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Al margen del auxilio más bien anecdótico de estos estrafalarios colaboradores, la fuerza material del ejército rifeño estaba casi exclusivamente en sus fusiles y en los cañones robados al enemigo. Sólo contaban con un pequeño barco de guerra y tres aviones, que los españoles capturaron intactos. Ni siquiera tenían una fuerza de caballería apreciable, aunque quienes la veían en acción quedaban invariablemente impresionados. Los rifeños, desgarbados en su caminar, resultaban de una gran elegancia como jinetes, y exhibían una puntería sobrenatural sobre sus duros caballos morunos. Cabalgando al galope, fuertemente aferrados a la silla de estribo corto y altos borrenes, eran capaces de hacer blancos pasmosos. Con parecida habilidad, y sin más instrumento que sus fusiles, consiguieron organizar una rudimentaria defensa antiaérea, a base de concentrar el fuego de una veintena de armas sobre un determinado punto. Así interceptaron no pocos aviones españoles y franceses. La lección la aplicarían cuarenta años después los vietnamitas, contra los helicópteros norteamericanos. Todas estas artes eran otros tantos símbolos de la voluntad febril de resistencia que sostuvo durante cinco años aquella república, y que según su líder no tenía que ver con el fanatismo religioso, aunque él mismo hubiera profundizado durante su juventud en Fez en las fuentes coránicas (siguiendo la doctrina de su maestro el-Kitani) y aunque en alguna ocasión, sobre todo al final, invocara la yihad como banderín de enganche. En los primeros años de la república, declaraba Abd el-Krim a un periodista europeo: «Cuando se me reprocha hacer la guerra santa, se comete un error, por no decir algo peor. Los tiempos de las guerras santas han pasado; ya no estamos en la Edad Media ni en los tiempos de las Cruzadas. Nosotros queremos simplemente ser y vivir libres y no estar gobernados por nadie más que por Dios. Tenemos un vivo deseo de vivir en paz con todo el mundo y de tener buenas relaciones con todos, porque no nos gusta hacer matar a nuestros hijos. Pero para llegar a esa meta deseada, a realizar esas aspiraciones, a conquistar en fin esa independencia, estamos dispuestos a luchar contra el mundo entero si es preciso». El indomable espíritu rifeño, ésa era y sería siempre su mejor y más temible arma.

Pero Abd el-Krim no era un suicida y mucho menos un irreflexivo. Y se rodeó de consejeros que tampoco lo eran. No muchos, a decir verdad, y todos muy próximos. En 1925, cuando se vio obligado a tomar las graves decisiones que precipitarían su fin, sus asesores eran su circunspecto hermano Mhamed, su cuñado Mohammed Azerkán, marido de su hermana predilecta, y el segundo de éste, Mohammed Cheddi. Mhamed era jefe del Gobierno, además de comandante supremo del ejército. Azerkán ostentaba el cargo de ministro de Asuntos Exteriores. Cheddi, además de oficiar como segundo de Azerkán, era general del ejército. Siempre maravilla pensar que aquel puñado de brillantes rifeños que fueron capaces de poner en jaque a dos potencias como España y Francia, y a sus respectivas y experimentadas gerontocracias, fueran tan jóvenes. Abd el-Krim, el mayor de todos, tenía cuarenta y tres años en 1925. Mhamed contaba treinta y tres años, Azerkán, treinta y seis, y Cheddi, que era el consejero favorito de Abd el-Krim, sólo veinticinco. Quizá fuera en parte la arrogancia de su juventud la que decidió a los jefes rifeños a atacar a Francia en 1925, abriendo el tercer frente que sumado a los del Rif oriental y el Yebala terminaría suponiendo su perdición. Pero tampoco dejaba de haber razones para esa maniobra. Lyautey había iniciado movimientos en su frontera norte, que era la frontera meridional del Rif, porque veía en la república rifeña un peligroso "foco de ilusiones". Los franceses ocuparon la zona de Beni-Serual, con lo que privaban a los rifeños de su granero de la cuenca del río Uerga. Abd el-Krim quiso negociar, pero los franceses respondieron militarmente y fusilaron a una docena de caídes de los Beni-Serual. Éstos pidieron ayuda y una yihad contra Francia a la república rifeña. Nadie sino Abd el-Krim podía ser el caudillo de esa yihad. Al final fueron tantas las presiones que comprendió que su prestigio y el de la joven república estaban en juego. Siempre había dicho que una guerra con Francia le parecía inconcebible, salvo que Francia atacara, y que su único enemigo era España. Los sucesos de Beni-Serual dieron al traste con eso. A mediados de abril de 1925, los rifeños lanzaron un durísimo ataque contra los franceses en toda la línea del río Uerga. Aniquilaron los puestos enemigos y en pocos días llegaron a treinta kilómetros de Fez y sitiaron Uazzán.

