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Primero intentamos, utilizando planos urbanos de Bangor y de otra documentación que quedaba, identificar a los habitantes de la casa que debía encontrarse en aquel entonces en el sitio del descubrimiento. Probablemente, razonamos, ésta había sido una «casa segura» del Tren Metropolitano de las Mujeres de aquel tiempo, y la autora podría haberlo ocultado en el ático o en la bodega, por ejemplo, durante semanas o meses, tiempo durante el cual habría tenido la oportunidad de realizar las grabaciones. Por supuesto, no había ningún indicio que nos permitiera descartar la posibilidad de que las casetes hubieran sido trasladadas al emplazamiento en cuestión una vez grabadas. Abrigamos la esperanza de poder rastrear y localizar a los descendientes de los hipotéticos ocupantes que, esperábamos, nos conducirían a otro material: diarios, quizá, o incluso anécdotas familiares transmitidas de generación en generación.

Lamentablemente, esto no nos condujo a nada. Tal vez estas personas, si realmente representaban un enlace en la cadena clandestina, habían sido descubiertas y arrestadas, en cuyo caso cualquier documentación referente a ellos habría quedado destruida. Así que continuamos con la segunda línea de ataque. Registramos los archivos de la época, intentando relacionar los personajes históricos con los individuos que aparecían en el relato de nuestra autora. Los archivos que han quedado de aquella época están en muy malas condiciones, pues el régimen gileadiano tenía la costumbre de arrasar con sus propias computadoras y destruir el material escrito después de las diversas purgas y de los disturbios internos; pero algún material escrito ha sobrevivido. Por cierto, parte de este material pasó clandestinamente a Inglaterra para uso propagandístico de las diversas sociedades de Protección de la Mujer, que en aquella época proliferaban en las Islas Británicas.

No abrigamos ninguna esperanza con respecto a localizar directamente a la narradora. Algunas pruebas internas nos demostraron que ella formaba parte de la primera tanda de mujeres reclutadas con fines reproductores y asignadas a aquellos que solicitaban tales servicios y que podían reclamarlos, dada su pertenencia a una minoría selecta. El régimen creó de inmediato una reserva de mujeres mediante la simple táctica de declarar adúlteros todos los segundos matrimonios y las uniones no maritales y de arrestar a las mujeres y, sobre la base de que ellas eran moralmente incapaces, confiscaban a los niños, que eran adoptados por parejas sin hijos, pertenecientes a las clases superiores, y que estaban ansiosas por tener descendencia a toda costa. (Durante el período medio, esta política se extendió hasta abarcar a todos los matrimonios no contraídos por la iglesia estatal.) Los hombres que ocupaban altos cargos en el régimen podían elegir y escoger entre las mujeres que habían demostrado sus aptitudes reproductoras por el hecho de haber tenido uno o más niños saludables, característica deseable en una era de caída en picado del índice de natalidad caucasiano, un fenómeno observable no sólo en Gilead, sino en la mayoría de las sociedades caucasianas del norte de aquella época.

Las causas de esta disminución no nos quedan del todo claras. Parte del fracaso con respecto a la reproducción puede deberse indudablemente a la amplia disponibilidad de diversos tipos de métodos de control de la natalidad, incluido el aborto, durante el período pre-gileadiano. La infertilidad era en parte deseada, cosa que puede explicarse por las diferentes estadísticas entre caucasianos y no caucasianos, pero no en toda su magnitud. ¿Acaso necesito recordarles que ésta fue la era de la cepa R de la sífilis y también de la infame epidemia de SIDA que, una vez que se extendió por toda la población, eliminó a una gran parte de la población joven y sexualmente activa de la reserva reproductora? Nacimientos de niños muertos, abortos espontáneos y malformaciones genéticas se extendieron y aumentaron y esta tendencia se ha relacionado con los diversos accidentes en centrales nucleares, cierres e incidentes de sabotaje que caracterizaron el período, así como fugas de productos químicos y de sustancias para la guerra biológica y lugares destinados a la evacuación de desechos tóxicos, de los que existían varios miles tanto legales como ilegales, en algunos casos, estos materiales simplemente se vertían en el alcantarillado, y al uso incontrolado de insecticidas, herbicidas y otros pulverizadores.

Pero fueran cuales fuesen las causas, los efectos fueron notables y en aquel momento el régimen de Gilead no fue el único en reaccionar ante ellos. En la década de los ochenta, por ejemplo, Rumania se había anticipado a Gilead mediante la prohibición de todos los métodos de control de la natalidad, imponiendo a la población femenina la realización obligatoria de pruebas de embarazo y supeditando los ascensos y los aumentos de salario a la fertilidad.

