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Hamdani prueba en francés, todavía con menos éxito. En ese momento, mi hermano me pregunta, en español, qué es lo que hemos pedido.

– Queso -le respondo, en español también.

– Ah, queso -repite mi hermano.

Al oírlo dos veces, el hombre de la tienda se dirige a otro rifeño que está con él y exclama una palabra en su idioma que suena parecida al alemán "Käse". La palabra española le ha resultado más familiar que la francesa (fromage) o la árabe (yeben). Nos saca un paquete de queso en porciones.

El incidente me hace reflexionar sobre los oscuros vínculos que existen entre los bereberes y los europeos, de los que proximidades lingüísticas como ésta suelen ser un plausible indicio. Hay quien especula con la posibilidad de que los habitantes del Rif procedan originariamente de la península Ibérica. Incluso parece que se han señalado afinidades entre el euskera y algunas lenguas bereberes, aunque ésta es cuestión discutida. Lo que sí es cierto, como hemos podido comprobar en el poco tiempo que llevamos en el Rif, es que una buena parte de los rifeños son rubios y tienen los ojos verdes o azules. La versión marroquí, según la expone por ejemplo \Douard Moha (con algunos antecedentes españoles, como el de Gonzalo de Reparaz), es inversa: en realidad eran los iberos los que procedían de los bereberes, y los actuales rubios del Rif son sólo un residuo de los vándalos germánicos que cruzaron tardíamente el Estrecho. (Reparaz, sin embargo, rechaza lo de los vándalos, alegando jeroglíficos egipcios que ya en el 1800 antes de Cristo mencionan bereberes rubios). En cualquier caso, y sea cual sea la siempre incierta verdad antropológica, resulta bastante gracioso que los rifeños digan queso igual que los alemanes. Siempre hubo buena relación entre ellos. Abd elKrim era germanófilo, como su padre, y los alemanes comerciaron desde antiguo con los habitantes de estas tierras. Con su industriosidad característica, copiaban los diseños de las piezas de la artesanía tradicional, que fabricaban en Alemania y vendían luego a los propios marroquíes.

Antes de subir de nuevo al coche estiramos un poco las piernas por las vacías calles de Ben-Tieb. También este lugar fue escenario de algunos hechos singulares bajo el protectorado español. Durante la derrota de 1921, por ejemplo, fue una excepción al caos general. La posición que aquí había la mandaba un tal capitán Lobo, quien al ver llegar a los primeros fugitivos de Annual trató inútilmente de contenerlos para restablecer el orden de la columna. No tuvo éxito, y pidió instrucciones que nunca recibió. A la vista de las circunstancias, ordenó a sus hombres que se replegaran hacia Dríus, a diez kilómetros de distancia. Pero no lo hizo de cualquier forma, sino manteniendo el orden de combate. Llegó a Dríus sin una sola baja.

El segundo episodio ocurrió en 1922, poco después de la reconquista de Dríus. No fue exactamente en Ben-Tieb, sino en Tuguntz, un pueblo cercano, y en él se vieron envueltos los carros blindados que habían aplastado a los rifeños en la llanura de Dríus. Tras aquel éxito, el mando español decidió utilizarlos para continuar la ofensiva, que entonces se internaba en terreno más áspero. Los rifeños, escarmentados de su primer encuentro con los blindados, los rodearon y trataron de buscar los ángulos muertos de sus ametralladoras. Durante un rato el combate fue patético, con los moros apedreando inútilmente las máquinas de guerra. Pero las ametralladoras Hotchkiss de los carros terminaron por interrumpirse y los rifeños consiguieron inutilizarlos. Aquella pequeña victoria subió tanto la moral de las fuerzas de Abd el-Krim como abatió a los españoles. Los blindados eran mejorables (para empezar, convenía dotarlos de una segunda ametralladora, como sugeriría Franco, testigo de aquel traspiés), pero ante todo había que aprender a utilizarlos. España siempre progresó así en Marruecos, equivocándose varias veces, y siempre costosamente, antes de acertar.

Un tercer hecho célebre que vivió Ben-Tieb ocurrió en julio de 1924, durante una inspección del entonces dictador Miguel Primo de Rivera a la base que la Legión tenía en el pueblo. Primo de Rivera no era por aquel entonces un entusiasta de la guerra marroquí. De hecho, se mostraba partidario de proceder a un repliegue significativo, si no de abandonar aquella empresa absurda que demandaba al país tanta sangre y tantos recursos. A tal extremo llegaba su reticencia a seguir con el empeño que en cierta ocasión se la confesó a un periodista británico: "Abd el-Krim nos ha derrotado. Posee las ventajas inmensas del terreno y del fanatismo de sus seguidores. Nuestras tropas se hallan agotadas por una guerra que ha durado años. No ven el porqué de tener que luchar y morir por un territorio sin valor alguno. Personalmente soy partidario de una completa retirada de Africa y de permitir a Abd el-Krim la posesión de sus dominios". El general, con ostensible imprudencia, declaró al reportero que la presencia española en el Rif servía a los intereses de Francia y de Gran Bretaña mucho más que a los de la propia España, y que la influencia de la reina, que después de todo era una princesa inglesa, tenía bastante que ver en la prolongación de aquel error. El curioso destino de Primo de Rivera, que ostentará siempre el mérito poético de haber explicado el holocausto español bajo el sol de Marruecos como un aparatoso homenaje a una princesa del país de la niebla, sería el de ganar aquella guerra tras el desembarco en la bahía de Alhucemas, el codiciado objetivo adonde nunca llegó Silvestre. Pero aquel día de 1en que visitó Ben-Tieb, el dictador estaba resuelto a abandonar y los legionarios, con Franco a la cabeza, lo sabían. Para tratar de avergonzarle, le dieron una comida en la que todo el menú constaba de platos elaborados a base de huevos. A los postres, osaron recordarle el deber sacrosanto que tenían para con todos los españoles que habían muerto por defender estas tierras. En opinión de los jefes legionarios, la sangre aquí derramada impedía abandonar el Rif al enemigo. Primo de Rivera salió al paso de la insubordinación y reclamó respeto a su autoridad, pero no mantuvo su intención y decidió continuar la guerra. Gonzalo de Reparaz, pese a coincidir con Primo de Rivera en el diagnóstico de que la aventura española en Marruecos beneficiaba sobre todo a Gran Bretaña, afirmaba que el dictador sólo tenía ideas cómicas y grotescas sobre el problema marroquí, del que a su juicio nunca llegó entender una sola palabra. Quizá eso explique sus idas y venidas. Lo cierto es que al final los legionarios se salieron con la suya, y especialmente Franco, que desembarcó el primero en Alhucemas, donde con desprecio de su vida ganó por fin su ansiado fajín de general.

Hoy Ben-Tieb, como antes Nador, Zeluán, Monte Arruit o Dríus, es por completo ajeno a aquellas lejanas ambiciones. Pero ellas influyeron más que significativamente en la historia del pueblo al que los tres pertenecemos y dieron por resultado el país en que nacimos, cuando todavía aquel antiguo jefe legionario nos miraba desde la cara de todas las monedas. En Ben-Tieb cae a plomo el sol del mediodía y la gente y los perros buscan el cobijo de los soportales. Es uno de los pueblos más muertos que hemos visto hoy. Quizá sean mayoría los que emigraron, y quizá este año no hayan vuelto aún muchos de los que se fueron. Sus casas a medio hacer componen el paisaje fantasmal de un lugar en el que hoy no parece que pueda ambicionarse demasiado.

Subimos al coche y tomamos el camino de Annual.