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II

Encerrada entre espinas,
¿qué será de la rosa a medianoche?
Los mochuelos murmuran de desdicha,
ellos saben que a veces
estallan los secretos de la rosa
– su salvaje agonía y su blancura-
en el jardín de invierno
donde habita mi voz.
No se pierde la rosa en el parterre,
la tierra la amenaza
con sus piedras enormes,
le dice que la aurora es un desgarro
por el que el tiempo crece.
Yo me aparto del mundo y
así la miro abrirse entre tallos:
una tierna locura que dibuja
figuras en la luz.

III

Tan hermosa como la muerte
de un poeta que, al fin, se ha vuelto loco,
la tormenta de nieve
cae sobre nosotros:
un silencio del cielo
que nos conduce a casa.
Enramada en el blanco de la tierra,
yo me dormiré bajo los árboles
que rutilan de frío.
El valle se oscurece,
un anciano suspira,
con el paso cansado, hacia la aldea.
La tumba del amor
yace entre tempestades
bajo la tarde sin caminos,
y una alondra solloza,
está cautiva en medio del furor
del firmamento.
Hasta que llegue la mañana,
sentiré que todo es posible,
incluso la alegría
que el rocío arrastra por
las huertas, con cadenas de hielo.

IV

No saben detenerse los amantes,
hablarle al rostro mudo del futuro:
¿Qué hacemos aquí, oh tiempo que te marchas
igual que un dios
que olvida sus placeres terrenales?
Tiempo contado en gotas de ámbar.
El verano nos tenderá
sus alfombras de olvido.
íntima y tormentosa,
la noche sabrá todo de nosotros,
contará las estrellas una a una,
y en voz baja llorará tanta luz pura
a los pies de mi cama.
El brillo de los cielos
retará la mirada de la Tierra,
y alguna vez seré libre:
sin pasión, sin camino,
sin azules praderas que me esperen,
sin la arrogante leyenda del mar
irrumpiendo en mi casa.
Inconsolablemente libre,
viajaré por lugares
que apenas necesiten
del aire o el pensamiento
para saberse ciertos
como ojos de perro.
El océano, tranquilo,
acogerá la niebla
de un mundo impetuoso
que no nos pertenece.
Llegaré cuando el viento
aniquile al invierno con "su acero,
cuando el atardecer,
armado de cuchillos,
prometa acariciarme lentamente
mientras aúlla que
no pueden detenerse los amantes,
corazones que tiemblan
más deprisa que el agua.

V

Quizás muera mañana:
mi carne fugitiva
en la luz de tus labios.
Desnuda como el mundo,
haré mis pactos con la claridad y
tal vez todos mis sentidos de
amor se mueran,
sembrados por los campos eternos.
de un tiempo consumado.
Y, entonces, una luna de gorriones
jugará la partida,
y el cielo no sabrá
soñar de nuevo con sus pájaros.

VI

Y si todo muriese,
¿qué haré para saber que no amé en vano?
Arrancaré tu corazón, y luego
volveré a colocarlo
en tu pecho, de manera
que sus latidos se acompasen
a los míos, con dulzor.
Yo haré que la tarde persiga a la noche,
no me importa de dónde
haya venido toda la oscuridad,
ella conoce mi mal, mis palabras,
mi cuarto, mi memoria,
brasas que al sol resisten,
lenguas de jade que a las sombras
persiguen,
de promesa en promesa.
Jazmín aniquilado en sus amores,
mi gozo es tu materia,
y si todo muriese
crece libre en mitad
del azul de los cielos,
vete lejos, que yo
te miraré partir
en secreto silencio,
pues si todo muriese
habrá de ser más bello
en el último día.

Dedicatorias

El argumento del designio, para Femando Royuela.

Mirando una foto del cráter Copérnico, a José Francisco Ruiz Casanova.

Cielo a la deriva, a Josu Ormaetxe.

La perfección siempre es estéril, a Carlos da Veiga.

Condición límite, a Juan Ignacio García Garzón.

Perseo en el cielo boreal, a Fernando Marías.

Cuidado con las flores, a Tomás Hernández.

Finales de partida (Bucle de Cygnus), a Manuel Vázquez Montalbán, in memoriam.

Materia es energía, energía es eterno goce, a Andrés Laina.

Las ciencias de la vida, a Christian Law.