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Pensad lo mismo del Rif, en el que todos sus hombres están firmemente convencidos de que sabrán morir en defensa de la justicia y la dignidad. Y no se volverán atrás de esta decisión hasta no ver que el partido colonial ha renunciado a sus malignos proyectos o hasta morir el último de ellos.

Cuando era un crío, Azerkán recogía colillas (o "puntos") por las calles de Melilla. Por eso los españoles le apodaban despectivamente Punto (y con menos inquina, Pajarito). Sorprende que aquel crío se convirtiera en un dialéctico tan conmovedor e impecable. Dos años después, en aquel verano de 1925, sus argumentos conservaban toda su belleza y rotundidad, pero algo había cambiado. La firmeza rifeña no tenía enfrente a la España renqueante de 1923, sino a un ejército mucho más experimentado al que se unían las fuerzas francesas. En total, medio millón de hombres, apoyados por aviones, barcos de guerra, carros de combate. Aquella maquinaria podía poner a prueba la palabra de la República del Rif. Y lo hizo. Mientras negociaba con los rifeños, Primo de Rivera, dictador desde hacía dos años y Alto Comisario en Marruecos, ajus taba con los franceses los detalles del ataque decisivo. Desde el incidente de los huevos legionarios en Ben-Tieb, se había hecho cargo personalmente de la guerra, que le urgía rematar.

Fue esta bahía de Alhucemas, justamente, el escenario del envite. No podía ser en otro lugar, y lo sabían los que atacaron y también los defensores. Alhucemas era y sería siempre el corazón del laberinto rifeño. Las maniobras de diversión que hicieron los invasores no engañaron a nadie, aunque la playa elegida para el desembarco, la de la Cebadilla, al noroeste de la bahía, era la peor guardada por los de Abd el-Krim. Después el caudillo lamentaría su imprevisión, al haber dejado a la tribu de los Bocoya la cobertura de aquel flanco por el que se deslizó finalmente el enemigo.

Con todo, el desembarco no fue un paseo militar. Los franceses dieron apoyo naval y mantenían la presión en el frente sur, pero la faena correspondió a los españoles, a fin de cuentas los responsables de la zona norte del Protectorado y en consecuencia de sofocar aquella recalcitrante revuelta. Los primeros en poner el pie en la playa después de un intenso bombardeo aéreo y naval, fueron los hombres del Tercio, con el coronel Franco a la cabeza. El ambicioso gallego fue el primer jefe que pisó la arena de Alhucemas, en la mañana del 8 de septiembre de 1925. A los pocos segundos de hacerlo, un obús estalló a su lado y le enterró por completo en la misma arena que acababa de hollar. Sus legionarios lo desenterraron con las manos. El coronel, ileso, retomó el mando del asalto. Otra vez había funcionado la baraka. En dos horas, los legionarios habían escalado los acantilados y a lo largo del día se consiguió desembarcar a 8.000 hombres y tres baterías, con pocas bajas.

Los rifeños contraatacaron en los días siguientes, pero los invasores estaban bien asentados y protegidos por la Armada y la aviación. Las baterías rifeñas sólo podían bombardear de noche, porque de día los aviones las localizaban y destruían fácilmente. El Tercio enfiló hacia Axdir, emprendiendo un largo viacrucis por los acantilados y las colinas de la bahía. Avanzaban de roca en roca y no más de unos centenares de metros por jornada, empleando toda la potencia de su armamento, gases venenosos y finalmente bayonetas y machetes. En lo alto de los montes a veces sólo quedaba un rifeño vivo, que seguía peleando hasta que lo remataban a bayonetazos. El 2 de octubre, los legionarios entraron al fin en Axdir. Se hicieron fotografías en la antigua casa de los prisioneros españoles y arrasaron a conciencia la casa del caudillo rifeño y la llamada (en español) Oficina, la sede del Gobierno, a la que prendieron fuego sin contemplaciones. En el incendio desapareció la biblioteca del emir, así como el proyecto de Constitución "moderna" que preparaba para su efímera república. Lo que no devoraron las llamas, fue saqueado. Todos los invasores querían llevarse algún recuerdo de allí. El día 3 la capital y ciudad natal de los hermanos Abd el-Krim ardía por los cuatro costados. Doce mil españoles victoriosos acampaban en Alhucemas. Se calcula que las bajas españolas fueron algo superiores a las rifeñas, pero el sueño del olvidado Silvestre se cumplía al fin. España había clavado su bandera en el corazón del laberinto y el Gobierno rifeño se retiró hacia el sur, a Tamasint, mientras Abd elKrim se refugiaba al oeste, en Targuist.

