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Raquel empezó a usar, el mismo día que los SS la golpearon, la cruz de Cristo al lado de la estrella de David, t $ y acabó encerrada en su pequeño estudio de Hamburgo, porque esa doble provocación significó que la esperarían a la puerta de su casa, con perros salvajes sin bozal y cachiporras en los puños, advirtiéndole, sal, atrévete, puta judía, semilla podrida de Abraham, peste eslava, piojo levantino, chancro gitano, sal, atrévete, hetaria andaluza, trata de encontrar comida, escarba en los rincones de tu pocilga, marrana,

come polvo y cucarachas, si un judío puede comer oro también puede comer ratas.

Les advirtieron a los vecinos que si me daban de comer, ellos mismos se quedarían sin raciones primero y si reincidían, los mandarían a un campo: yo, Raquel Mendes-Alemán, decidí morirme de hambre por mi raza judía y por mi religión católica; decidí, George, ser testigo absoluto de mi tiempo y supe que no tendría salvación cuando el partido nazi declaró que «nuestros peores enemigos son los judíos católicos». Es cuando abrí mi ventana y grité a la calle, «San Pablo dijo: ¡Soy hebreo! ¡Soy hebreo! ¡Soy hebreo!» y mis propios vecinos me apedrearon y a los dos minutos una ráfaga de metralla destruyó mis vidrios y tuve que acurrucarme en un rincón, hasta que llegó con un salvoconducto el cónsul mexicano, el señor Salvador Elizondo, y me dijo que tú habías intercedido por mí para embarcarme en el Prinz Eigen y salir a la libertad de América. Yo me había jurado quedarme en Alemania y morirme en Alemania como testigo de mi fe en Cristo y en Moisés. Cedí entonces, mi amor lejano, y sabía por qué, no por miedo a ellos, no por temor a que me llevaran a esos lugares cuyos nombres todos conocíamos ya -Dachau, Oranienburg, Buchfnwald- sino por la vergüenza de que mi propia iglesia y mi propio Padre, el Papa, no levantasen la voz para defendernos, a los judíos todos, pero también a los judíos católicos como yo. Roma me dejó huérfana, Pío XII nunca habló en defensa del género humano George, no de los judíos solamente; el Santo Padre nunca le dio la mano al género humano. Me la diste tú, me la dio México. No había mejor oportunidad que embarcarse en el Prinz Eugen que nos iba a llevar a América. El presidente mexicano, Lázaro Cárdenas, iba a hablar con Franklin Roose-velt para que nos dejaran desembarcar en la Florida.

Durante la travesía de nueve días, hice amistad con los demás fugitivos judíos, algunos se extrañaron de mi fe católica, otros me comprendieron pero todos pensaron que era una treta fallida de mi parte para escapar a los campos de concentración. No hay comunidades uniformes, pero Husserl tenía razón al preguntarnos, ¿no podemos todos juntos regresar a un mundo donde pueda volverse a fundar la vida, y reencontrarnos allí a nosotros mismos como semejantes?

Quise comulgar, pero el pastor luterano de a bordo se negó a atenderme. Le recordé que su función legal en un barco era ser no denominacional y cuidar por igual a toda fe. Se atrevió a decirme, Hermana, éstos no son tiempos legales.

Soy una provocadora, George, lo admito. Pero no me acuses de orgullo, de la hybris griega que nos explicaban en Friburgo. Soy una provocadora humilde. Todos los días durante el desayuno colectivo en el comedor, lo primero que hago es tomar un pedazo de pan con una mano, hacer la señal de la Cruz con la otra y decir con voz pareja, «Éste es mi cuerpo» antes de llevarme la migaja a la boca. Escandalizo, irrito, enojo. El capitán me dijo, pone usted en peligro a sus propios compañeros de raza. Me reí en sus barbas. «Es la primera vez que nos persiguen por razones raciales, ¿se da usted cuenta, Herr Kapitán? Siempre nos han perseguido por razones religiosas». Mentira. Isabel y Fernando nos corrieron por proteger su «pureza de sangre». Pero el capitán tenía su respuesta. «Señora Mendes, hay agentes del gobierno alemán a bordo. Nos vigilan a todos. Están dispuestos a frustrar este viaje con el menor pretexto. Si lo han permitido, es para ofrecerle una concesión a Roosevelt a cambio de que los Estados Unidos mantenga sus cuotas restringidas de admisión de judíos alemanes. Cada parte se está poniendo a prueba. Usted debe entenderlo. Así ha procedido siempre el Führer. Tenemos una pequeña oportunidad. Contrólese. No eche usted a perder la oportunidad de salvarse y salvar a los suyos. Contrólese.»

