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Michael y Gerti no se cansan de tocarse, cerciorándose de que aún están ahí. Las manos se aferran mutuamente a las bien provistas partes sexuales, que han vestido de fiesta, como para un estreno. Gerti habla de sus sentimientos, y de hasta dónde le seguiría. Michael se sorprende, despertando lentamente, de la mano que ha caído sobre su proyectil. Querría volver a estallar de inmediato: aparta la mano y muestra su remo arrebatador. Tira de los cabellos a la mujer, hasta que ella aletea sobre él como un pajarillo. Enseguida la mujer, despertada de la narcosis sexual, quiere volver a utilizar sin freno la boca para hablar. En vez de eso, tiene que abrirse de par en par y dejar pasar el rabo de Michael al gabinete de su boca. Él penetra en ella, para que su chorro pueda aparecer suavemente. Cogida por el pelo, la mujer golpea contra el firme y fresco vientre de Michael, después su cabeza vuelve a echarse atrás, sólo para deslizarse nuevamente, con el rostro por delante, sobre el cayado de él. Así transcurre un rato, no entendemos que muchos miles de apáticos se revuelquen al mismo tiempo en sus preocupaciones, forzados por el terrible dios en su iluminada fábrica a la constante separación de su amor durante toda la semana. ¡Espero que su destino tenga la cintura ajustable, para que tenga más espacio!

Estos dos quieren derrocharse, porque tienen bastantes reservas de sí mismos. Se alzan en un maremoto, estos seres magníficos y volubles, que tienen en casa los últimos catálogos eróticos. ¡Precisamente aquellos que ya no necesitan todo eso, porque son lo bastante queridos para ellos! Pueden ofrecerse a sí mismos. Se derraman sobre sus presas y diques, porque se afirman desamparados, expuestos a cualquier experiencia que constantemente les ocurra, porque cualquier objetivo les parece bien. De repente, Gerti no puede evitar orinar, al principio tímidamente, después más fuerte. El espacio es demasiado pequeño para su olor. Se sube la falda por encima de los muslos, pero el cinturón se moja un poco. Jugando, Michael pone las manos debajo y coge en el hueco de las mismas algo del chorrito claramente audible. Riendo, se lava con ello la cara y el cuerpo; derriba a la mujer con el puño y muerde sus labios todavía mojados, que exprime con fuerza. Después arrastra a Gerti a su propio charco, en el que la revuelca. Ella tiene los ojos vueltos hacia arriba. Pero allí no hay ninguna bombilla, allí está oscuro, el interior de su cráneo que ríe. Es una fiesta, estamos solos y nos entretenemos con nuestro sexo, nuestro más querido invitado, que no obstante querría ser alimentado todo el tiempo con exquisiteces escogidas. A la mujer se le vuelve a arrancar del cuerpo la falda recién puesta, y se lanza al fondo del heno. Sobre las tablas del suelo, una mancha roma y húmeda como de un ser superior, que nadie ha visto pasar. Como iluminación tan sólo la luz de la Luna, que será tan amable de quedarse, de posarse sobre una amada presencia. Y de retener una amada presencia.

Las pálidas bolsas de los pechos descansan sobre su caja torácica, sólo un niño y un hombre los han necesitado antaño y ahora. Sí, el hombre de casa siempre cuece de nuevo su impetuoso pan del día. También se pueden operar, si a la hora de comer cuelgan hasta la mesa. Han sido hechos para el niño, para el hombre y para el niño que hay en el hombre. Su propietaria sigue lanzándose a su rezumante excremento. Tirita de frío, con los huesos y las articulaciones. Michael muerde con fuerza, burbujeando en las profundidades, en su vello púbico, y tironea y retuerce sus pezones. Enseguida los dones que Dios le ha dado se alzarán en él y querrán ser escupidos, comprimidos rápido en el paquete del rabo y expulsados, ¿o vamos a esperar? Se ve el blanco de los ojos de ella, a la vez se oyen fuertes gritos.

De pronto, el joven tiene miedo de lo íntegramente que podría derrocharse sin desaparecer del todo. Sale una y otra vez de la mujer, sólo para enterrar nuevamente en su cajetín a su libre pajarillo. Ahora ha chupado todo el cuerpo de Gerti, poco después podría ejecutarle el rostro con su lengua, de la que todavía pende el sabor de sus orines. La mujer salta hacia él, muerde. Duele, y sin embargo es también lenguaje, tal como el animal lo entiende. Él levanta su cráneo del suelo, siempre por los cabellos, y le golpea la nuca allá de donde él la ha cogido. Enseguida ella abre la boca, y es explorada a fondo con el pene de Michael. Sus ojos están cerrados. Mediante fuertes rodillazos oblicuos, la mujer es obligada a abrir nuevamente los muslos. Por desgracia esta vez no es del todo nueva, porque ya lo había hecho antes exactamente igual. ¡Ahí estáis por fin dentro de vuestra piel, y vuestra ansia sigue siendo la misma! Es una infinita cadena de repeticiones, que cada vez nos gustan menos, porque los medios y melodías electrónicas nos han acostumbrado a llevar cada día algo nuevo a casa. Michael abre a Gerti a izquierda y derecha, como si quisiera clavarla en cruz, y no, como realmente proyecta, echarla al cesto con las otras prendas raras veces usadas. Mira fijamente su ranura, ahora ya conoce su contenido. Cuando ella se vuelve, porque no soporta sus miradas escrutadoras, apoyadas por unas manos que pellizcan y hurgan, recibe un par de pescozones. Él quiere y puede verlo y hacerlo todo. Muchos detalles no se ven, y, si es que va a haber una próxima vez, habrá que hacer más luz con la linterna antes de salir, transfigurado, de la noche al taller de reparaciones. La mujer debe aprender a soportar las miradas de su señor en su sexo antes de depender demasiado de su rabo, porque allí pende aún mucho más.

El heno cae sobre ella y la calienta un poco. El maestro ha terminado, la herida de la mujer se ha esponjado, y con un fuerte tirón de su aparato Michael indica que desea retirarse de nuevo a su propio y desembarazado cuerpo. Ya ha sido un podio para esta mujer, desde el que ella hablará de sus afanes y de su nervudo torso. Así se convierte uno, sin ser fotografiado en ropa interior y enmarcado, en el centro de un dormitorio bien amueblado. Este joven ha creado y labrado todo este esplendor, esta blanca montaña de carne estremecida que se extiende ante él, y a la que él, como el bravo sol del atardecer, ha pintado colores en el rostro. Ha tomado en arriendo a la mujer, y puede ir a los pliegues bajo su vestido siempre que quiera.

Gerti cubre a Michael de besos cariñosos y acariciantes. Pronto volverá a su casa y a su señorito, que también tiene sus cualidades. A suelo inflamado queremos volver siempre, y arrancar nuestro papel de regalo, bajo el que hemos enmascarado y escondido como nuevo lo conocido de antiguo. Y nuestra estrella en declive no nos enseña nada.