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Cuanto más completo el espectáculo del mundo, y el flujo y reflujo de la mutación de las cosas, más profundamente me convenzo de la ficción ingénita de todo, del prestigio falso de la pompa de todas las realidades. Y en esta contemplación, que a todos los que reflexionan les habrá sucedido tener alguna vez, la marcha multicolor de las costumbres y de las modas, el camino complejo de los progresos y de las civilizaciones, la confusión grandiosa de los imperios y de las culturas -todo esto se me representa como un mito y una ficción, soñado entre sombras y olvidos. Pero no sé si la definición suprema de todos esos propósitos muertos, hasta cuando son conseguidos, debe estar en la abdicación extática del Buda, que, al comprender la vacuidad de las cosas, se alzó de su éxtasis diciendo «Ya lo sé todo», o en la indiferencia demasiado experta del emperador Severo: «omnia fui, nihil expedit» -lo he sido todo, nada vale la pena».