George, mi amor, todo fue en vano. No nos permitieron desembarcar en Miami las autoridades americanas. Le pidieron al capitán retirarse a La Habana y esperar aquí el permiso americano. No va a llegar. Roosevelt está atado por la opinión pública adversa a que entren más extranjeros a los Estados Unidos. Las cuotas, dicen, ya están saturadas. Nadie habla por nosotros. Nadie. Me han dicho que el anterior papa, Pío XI, tenía lista una encíclica sobre la «unidad del género humano amenazado por racistas y antisemitas». Murió antes de promulgarla. Mi iglesia no nos defiende. La democracia no nos defiende. George, dependo de ti. George, por favor, sálvame. Ven a La Habana antes de que tu Raquel no pueda ni siquiera ya llorar. ¿No le dijo Jesús: «Cuando seas perseguido en una ciudad huye a otra ciudad distinta»? ¡Alabado sea Cristo!

4.

Maura: Te pregunto una cosa, Vidal: ¿No se vuelve imposible el ideal que tú sostienes, cada vez que se aniquila a un solo

individuo por el pecado de pensar con nosotros pero distinto de nosotros? Porque todos los republicanos estamos a favor de la República y en contra del fascismo, pero somos distintos entre nosotros, no es lo mismo Azafia que Prieto, ni Companys que Durruti, ni José Díaz que Largo Caballero, ni Enrique Líster que Juan Ne-grín, pero ninguno de ellos ni todos juntos son Franco, Mola, Serrano Súñer o el represor asturiano Doval.

VIDAL: No hemos rechazado a nadie. Todos tienen cabida en el frente amplio de las izquierdas.

Maura: Cuando la izquierda aspira al poder. Pero cuando llega el poder, el PC se encarga de eliminar a todos los que no piensan como ustedes.

VIDAL: Por ejemplo.

Maura: Bujarin.

VIDAL: Otro hombre, aparte de un traidor.

MAURA: Victor Serge. Y una pregunta, ¿es revolucionario no interesarse por la suerte de un camarada despojado de su posición pública, deportado sin juicio, separado para siempre de los suyos, únicamente porque es «sólo un individuo» y un individuo singular y solitario no cuenta en la gran epopeya colectiva de la historia? Yo no veo la traición de un Bujarin que quizás habría salvado a Rusia del terror estalinista con su proyecto de un socialismo plural, humano, libre, y más fuerte por todos esos motivos.

VIDAL: Concluyamos ya y «revenons á nos moutons». ¿Qué debió hacer la República, según ustedes, Maura y Baltazar, para conciliar la victoria y la ética?

MAURA: Hay que cambiar la vida, dijo Rimbaud. Hay que cambiar al mundo, dijo Marx. Los dos están equivocados. Hay que diversificar la vida. Hay que pluralizar al mundo. Hay que abandonar la ilusión romántica de que la humanidad sólo será feliz si recupera la unidad perdida. Hay que abandonar la ilusión de la totalidad. La palabra lo dice, hay sólo un paso entre el deseo de totalidad y la realidad totalitaria.

VlDAL: Tienes todo el derecho de desdeñar la unidad. Pero sin unidad no se gana una guerra.

MAURA: Se gana en cambio una sociedad mejor. ¿No es lo que queremos todos?

Vidal: ¿Cómo, Maura?

MAURA: Dándole el valor a la diferencia.

Vidal: ¿Y la identidad?

MAURA: La identidad la fortalece una cultura de diferencias. ¿O crees que una humanidad liberada sería una humanidad perfectamente unida, idéntica, uniforme?

VlDAL: No tiene lógica lo que dices.

MAURA: Es que la lógica es sólo una cosa, es una manera de decir: sólo esto tiene sentido. Tú que eres marxista deberías de pensar en la dialéctica que es, por lo menos, una opción, un «esto o aquello».

VlDAL: Que te da la unidad de la síntesis.