La necesidad de lo que yo llamarla servicios de nacimiento ya fue reconocida en el período pre-gileadiano, donde se realizaban inadecuadamente mediante «inseminación artificial», «clínicas de fertilidad» y mediante el uso de «madres de alquiler», que eran contratadas con este propósito. El régimen de Gilead proscribió las dos primeras por considerarlas irreligiosas, pero legitimó y estimuló la tercera por entender que tenía precedentes bíblicos; así, reemplazaron la poligamia común consecutiva del período pre-gileadiano por la forma más antigua de poligamia simultánea practicada tanto en los primeros tiempos del Antiguo Testamento como en el antiguo estado de Utah durante el siglo diecinueve. Como sabemos por el estudio de la historia, ningún sistema nuevo puede imponerse al anterior si no incorpora muchos de los elementos de éste, tal como demuestra la existencia de elementos paganos en la cristiandad medieval, y la evolución hasta llegar a la «K.G.B.» rusa a partir del anterior servicio secreto del Zar; y Gilead no fue una excepción a la regla. Sus principios racistas, por ejemplo, estaban firmemente arraigados en el período pre-gileadiano. y los temores racistas proporcionaron parte del aliciente emocional que permitió que la toma del poder en Gilead fuera un éxito.

Nuestra autora fue una entre tantas y debe ser considerada dentro de las líneas generales de la época histórica de la que formó parte. ¿Pero qué más sabemos de ella, aparte de su edad, de algunas características que podrían atribuirse a cualquiera, y de su lugar de residencia? No mucho. Parece haber sido una mujer culta, en la medida en que podría llamarse culta a una graduada de cualquier universidad de Estados Unidos. (Risas, algunos silbidos.) Pero, como ustedes dirían, los bosques estaban plagados de ejemplares de este tipo, así que no nos sirvió de mucho. Ella no nos proporciona su nombre original y, en efecto, todos las archivos oficiales posteriores a su ingreso en el Centro de Reeducación Raquel y Leah han quedado destruidos. El nombre «Defred» no nos proporciona ninguna pista ya que, al igual que «Deglen» y «Dewarren», es un patronímico compuesto por la preposición posesiva y cl primer nombre del caballero en cuestión. Tales nombres eran adoptados por estas mujeres una vez que entraban en contacto con la familia de un Comandante determinado, y se despojaban de ellos una vez que abandonaban a esa familia.

Los otros nombres que figuran en el documento resultan igualmente inútiles al efecto de una identificación y autenticación. «Luke» y «Nick» no significan nada, lo mismo que «Moira» y «Janine». Lo más probable, de cualquier modo, es que fueran seudónimos adoptados para proteger a estos individuos en el caso de que las casetes resultaran descubiertas. Si así fuera, esto justificaría nuestro punto de vista de que las casetes se grabaron dentro de los límites de Gilead con el objeto de que fueran pasadas de contrabando por la red clandestina de Mayday.

Luego de eliminar las posibilidades anteriores, sólo nos quedaba una. Pensamos que el hecho de poder identificar al escurridizo «Comandante» supondría al menos algún progreso. Consideramos que un individuo tan altamente situado probablemente habría participado en un principio en la organización secreta Hijos de Jacob Pro-Tanques, sobre la cual se fundó la filosofía y la estructura social de Gilead. Esta organización se formó poco después de que se aceptara la paralización de las armas por parte de las superpotencias y de la firma del llamado Acuerdo de las Esferas de Influencia, que dejaba a las superpotencias libertad de acción, sin interferencias, con respecto a las crecientes rebeliones que tenían lugar dentro de sus propios límites. Los archivos oficiales de las reuniones de los Hijos de Jacob fueron destruidos después de la Gran Purga del período medio, que deshonró y liquidó a algunos de los primeros artífices de Gilead; pero disponemos de alguna información a través del diario cifrado realizado por Wilfred Limpkin, uno de los sociobiólogos de la época. (Como es sabido, la teoría sociobiológica de la poligamia natural fue utilizada como una justificación científica de algunas de las prácticas menos corrientes del régimen, así como cl darwinismo fue utilizado por ideologías anteriores.)

Gracias al material de Limpkin sabemos que existen dos candidatos posibles, o sea los dos que incorporan a sus nombres el elemento «Fred»: Frederick R. Waterford y B. Fredcrick Judd. No ha quedado ninguna fotografía de ellos, aunque Limpkin describe al último como una persona envarada y, cito: «alguien para quien el trabajo es lo que se hace en el campo de golf». (Risas.) El propio Limpkin no sobrevivió mucho tiempo al régimen de Gilead y, si tenemos su diario, sólo es porque él intuyó su propio fin y se lo entregó a su cuñada de Calgary.

Tanto Waterford como Judd tienen características que los convierten en dignos de análisis. Waterford poseía conocimientos de investigación de mercado y, según Limpkin, fue el responsable del diseño de los trajes femeninos y de la idea de que las Criadas vistieran de rojo, idea que parece haber tomado de los uniformes de los prisioneros de guerra alemanes que se encontraban en los campos de prisioneros de Canadá durante la época de la Segunda Guerra Mundial. Parece haber sido el creador del término «Particicución», para lo cual se inspiró en un programa de ejercicios muy popular durante el último tercio del siglo; de todos modos, la ceremonia colectiva de la cuerda fue sugerida por una costumbre de un pueblo inglés del siglo diecisiete. El término «Salvamento» también debió de ser suyo, aunque en los tiempos de la instauración de Gilead, dicho término, originario de Filipinas, se había convertido en un término general para referirse a la eliminación de los enemigos políticos. Como he dicho en alguna otra ocasión, existieron muy pocas cosas originales o nativas de Gilead: su genialidad consistió en la síntesis.