente a rastrear la vida de Lovejoy a tenor de tu encargo.

– La semana pasada recibí la carta en que me contabas que no había progresos -dijo Harry.

– Por cierto, ese hombre tiene un pasado bastante común. Al parecer, es el último descendiente de su familia. Por lo menos, ni Sally ni yo pudimos descubrir ningún pariente cercano. Sus propiedades de Norfolk rinden buenos beneficios, aunque Lovejoy no se interesa demasiado por ellas. También hizo inversiones en minas. Posee una excelente hoja de servicios como soldado, es bueno a la baraja, popular entre las mujeres y no tiene amigos íntimos. Eso es todo.

Mientras pensaba en el asunto, Graystone hizo girar el vino en la copa.

– Entonces, se trataría de otro ex combatiente aburrido que pretende divertirse a costa de una dama inocente de la alta sociedad, ¿no es eso?

– Eso parece. ¿Crees que trataba de provocar un reto? Hay hombres a quienes divierte luchar en el campo del honor. -Peter hizo una mueca de disgusto.

Harry negó con la cabeza.

– No lo sé, es posible. Sin embargo, antes tengo la impresión de que pretendiera hacerme desistir de la boda con Augusta, intentando desacreditarla ante mis ojos.

Peter se encogió de hombros.

– Tal vez la quisiera para él.

– En opinión de Sally, Lovejoy no le prestaba atención a Augusta hasta que se anunció nuestro compromiso.

– Ciertos individuos disfrutan del desafío de seducir a la mujer ajena -le recordó Peter.

Harry pensó en lo que decía su amigo, renuente a abandonar el asunto, pero había otros más urgentes.

– Muy bien, gracias, Sheldrake. Ahora tengo una tarea mucho más interesante que encargarte. Creo haber encontrado una clave que tal vez apunte en dirección a Araña.

– ¡No me digas! -Peter dejó con estrépito la copa sobre el escritorio y fijó en el amigo su mirada de ojos azules-. ¿Qué sabes de ese canalla?

– Podría haber sido miembro del Club del Sable. ¿Lo recuerdas?

– Se incendió hace un par de años, ¿no es así? No duró mucho.

– Correcto. Lo que necesitamos -dijo Harry abriendo un cajón del escritorio y sacando el poema manchado de sangre- es una lista de los miembros.

– ¡Ah, Graystone! -murmuró Peter cogiendo la hoja de manos de Harry-. No dejas de sorprenderme. ¿De dónde lo has sacado?

– Baste decir que lo hubiésemos tenido antes en nuestras manos de no haber sido porque encargaron a Crawley hacer averiguaciones a raíz de un incidente sospechoso.

Peter maldijo.

– ¡Crawley! ¿Ese torpe idiota?

– Por desgracia, sí.

– Bueno, lo hecho, hecho está. Dime qué significa esto.

Harry se inclinó hacia delante y comenzó a hablar.

Betsy estaba abrochando el collar de rubíes al cuello de Augusta cuando sonó un golpe apremiante en la puerta del dormitorio. Fue a abrir y al ver a la joven criada que esperaba ansiosa en el pasillo, frunció el entrecejo.

– Bueno, Melly, ¿qué sucede? -preguntó Betsy, imperiosa-. La señora está ocupada preparándose para recibir a los invitados.

– Siento molestarla. Se trata de la señorita Fleming: está dándome unos apuros terribles. Su señoría me dijo que tenía que ayudarla a vestirse para esta noche, pero no quiere ayuda. Está de un humor espantoso.

Augusta se levantó de la silla del tocador haciendo ondular la falda del vestido dorado sobre sandalias del mismo color.

– Melly, ¿qué ocurre?

La joven la miró.

– La señorita Fleming no quiere ponerse el vestido nuevo que le ha preparado, señora. Dice que no es el color apropiado.

– Yo hablaré con ella. Betsy, ven conmigo. Melly, corre a ver si alguna otra criada necesita ayuda.

– Sí, señora. -Melly se apresuró a salir.

– Vamos, Betsy. -Con la doncella pisándole los talones, Augusta recorrió el pasillo y subió las escaleras hasta el piso superior, donde estaba el dormitorio de Clarissa.

Cuando coronó las escaleras, se topó con un joven desconocido que llevaba la librea negra y plateada de Graystone.

– ¿Quién es usted? No lo había visto nunca.

– Perdóneme, su señoría. -El joven pareció incómodo de haber tropezado con la patrona. Era de tipo atlético y la librea le apretaba los hombros-. Me llamo Robbie. Me contrataron hace un par de días como lacayo para ayudar en la fiesta.