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– Escuche, Sra. Peabody… Phoebe… -corrigió- Yo no hice… Yo no tengo… -Ella suspiró- Voy a decirle algo sobre Peabody, y no quiero que se lo diga a ella.

Los labios de Phoebe se curvaron. -De acuerdo. Lo que me diga va a quedar entre nosotros.

– Ella tiene buen ojo y un cerebro rápido. La mayoría de los policías lo tienen o no durarían mucho. Tiene buena memoria, por lo que no tienes que perder tiempo sobre el mismo tema con ella. Sabe lo que significa servir y proteger, lo que realmente significa. Eso hace una diferencia en que clase de policía quieres llegar a ser. Yo pasé un largo tiempo trabajando sola. Me gustaba de esa forma. No había nadie que yo quisiera conmigo después que mi antiguo compañero fuera transferido a DDE.

– El Capitán Feeney.

– Sí, cuando Feeney consiguió sus barras y se fue a la DDE, yo trabajé sola. Luego me crucé con Peabody, toda chispeante y pulcra y con su sarcasmo disimulado. Yo no quería tener una uniformada. Nunca intenté ser entrenador de nadie. Pero… ella es una chispa. No sé de que otra forma decirlo. Tú no ves este tipo de cosas cada día en el trabajo. Ella quería ir a Homicidios, y me imagino que los muertos necesitan toda la chispa que puedan tener. Lo hubiera conseguido sin mí. Sólo le dí un impulso.

– Gracias. Me preocupo por ella. Es una mujer crecida, pero es mi niñita. Siempre lo será. Es la maternidad. Pero me voy a preocupar menos después de lo que usted me dijo. Supongo que no querrá decirme lo que piensa de Ian McNab.

Algo parecido al pánico se cruzó en la garganta de Eve. -Es un buen policía.

Phoebe echó atrás la cabeza y rió hasta el que el rico y divertido sonido llenó la habitación. -Como sabía yo que usted diría eso? No se preocupe, Eve, él me gusta mucho, más aún desde que él metido de amor con mi pequeña.

– Metido en las sábanas está. -murmuró Eve.

– Ahora, sé que necesita ir a trabajar, pero tengo un regalo para usted.

– Ya nos dió un regalo.

– Ese era de parte de mi hombre y mío para usted y su hombre. Este de mi parte para usted. -Ella se volvió para tomar una caja puesta en el piso, y la puso sobre el regazo de Eve. -Los regalos no debería ponerla nerviosa. Sólo tiene que tomarlos, por aprecio o por afecto. Ambos en este caso. Lo traje conmigo antes de estar completamente segura de que veníamos camino a New York. Antes de estar completamente segura de dárselo. Tenía que conocerla primero. Por favor, ábralo.

Sin otra salida, Eve abrió la cubierta. Adentro había una estatua de mujer, tal vez de más de ocho pulgadas, esculpida en un cristal casi transparente. Su cabeza estaba echada hacia atrás, por lo su cabello le caía por la espalda casi hasta los pies. Los ojos estaban cerrados, la boca abierta en una tranquila sonrisa. Tenía los brazos a los costados, con las palmas levantadas.

– Es la diosa- -explicó Phoebe. -Tallada en alabastro. Representa la fuerza, el coraje, la prudencia, la compasión que es únicamente femenina.

– Es estupenda. -Levantándola, Eve observó que la luz que entraba por las ventanas brillaba en la figura tallada. -Parece vieja, en una buena forma. -agregó rápidamente e hizo reir a Phoebe otra vez.

– Si, es vieja, en una buena forma. Era de mi tatarabuela. Fue pasando de mano en mano, de mujer a mujer hasta que llegó a mi. Y ahora a usted.

– Es hermosa. Realmente. Pero no puedo quedármela. Es algo que usted necesita mantener en su familia.

– Phoebe extendió el brazo, poniendo una mano sobre las de Eve, que tenía sobre la estatua. -La estoy manteniendo en mi familia.

