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– ¿Cuáles?

– Acuarelas y literatura infantil, en primer lugar.

– ¡Por Dios, no! Lo prohíbo terminantemente. No permitiré que Meredith se eduque en semejantes tonterías.

– Tú mismo has dicho que Meredith necesitaba actividades variadas.

– Dije que tal vez necesitara más actividades al aire libre.

– Puede pintar y leer al aire libre -afirmó Augusta en tono alegre-, sobre todo en verano.

– ¡Maldita sea, Augusta…!

– Cálmese, señor. No querrá que Meredith nos oiga discutir. Ya tiene bastantes problemas para adaptarse a este matrimonio.

Harry la miró, ceñudo.

– Por cierto, los relatos de tu hermano la han impresionado.

Augusta frunció el entrecejo:

– Richard era valiente y aventurero.

– Hummm. -Harry no afirmó ni negó.

– Harry…

– ¿Qué?

– ¿Llegaron a tu conocimiento los rumores que circularon cuando murió Richard?

– Sí, Augusta, pero no les di importancia.

– No, supongo que no. Son mentiras. Pero es indiscutible que se encontraron ciertos documentos con él. Y a veces me pregunto acerca de ello.

– Augusta, no siempre se obtienen respuestas.

– Lo sé. Sin embargo, sostengo una teoría sobre la muerte de mi hermano que me gustaría comprobar.

Harry guardó silencio unos instantes.

– ¿De qué se trata?

Augusta aspiró.

– Si Richard llevaba aquellos documentos consigo, seguramente trabajaba como agente secreto militar de la Corona.

Como no hubo respuesta, Augusta se volvió y miró a Harry. Con los ojos entrecerrados, inescrutables, seguía los movimientos de su hija.

– Harry…

– ¿Era lo que querías que investigase Lovejoy?

– Sí, era en eso en lo que estaba pensando. Dime, ¿te parece probable?

– No lo creo -dijo Harry con calma.

Augusta se exasperó ante el aparente desinterés con que Harry desechaba una teoría largo tiempo meditada.

– No importa; no tendría que haberlo mencionado. Después de todo, señor mío, ¿qué sabe usted de estas cuestiones?

Harry exhaló un gran suspiro.

– Augusta, ya lo creo que lo sabría.

– No estoy segura.

– Pues es que de un modo u otro, si Richard hubiese sido agente de la Corona, habría trabajado para mí.

CAPÍTULO XI

¿Que mi hermano habría trabajado para ti si hubiese sido agente secreto durante la guerra? -Augusta estaba tensa, con la cabeza hecha un lío-. ¿Y qué demonios hacías tú?

Harry no cambió de posición pero, al fin, apartó la vista de Meredith y miró a Augusta.

– Eso ya no importa. La guerra terminó y estoy muy contento de olvidar el papel que jugué en ella. Baste decir que estaba relacionado con la tarea de reclutar agentes de inteligencia para Inglaterra.

– ¿Eras espía? -Augusta estaba atónita.

El conde esbozó una sonrisa.

– Es obvio, amor mío, que no me imaginas como hombre de acción.

– No, no se trata de eso. -Frunció el entrecejo tratando de pensar con rapidez-. Te confieso que me he preguntado dónde habrías aprendido a abrir cerraduras y, además, tienes la costumbre de aparecer cuando menos se espera. Imagino que es una conducta propia de espías. Con todo, Harry, no puedo hacerme a la idea.

– Estoy de acuerdo contigo. Mis actividades durante la guerra nunca me parecieron una ocupación sino una pesada carga. Constituyó una exasperante interrupción de mi trabajo cotidiano: el estudio y el cuidado de las propiedades.

Augusta se mordió el labio.

– Debió de ser peligroso.

Harry se encogió de hombros.

– A veces. La mayor parte de la actividad la desarrollé tras un escritorio, dirigiendo las actividades de otros agentes y descifrando mensajes en código o en tinta invisible.

– Tinta invisible. -Por un momento, Augusta se distrajo-. ¿Quieres decir que produce escritura invisible?

– Eso es.

– ¡Es maravilloso! Me encantaría tener esa tinta.

– En cualquier momento tendré el placer de prepararte una muestra. -Harry pareció divertido-. Pero te advierto que no es muy práctica para la correspondencia en general. El destinatario debe emplear el agente químico que haga visible la escritura.