El terrible verano de 1925, con temperaturas de hasta 54 grados, fue una prueba infernal para los franceses. Lyautey fue destituido como jefe militar y se envió a Pétain, filo y brutal estratega de la Gran Guerra, para que asumiera el mando de las tropas. Las circunstancias eran tan alarmantes que el nuevo jefe pidió refuerzos urgentes. La situación de los españoles no era mucho mejor, y ambas potencias se acercaron a Abd el-Krim con intención de negociar. Le ofrecieron autonomía política, amnistía general, ventajas comerciales y el respeto de su poder militar. Lo único que no se reconocía era el Estado rifeño. Abd el-Krim calculó que estaba en posición de obtener más, y rehusó. Con ello venía a reproducir la respuesta que ya había dado en el verano de 1923 a una aproximación anterior por parte de España. En aquella ocasión Mohammed Azerkán había escrito una carta cuyas espléndidas razones seguían pareciendo válidas a los rifeños:

El Gobierno rifeño, constituido sobre bases modernas y leyes civiles, se considera independiente tanto política como económicamente y abriga la esperanza de vivir libre como vivió durante siglos, al igual que todos los demás pueblos. Estima que debe tener, antes que cualquier otro Estado, el dominio de su territorio, por lo que considera al partido colonial español como un usurpador y sin el menor derecho a sus pretensiones de extender su protectorado al gobierno del Rif. El Rif no ha aceptado ni aceptará nunca ese protectorado; lo rechaza. Se compromete a gobernarse por sí mismo, esforzarse por obtener el pleno reconocimiento de sus derechos legítimos, que son indiscutibles, a defender su independencia total por todos los medios naturales, formulando su protesta ante la nación española y sus intelectuales, que tenemos la certeza de que reconocen la razón que nos asiste en nuestras reivindicaciones racionales y justas, antes de que el partido colonial empujara a verter la sangre de sus hijos, para satisfacer ambiciones personales y reclamar derechos imaginarios, al tiempo que servía intereses ajenos. Si ese partido se juzgara a sí mismo vería en su fuero interno que está equivocado; verá en breve plazo que ha causado la pérdida de su país por inmiscuirse en la colonización, sirviendo únicamente su propio interés. Su deber es el de poner remedio a la situación antes de que sea demasiado tarde.

El Gobierno rifeño protesta, además, ante el mundo civilizado y la humanidad contra cualquier acto hostil que venga del partido colonial español y declina su responsabilidad por todas las posibles pérdidas de vidas y bienes […].

El Gobierno del Rif lamentará en sumo grado que el partido colonial persista en su actitud agresiva, orgullosa y arbitraria. Figuraos un momento que sois vosotros los invadidos en vuestros propios hogares por un extranjero que pretende dominaros y hacerse dueño de vuestras vidas.?Os someteríais a ese conquistador sean cuales fueren los derechos y las pretensiones que alegase? No dudo ni un instante de que lo combatiríais con todas vuestras fuerzas, hasta con vuestras mujeres, y no consentiríais convertiros en sus esclavos. Vuestra propia historia lo atestigua.