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– Sosa -repitió Luke conmigo y arrugó la nariz-, eeecs.

– ¿Cuántos años tienes tú? -pregunté a Luke mientras estrellaba el coche patrulla contra el de los bomberos. El bombero jefe volvió a caerse de la escalera-. Tú sí que te pareces a mi tía -le acusé, y Luke se retorció de risa. Reía muy alto.

– ¡Sólo tengo seis años, Ivan! ¡Y no soy una niña!

– Vaya. -En realidad no tengo ninguna tía, pero se me ocurrió decirlo para hacerle reír-. No veo que seis años sean pocos años.

Justo cuando me disponía a preguntarle cuáles eran sus dibujos animados favoritos se abrió la puerta principal y oí un berrido. Luke palideció y miré hacia donde él miraba.

– ¡¡Saoirse, devuélveme las llaves!! -chillaba una voz desesperada. Una mujer aturullada, con las mejillas encendidas y los ojos desorbitados, cuya larga y sucia melena pelirroja colgaba en mechones alrededor de su cara, salió corriendo de la casa. Otro berrido procedente del interior la hizo trastabillar sobre sus zapatos de plataforma en el escalón del porche delantero. Soltó un taco y se apoyó en la pared exterior para no perder el equilibrio. Al levantar la vista miró hacia el extremo del jardín donde estábamos sentados Luke y yo. Cuando abrió la boca para sonreír mostró unos dientes torcidos y amarillentos. Retrocedí un poco sin levantarme. Vi que Luke hacía lo mismo. La mujer saludó a Luke alzando el pulgar y graznó:

– Hasta la vista, chaval.

Dejó de apoyarse en la pared, se tambaleó un poco y se encaminó con paso decidido al coche aparcado en el camino de entrada.

– ¡¡Saoirse!! -La voz de la persona que seguía dentro de la casa volvió a sonar-. ¡¡Como pongas un solo pie en ese coche llamaré a la Garda!!

La pelirroja dio un resoplido, pulsó un botón del llavero del coche y las luces emitieron un destello y se oyó un pitido. Abrió la puerta, subió dándose un golpe en la cabeza y cerró con un sonoro portazo. Desde la otra punta del césped oí el clic del seguro de las puertas. Unos cuantos chicos dejaron de jugar en la calle para contemplar la escena que se desarrollaba delante de ellos.

Finalmente la propietaria de la voz misteriosa salió corriendo al jardín con un teléfono en la mano. Era muy distinta de la otra señora. Llevaba el pelo recogido en un moño impecable y un elegante traje sastre gris que no pegaba con la voz aguda y destemplada que parecía tener. También estaba congestionada y le faltaba el aliento. El pecho le subía y bajaba deprisa mientras corría cuanto le permitían los tacones hacia el coche. Se puso a dar brincos alrededor del coche; primero probó la manecilla de la puerta y al encontrarla cerrada amenazó con llamar al 999.

– Voy a llamar a la Garda, Saoirse -advirtió agitando el teléfono hacia la ventanilla del conductor.

Saoirse se limitó a sonreírle desde dentro del coche y puso el motor en marcha. A la señora que había amenazado con telefonear a la policía se le quebró la voz mientras le suplicaba que bajara del coche. Saltaba sobre uno y otro pie dando la impresión de que dentro de su cuerpo hubiera alguien que se agitara intentando salir, como el Increíble Hulk.

Saoirse salió disparada por la larga rampa adoquinada. A medio camino aminoró la marcha. La mujer del teléfono bajó los hombros y se mostró aliviada. Pero, en lugar de detenerse por completo, el coche avanzó a paso de tortuga mientras la ventanilla del lado del conductor se bajaba y por su hueco asomaban dos dedos levantados en alto con orgullo para que todo el mundo lo viera.

– Bah, volverá dentro de dos minutos -dije a Luke, que me miró de una manera extraña.

La mujer del teléfono observó aterrada cómo el coche volvía a acelerar y casi atropellaba a un niño al enfilar la calzada. Ante ese espectáculo unos mechones de pelo se le soltaron del apretado moño como si quisieran dar caza al coche por su cuenta.

Luke bajó la cabeza y puso al bombero otra vez en la escalera sin decir esta boca es mía. La mujer soltó un chillido de exasperación, levantó los brazos y giró en redondo. Se oyó un crujido cuando un tacón se clavó entre los adoquines de la rampa. La mujer agitó la pierna como una loca, cada vez más frustrada, hasta que al final el zapato salió volando, aunque, eso sí, dejando el tacón bien hincado en la grieta.

– ¡¡Mieeeeeeeeeerda!! -gritó. Renqueando con un zapato de tacón y lo que se había convertido en una zapatilla, emprendió el regreso al porche. La puerta fucsia se cerró de un golpe y ella desapareció dentro de la casa. Los montantes, el pomo y el buzón volvieron a sonreírme y yo sonreí a mi vez.

– ¿A quién estás sonriendo? -preguntó Luke torciendo el gesto.

– A la puerta -contesté considerándolo una respuesta obvia. Se quedó mirándome sin dejar de fruncir el ceño, con la mente a todas luces perdida en un mar de ideas sobre lo que acababa de ver y lo extraño que era sonreírle a una puerta.

Alcanzábamos a ver a la mujer del teléfono a través de los cristales de la puerta principal: caminaba de un lado a otro del vestíbulo.

– ¿Quién es? -pregunté volviéndome hacia Luke. Se quedó pasmado.

– Ésa es mi tía -dijo casi en un susurro-. Vivo con ella.

– Oh -dije-. ¿Quién era la del coche?

Luke empujó lentamente el coche de bomberos entre la hierba, aplastando las briznas al avanzar de rodillas.

– Ah, ella. Es Saoirse -dijo en voz baja-. Es mi mamá.

– Oh. -Se hizo el silencio y me di cuenta de que estaba triste-. Saoirse -repetí el nombre y me gustó lo que sentí al pronunciarlo; como una ráfaga de viento saliéndome de la boca, o como el rumor de los árboles cuando hablan entre sí los días de viento.

– Seeeeer-ssshaaaaa…

De repente Luke me miró de un modo raro y me callé. Arranqué un ranúnculo del suelo y lo sostuve bajo el mentón de Luke. Un resplandor amarillo encendió su pálida piel.

– Eres de mantequilla -sentencié-. Entonces ¿Saoirse no es tu novia?

A Luke se le iluminó el rostro de golpe y rió. Aunque no tanto como antes.

– ¿Quién es Barry, ese amigo tuyo que comentabas? -preguntó Luke estrellando su coche contra el mío todavía con mucha más fuerza.

– Se llama Barry McDonald -contesté sonriendo al recordar lo divertido que era jugar con Barry.

Los ojos de Luke chispearon.

– ¡Barry McDonald va a mi curso en el colegio!

Entonces caí en la cuenta.

– Estaba convencido de que tu cara me sonaba de algo, Luke. Te veía a diario cuando iba al colegio con Barry.

– ¿Ibas al colegio con Barry? -preguntó sorprendido.

– Sí, el colegio era la monda con Barry -sonreí.

Luke entrecerró los ojos.

– Pues yo no te he visto nunca por allí.

Empecé a reír.

– Hombre, pues claro que no me veías, cabeza hueca -dije como si tal cosa.