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Ella frunció el ceño. -Así que en realidad es como uno solo? Entonces está bien.

– Me alivia escuchar eso. Toma éste primero.

Ella tomó la caja que él le ofrecía, levantando la tapa. Los aretes brillaron ante ella, trozos de gemas en ricos y profundos multicolores en plata martillada.

– Sé que no aprecias mucho las baratijas, y piensas que las apilo sobre ti. -El tomó su vino mientras la estudiaba. -Pero estas tienen un toque diferente, y pensé que las apreciarías.

– Son grandiosos. -Ella levantó uno, y porque había aprendido bastante para saber lo que le gustaría a él, se lo puso en la oreja. -Algo pagano.

– Van contigo. Pensé que lo harían. Aquí, déjame hacerlo. -El se levantó, dio la vuelta a la mesa para poner los aretes él mismo. -Pero creo que su historia será más atractiva para ti. Ellos una vez pertenecieron a Grainne NiMhaille, ese el nombre en irlandés. Ella era una jefa, cabeza de su tribu en un tiempo en que muchas cosas no se escuchaban o no eran admitidas. Ella es llamada a veces la Reina de los Mares, como si fuera un gran capitán de barcos. Entonces…

El volvió a sentarse, disfrutando la forma en que los aros brillaban en su esposa. Su voz cayó en un ritmo de contador de cuentos, tan fluído, tan irlandés, que ella dudó que él se diera cuenta. Pero escuchó.

– Jefe tribal, guerrera, reina, lo que tú eres. Ella vivió durante el siglo dieciséis. Una edad violenta, en un país que más parecía una feria compartida de violencia. Y Grainne era conocida por su coraje. En su vida había tenido triunfos y tragedia, pero ella nunca aflojó. En la isla del oeste donde ella fue acogida, el castillo que ella construyó todavía permanece estratégicamente en el cliff. Y ahí, en el mar, o en uno de los varios fuertes que conquistó, Ella se mantuvo firme contra todos los que vinieron. Ella mantuvo sus creencias. Defendió a su pueblo.

– Ella pateaba culos. -dijo Eve.

– Claro. -El sonrió. -Es lo que hacía. Y tú también, por lo que creo que le gustaría que tú los tuvieses.

– Me gusta.

– Y aquí está la segunda parte.

Ella tomó la otra caja plateada. Dentro había un medallón de plata, ovalado, y con la figura de un hombre grabada en él.

– Quien es este tipo?

– Este es San Judas, y es el santo patrono de los policías.

– Estás bromeando? Los policías tienen su propio santo?

– Tienen a Judas, quien sucede que es el santo patrono de las causas perdidas.

Ella rió mientras lo levantaba hacia la luz. -Cubriendo todas tus bases, no?

– Me gusta pensar que lo hago, si.

– Entonces tenemos aquí estos… Talismanes. Objetos de buena suerte. -Ella se pasó a San Judas sobre la cabeza. -Me gusta la idea. Agregar suerte a las ideas como mencionaste el otro día.

Ella se levantó, inclinándose sobre la mesa. Bajó hacia él para besarlo. -Gracias. Son chucherías realmente buenas.

– De nada. Y ahora si quieres despejar la mesa…

– Espera un momento, as. Tú no eres el único que dará regalos. También yo tengo algo para darte. Siéntate bien.

Ella salió tan apurada que le hizo reflexionar a él que se había olvidado la delicadeza de la bata. Sonriendo, Roarke sirvió más champagne y esperó que, en bien de la salud física de todos, no se topara con Summerset en el camino.

Dado que regresó rápidamente y sin despotricar, él decidió que había hecho el recorrido sin incidentes. Ella le alcanzó un paquete cubierto con papel reciclado marrón.

El identificó por la forma que era una especie de pintura o cuadro. Curioso, ya que Eve no era crítica de arte, rompió la envoltura.

Era una pintura, una en que los dos estaban parados bajo la pérgola florecida donde se habían casado. Sus manos estaban entrelazadas, los ojos del uno en los del otro. El pudo ver el brillo de los anillos nuevos, nuevos vínculos en el dedo de ella y en el de él.

El recordaba el momento, lo recordaba perfectamente. Era despùés de haberse prometido el uno al otro y de haber intercambiado el primer beso de esposo y esposa.

– Es maravilloso.

– Lo saqué del disco de la boda. Me gustó este momento, así que lo congelé, lo imprimí y se lo di a un artista conocido de Mavis. Es un artista de verdad, no uno de esos tipos que ella conoce que sólo pintan cuerpos. Tú probablemente conoces alguno mejor, pero…

Ella se cortó cuando vió que él levantaba la mirada hacia ella, cuando vió sus emociones crudas dejándolo mudo de placer. Era difícil dejar mudo al hombre sin recurrir a un bate de acero. -Supongo que te gusta.

– Es el regalo más precioso que me podías haber dado. Me gusta este momento también. Mucho. -El se levantó, poniendo la pintura cuidadosamente a un lado. Deslizó sus brazos alrededor de ella y la atrajo hacia sí, frotando su mejilla con la clase de exquisita ternura que hacía que el corazón de ella saltara fuera de su pecho. -Gracias.

– Está bien. -Ella suspiró contra él. -Feliz aniversario. Necesito un minuto para tranquilizarme, o tal vez otro trago. Luego despejo la mesa.

El le pasó una mano por el pelo. -Es un trato.