En la playa de Alhucemas, junto a la valla que defiende la intimidad de los huéspedes del Club Méditerranée, es todavía hoy posible imaginar el paisaje en el que se desarrollaron aquellos combates. No hay demasiadas construcciones sobre las ásperas elevaciones que dominan la playa ni en las inmediaciones de ésta. Los españoles levantaron su ciudad en lo alto de los primeros acantilados que conquistaron sus soldados y volvieron la espalda a la semiplanicie de Axdir, que recordaba a los beniurriagueles los días de la república rebelde. Estas mismas playas, donde ahora chapotean un puñado de chavales largos y delgados como juncos, volvieron a conocer un desembarco en 1958, esta vez dirigido por el entonces príncipe heredero y hoy rey Hassan. El objetivo, como en 1925, era reprimir la inveterada insumisión de los rifeños, pero en este caso para forzarles a reconocer la autoridad del reino alauita. También aquel desembarco fue exitoso, aunque sólo hasta cierto punto. La tierra de Beni-Urriaguel ha registrado siempre la tasa más alta de abstención en las votaciones que organiza el Gobierno marroquí, y el rey Hassan sobrevivió milagrosamente a un buen número de atentados urdidos por militares de origen rifeño. En la sangre de los herederos de Abd elKrim sigue latiendo el deseo ancestral de vivir en república, como sus fieros antepasados.

Abd el-Krim nunca volvió a ver el horizonte azul de Alhucemas. Sí estuvo a punto de hacerlo su hermano Mhamed, pero mientras aguardaba en Rabat a trasladarse le sobrevino la muerte, el 17 de diciembre de 1967. Sus restos fueron enterrados con todos los honores en Axdir, frente al mar que él y su hermano contemplaban mientras soñaban con doblegar a los orgullosos europeos de quienes eran aventajados discípulos.

El mar está hoy quieto y los europeos siguen en Alhucemas. Su permanencia está hoy representada de forma bastante dispar. Por un lado, el petulante club de vacaciones francés que tiene acotada la mejor zona de la playa; por otro, la excéntrica fortaleza que mantiene la bandera española ondeando sobre el peñasco de la bahía.

Como entonces, como siempre, es Francia la que se reserva el mejor pedazo. Le Maroc utile.

2. Alhucemas-Targuist

Abandonamos la tierra de los beniurriagueles rumbo hacia el oeste. La jornada de hoy nos llevará a través del Rif occidental, de cuyas bellezas paisajísticas hemos podido recabar diversa noticia. Si entre Alhucemas y Melilla el terreno es de una aridez casi invariable, entre Alhucemas y Xauen se encuentra el paisaje de alta montaña y los reputados bosques de cedros, bajo los que conspiraron los rebeldes rifeños desde los tiempos del Mizzián hasta los de Slitán, el último caudillo derrotado por los españoles en 1927. También sabemos que este recorrido, con Ketama como estación central, atraviesa el corazón de la principal actividad económica del Rif, la producción de hachís. Estamos advertidos de la alta probabilidad de controles policiales y cabe prever que entre control y control nos salgan al paso una legión de traficantes dispuestos a ofrecer la mercancía. Según las guías para turistas, en los estrechos recodos de las carreteras de montaña los rifeños cortan a veces el paso a los viajeros y les obligan a comprar el hachís. Algunos hablan de que los traficantes y los policías actúan en combinación, para sacar el dinero a los incautos europeos y recuperar después el valioso género. Sea cual sea la verdad de todos estos cuentos de terror, lo que sí nos merece consideración es que Hamdani insiste en que lleguemos a Xauen antes de que caiga la noche.