Su oficina en la Central era demasiado pequeña para un encuentro donde dos de más personas estuvieran involucradas. Su llamada para reservar una sala de conferencias terminó en una corta, amarga e insatisfactoria discusión.

Con sus opciones reducidas, ella se reorganizó y programó la reunión en la oficina de su casa.

– Problemas, teniente? -preguntó Roarke entrando desde su oficina a la de ella.

– No hay salas de conferencia disponibles hasta las cuatro? Eso es una mierda.

– Eso es lo que te escuché decir, bastante brutalmente, en el enlace. Tengo que irme al centro. -Se acercó, deslizando la punta de sus dedos a lo largo de la hendidura de su barbilla. -Hay algo que pueda hacer por ti antes de irme?

– Ya lo arreglé

Bajó los labios hacia los de ella, entreniéndose ahí. -No debería demorarme. -El retrocedió, y divisó la estatua sobre el escritorio. -Que es esto?

– Me lo dió Phoebe.

– Alabastro. -dijo cuando la levantó. -Es adorable. Una diosa de alguna clase. Te la dio a ti.

– Sí, es para mí. La diosa de los policías. -Miró fijamente la cara tranquila y serena de la estatua, recordando haber quedado atrapada en la tranquila y serena cara de Phoebe Peabody. -Me estuvo diciendo cosas. Creo que son los ojos. Si quieres mantener tus pensamientos para ti mismo, nunca la mires directamente a los ojos.

El rió y puso la estatua en su lugar otra vez. -Me imagino a un número de personas diciendo exactamente lo mismo de ti.

Era algo para pensarlo, pero tenía trabajo que hacer. Sacó archivos, repartiendo datos en varias pantallas, buceando luego en el registro de Julianna Dunne.

Ya había hecho una segunda página de nuevas notas cuando Peabody y McNab llegaron. -Hagan la incursión al AutoChef ahora -ordenó sin levantar la vista. -Los quiero instalados cuando llegue Feeney.

– Tienes un nuevo enfoque? -preguntó Peabody.

– Quiero reunir a todos a la vez. Necesito más café aquí.

– Sí, señor. -cuando Peabody trató de alcanzar la taza vacía de Eve, vió la estatua. -Te dio la diosa.

Ella levantó la vista ahora, y ante su terror, vió lágrimas brotando de los ojos de Peabody. McNab las había visto también. El murmuró, -cosas de chicas- y desapareció en la cocina adjunta.

– Escucha, Peabody, en cuanto a eso…

– Y la pusiste en tu escritorio.

– Sí, bueno… Me imagino que se suponía que era para ti, así que…

– No, señor. -Su voz era temblorosa cuando levantó los ojos empapados hacia Eve. Y sonrió. -Ella te la dio, y eso significa que confía en ti. Te acepta. Eres de la familia. Y tú la pusiste aquí, justo en tu escritorio, y eso significa que lo aceptas. Es muy emocionante para mí -agregó y sacó un pañuelo. -Te amo, Dallas.

– Oh, diablos. Si tratas de besarme, te corto la cabeza.

Peabody lanzó una húmeda risa y se sonó la nariz. -No estaba segura de que ibas a hablar conmigo esta mañana. Papá llamó y dijo que se estaban quedando aquí.

– Tu madre le puso el hechizo a Roarke. Eso fue lo que pasó.

– Sí, puedo imaginarlo. No estás molesta?

– Sam hizo medialunas esta mañana. Tu madre me llevó una, con café.

La sonrisa iluminó la cara de Peabody. -Está todo bien entonces.

– Aparentemente. -Eve levantó la taza, frunciendo los labios al mirar adentro. -Pero parece que no tengo café en este momento. Como puede ser?

– Voy a corregir ese descuido inmediatamente, teniente. -Peabody recuperó la tasa, y dudó. -Un, Dallas? Bendiciones para ti.

– Que?

– Lo siento, no puedo evitarlo. El entrenamiento Free-ager. Es sólo… Gracias. Por todo. Gracias.