– Se podría escribir el diario personal con esa tinta. -Augusta se interrumpió-. O sería mejor un código… Sí, me gusta más la idea del código.

– Sería preferible no tener ningún secreto que requiriese tinta invisible o un código.

Augusta no hizo caso del tono de advertencia.

– ¿Por eso pasaste tanto tiempo en el continente durante la guerra?

– Por desgracia, sí.

– Se suponía que te dedicabas a un estudio más profundo de los clásicos.

– Hice lo que pude, en especial mientras estuve en Italia y en Grecia. No obstante, la mayor parte del tiempo me dediqué a trabajar para la Corona. -Harry eligió un durazno de invernadero de la cesta-. Pero ya que no hay guerra me gustaría regresar al continente con fines más agradables. ¿Te gustaría ir, Augusta? Llevaríamos también a Meredith, por supuesto. Viajar es muy instructivo.

Augusta arqueó las cejas.

– ¿Quién crees que necesita instrucción: tu hija o yo?

– No cabe duda que Meredith sacará provecho de la experiencia. Tú no necesitarías salir del dormitorio para avanzar en tu educación. Y debo confesar que eres una alumna muy dispuesta.

A pesar de sí misma, Augusta se escandalizó.

– ¡Harry, a veces dices unas cosas horribles! Deberías avergonzarte.

– Perdóname, querida. No sabía que fueras una autoridad en materia de decoro. Me rindo ante tu conocimiento superior del tema.

– Harry, cállate o te tiraré por la cabeza lo que queda de comida.

– Como ordene la señora.

– Y ahora dime, ¿cómo puedes estar tan seguro de que mi hermano no participara en un trabajo secreto para la Corona?

– Lo más probable es que, si hubiese sido así, hubiera trabajado para mí, directa o indirectamente. Mi trabajo consistía en dirigir las actividades de quienes recogían información de sus respectivos contactos. Yo tenía que clasificar el material y separar el trigo de la paja.

Azorada, Augusta. movió la cabeza, incapaz de imaginar a Harry en una tarea semejante.

– Debió de haber mucha gente involucrada en esa tarea, tanto aquí como en el extranjero.

– En ocasiones, demasiada -admitió Harry en tono cortante-. En tiempo de guerra, los espías son como hormigas en una merienda al aire libre. En lo fundamental, eran una molestia, pero sin ellos no se podía hacer nada.

– Si son tan comunes como los insectos, ¿habría sido posible que Richard hubiese estado comprometido en esas actividades y tal vez no lo supieras? -insitió Augusta.

Por unos instantes, Harry masticó el durazno en silencio.

– Ya pensé en esa posibilidad y mandé hacer averiguaciones.

– ¿Qué clase de averiguaciones?

– Pedí a algunos de mis más antiguos camaradas que averiguaran si había habido posibilidad de que Richard Ballinger hubiese estado involucrado en tareas secretas. La respuesta es que no.

Augusta alzó las rodillas y las rodeó con los brazos, tratando de absorber el significado del tono concluyente de Harry.

– Aun así, pienso que mi pregunta tiene su lógica.

Harry guardó silencio.

– Tienes que admitir que existe una pequeña posibilidad de que Richard estuviese trabajando en algún asunto. Quizá descubriera algo por su cuenta y pensara llevarlo ante las autoridades.

Harry permaneció en silencio hasta terminar con el durazno.

– ¿Y bien? -exigió Augusta, tratando de ocultar la ansiedad que sentía ante la respuesta-. ¿No crees que existe una mínima posibilidad de que fuera así?

– Augusta, ¿quieres que te mienta?

– No, claro que no. -Apretó los puños-. Sólo quiero que admitas que es imposible que sepas todo lo referido a las actividades secretas durante la guerra.

Harry asintió con brusquedad.

– De acuerdo, lo admito. Nadie puede saberlo todo. En torno a la guerra se forma una espesa niebla. La mayoría de las acciones, tanto en el campo de batalla como fuera de él, ocurren en medio de una completa oscuridad. Y cuando la niebla se disipa, lo único que puede hacerse es contar los supervivientes. Jamás se sabe a ciencia cierta qué pudo ocurrir mientras lo cubría todo la niebla. Y tal vez sea mejor así. Estoy persuadido de que es preferible ignorarlo.