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Reparando, a veces, en el trabajo literario abundante o, por lo menos, hecho de cosas extensas y completas, de tantas criaturas que o conozco o de quienes sé, siento en mí una vaga envidia, una admiración despreciadora, una mezcla incoherente de sentimientos mezclados.
Hacer algo completo, entero, sea bueno o sea malo -y, si nunca es enteramente bueno, muchas veces no es enteramente malo-, sí, hacer una cosa completa me provoca, quizás, más envidia que cualquier otro sentimiento. Es como un hijo; es imperfecta como todo ente humano, pero es nuestra como lo son los hijos.
Y yo, cuyo [385] espíritu de crítica propia no me permite sino que vea los defectos, las faltas, yo, que no oso escribir más que fragmentos, pedazos, trozos de lo inexistente, yo mismo, en lo poco que escribo, soy también imperfecto.
Más valiera, pues, o la obra completa, aunque mala, que en todo caso es obra, o la ausencia de palabras, el silencio entero del alma que se reconoce incapaz de hacer.
Pienso si todo en la vida no será la degeneración de algo [386] . El ser no será una aproximación -unas vísperas o unos alrededores.
Así como el Cristianismo no fue sino la degeneración profética [387] del neoplatonismo rebajado (…) la romanización [388] del helenismo falso, romano así en nuestra época […] es el desvío múltiple de todos los grandes propósitos, confluyentes u opuestos, de cuyo fracaso surgió la suma de negaciones en que nos afirmamos [389] .
Vivimos una bibliofilia de analfabeto [390] .
¿Pero qué tengo yo que ver, en este cuarto piso, con todas estas sociologías? Todo esto me resulta un sueño, como las princesas de Babilonia, y ocuparnos de la humanidad es fútil, fútil -una arqueología del presente.
Desapareceré entre la niebla, como un extraño a todo.
Viña humana desprendida del sueño del muro y navío con ser superfluo a ras de todo.