Изменить стиль страницы

»Así que intenté recordar mi sección de la lista. No te diré el nombre que escogí porque no quiero meterlos en problemas, si es que no los han tenido ya. Podría ser que yo hubiera soltado toda esta mierda, es difícil recordar lo que dices cuando te lo están haciendo. Dirías cualquier cosa.

»Los elegí a ellos porque eran una pareja casada y los matrimonios eran más seguros que cualquier soltero, y más aún que cualquier homosexual. También recordé la designación que había junto a sus nombres. Era una Q, que significaba Cuáqueros. En el caso de la gente que tenía alguna religión, la marcábamos así. De esa manera podíamos saber quién serviría para qué. Por ejemplo, no era conveniente llamar a un C para un aborto; y no es que hiciéramos muchos últimamente. También recordaba su domicilio. Nos habíamos torturado mutuamente con las direcciones, era importante recordarlas exactamente, con el código postal y todo.

»Para ese entonces había llegado a Mass Avenue, y supe dónde estaba. Y también supe dónde estaban ellos. Ahora me preocupaba otra cosa: cuando esta gente viera que una Tía se acercaba a su casa, ¿no cerrarían la puerta con llave y fingirían no estar? Pero de cualquier manera tenía que intentarlo, era mi única alternativa. Pensé que no era probable que me dispararan. En ese momento eran alrededor de las cinco. Estaba agotada de tanto caminar sobre todo de esa manera en que lo hacían las Tías, como un maldito soldado, con el culo levantado; además, no había comido nada desde la hora del desayuno.

»Lo que, como es lógico, no sabia era que en aquellos días la existencia de las Tías, e incluso del Centro, no eran del dominio público. Al principio, todo lo que ocurría detrás de las alambradas se mantenía en secreto. Incluso entonces podría haber habido objeciones a lo que estaban haciendo. Así que aunque alguna gente hubiera visto a la extraña Tía, realmente no sabían quién era. Podrían haber pensado que era una especie de enfermera del ejército. La gente ya no hacía preguntas, a menos que no tuviera más remedio.

»Así que estas personas me dejaron entrar enseguida. Fue la mujer la que vino a abrir la puerta. Le dije que estaba haciendo una encuesta. Lo hice para que, en el caso de que alguien nos viera, no notara su asombro. Pero en cuanto estuve dentro de la casa, me quité el tocado y les expliqué quién era. Podrían haber telefoneado a la policía, o algo así, sé que corría ese riesgo, pero como digo no tenia otra alternativa. De todos modos, no lo hicieron. Me proporcionaron algunas ropas, un vestido de ella, y quemaron el traje de la Tía y el pase en el hogar; sabían que era lo primero que había que hacer. Era evidente que no les gustaba tenerme en su casa, los ponía nerviosos. Tenían dos hijos pequeños, ambos menores de siete años. Comprendí su situación.

»Fui al lavabo, qué alivio. Y luego la bañera llena de peces de plástico, etcétera. Después me quedé arriba, en la habitación de los niños, y jugué con ellos y sus cubos de plástico mientras sus padres estaban abajo, decidiendo qué harían conmigo. No estaba asustada, en realidad me sentía bastante bien. Fatalista, dirías tú. Después la mujer me preparó un bocadillo y una taza de café y el hombre me dijo que iba a llevarme a otra casa. No se habían arriesgado a llamar por teléfono.

»Los de la otra casa también eran cuáqueros y representaban un recurso interesante porque eran una de las estaciones del Tren Metropolitano de las Mujeres. Cuando la primera pareja se fue, me dijeron que intentarían sacarme del país. No diré cómo, porque tal vez alguna de las estaciones aún funciona. Cada una de éstas estaban en contacto sólo con una de las otras, siempre con la siguiente. Tenía varias ventajas… era mejor si te cogían, pero también desventajas, porque si arrasaban una estación, toda la cadena quedaba desmantelada hasta que lograban establecer contacto con uno de sus correos, que diseñaba un nuevo itinerario. Sin embargo, estaban mejor organizados de lo que cualquiera podría suponer. Estaban infiltrados en un par de lugares útiles; uno de ellos era la oficina de correos. Allí tenían un conductor que llevaba uno de esos prácticos carritos. Logré atravesar el puente y entrar en la ciudad misma dentro de una saca del correo. Ahora puedo contártelo, porque poco tiempo después lo cogieron. Terminó colgado en el Muro. Siempre te enteras de estas cosas; te sorprendería saber la cantidad de cosas de las que te enteras aquí. Los propios Comandantes te las cuentan, me imagino que deben de preguntarse por qué no iban a hacerlo, no hay nadie a quien podamos pasarle la información, excepto al resto de nosotras, y eso no importa.

»Tal como lo cuento parece fácil, pero no lo fue. Estuve todo el tiempo cagada de miedo. Una de las peores cosas era saber que esta gente estaba arriesgando el pellejo por mí sin tener ninguna obligación. Pero decían que lo hacían por motivos religiosos y que yo no debía considerarlo algo personal. Eso me ayudó en cierto modo. Cada noche organizaban una sesión de plegarias silenciosas. Al principio me resultó difícil acostumbrarme a ello, pues me recordaba demasiado la misma mierda del Centro. A decir verdad, me producía dolor de estómago. Tuve que hacer un esfuerzo y decirme a mí misma que esto era una cosa completamente distinta. Al principio lo odiaba. Pero supongo que es lo que les permitía seguir adelante. Sabían más o menos lo que les ocurriría si los descubrían. No detalladamente, pero lo sabían. En ese entonces habían empezado a poner algo de eso en la televisión, los juicios, y cosas por el estilo.

»Esto fue antes de que empezaran a hacerse seriamente las redadas contra las sectas. Al principio, mientras dijeras que eras alguna clase de cristiano y que estabas casado, te dejaban en paz. Primero se concentraron en los otros; pero antes de empezar con los demás, pusieron a los primeros más o menos bajo control.

»Debí de estar en la clandestinidad unos ocho o nueve meses. Me llevaban de una casa segura a otra, en aquel tiempo había más. No todos eran cuáqueros, algunos de ellos ni siquiera eran religiosos. Sencillamente eran personas a las que no les gustaba el rumbo que estaban tomando las cosas.

»Estuve a punto de lograrlo. Me llevaron hasta Salem, y luego me trasladaron en un camión lleno de pollos hasta Maine. Estuve a punto de vomitar a causa del olor. ¿Alguna vez pensaste lo que puede llegar a representar que todo un camión de pollos se te cague encima? Estaban planificando hacerme cruzar la frontera por allí; no en coche ni en camión, porque ya resultaba muy difícil, sino en barco, por la costa. No lo supe hasta la misma noche, nunca te comunicaban cuál era el paso siguiente, hasta el último minuto. Hasta ese punto eran cuidadosos.

»Así que no sé qué ocurrió. Tal vez alguien que se cagó, o alguna persona de afuera que empezó a sospechar. O quizá fue el mismo bote, tal vez pensaron que aquel tío salía demasiadas veces con su bote por la noche. En aquel momento ese lugar debía de ser un hervidero de Ojos, como cualquier sitio cercano a la frontera. Fuera lo que fuese, nos cogieron justo cuando salíamos por la puerta trasera para bajar al muelle. A mí y al tío, y también a su esposa. Era una pareja mayor, de unos cincuenta años. Él se había dedicado al negocio de la langosta, antes de que ocurriera todo el asunto de la pesca en las costas. No sé qué fue de ellos después de eso, porque a mí me llevaron en una furgoneta separada.

»Pensé que para mí era el fin. O que me volverían a llevar al Centro, al cuidado de Tía Lydia y su cable de acero. Ya sabes cómo le gustaba. Fingía toda esa mierda de ama-al-pecador, odia-el-pecado pero disfrutaba. Consideré la posibilidad de escaparme, y tal vez lo habría hecho si hubiera tenido alguna posibilidad. Pero en la parte de atrás de la furgoneta iban conmigo dos de ellos, vigilándome como buitres; no decían casi nada, simplemente estaban sentados y me observaban con esa mirada bizca que suelen tener. Así que era inútil.

»Sin embargo, no fuimos al Centro sino a otro sitio. No entraré en detalles sobre lo que ocurrió después. Será mejor que no lo mencione. Todo lo que puedo decir es que no me dejaron ninguna marca.

»Cuando todo terminó, me hicieron ver una película. ¿Sabes sobre qué? Sobre la vida en las Colonias. En las Colonias se pasaban el tiempo limpiando. En estos tiempos les preocupa mucho la limpieza. A veces sólo se trata de cadáveres, después de una batalla. Lo peor de todo es lo que ocurre en los guetos urbanos, porque los dejan tirados mucho tiempo y se descomponen. A esta gente no le gusta que los cadáveres queden tirados porque tienen miedo de que haya una epidemia, o algo por el estilo. Así que las mujeres de las Colonias se ocupan de quemarlos. De todos modos, las otras Colonias son peores a causa del vertido de sustancias tóxicas y de la expansión de la radiación. Calculan que como máximo se puede sobrevivir tres años a todo esto, antes de que se te caiga la nariz a pedazos y que la piel te quede arrancada como si te quitaras un par de guantes de goma. No se molestan en alimentarlas mucho ni en darles ropa protectora ni nada de eso, resulta más barato no hacerlo. Además, se trata en su mayor parte de gente de la cual quieren deshacerse. Dicen que hay otras Colonias, no tan terribles, en las que se dedican a la agricultura: algodón, tomates y todo eso. Pero no fueron ésas las que aparecían en la película que me mostraron.

»Son mujeres mayores, apuesto a que te has estado preguntando por qué ya no se ven mujeres mayores por ahí; y Criadas que han echado a perder sus tres oportunidades, o incorregibles como yo. Todas las que somos consideradas desechos. Son estériles, por supuesto. Y si no lo eran al principio, lo son después de pasar allí un tiempo. Cuando no están seguros, te hacen una pequeña operación para que no haya ningún error. También calculo que en las Colonias la cuarta parte son hombres. No todos los que ellos llaman Traidores al Género terminan sus días en el Muro.

»Todos llevan vestidos largos, como los del Centro, pero grises. Las mujeres, y los hombres también, a juzgar por las tomas de la película. Supongo que el hecho de que hagan llevar vestido a los hombres es para degradarlos. Mierda, a mí me desmoraliza bastante. ¿Y tú cómo lo soportas? Pensándolo bien, prefiero este traje.

»Después de eso me dijeron que era demasiado peligroso concederme el privilegio de regresar al Centro Rojo. Dijeron que yo sería una influencia corruptora. Podía escoger: esto, o las Colonias. Bueno, mierda, sólo una tonta elegiría las Colonias. Quiero decir que no soy ninguna mártir. Ya me había hecho ligar las trompas hacía años, así que ni siquiera necesitaba la operación. Además, aquí nadie tiene ovarios fértiles, imagínate el tipo de problemas que eso podría provocar.