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He sentido siempre una repugnancia casi física por las cosas secretas -intrigas, diplomacia, sociedades secretas, ocultismo. Sobre todo me han molestado estas dos últimas cosas -la pretensión, que tienen ciertos hombres, de que, mediante entendimientos con los Dioses o Maestros o Demiurgos, saben (allá entre ellos, excluidos todos nosotros) los grandes secretos que son los cimientos del mundo.

No puedo creer que eso sea así. Puedo creer que alguien lo juzgue así. ¿Por qué no ha de estar toda esa gente loca, o engañada? ¿Por ser varios? Pero hay alucinaciones colectivas.

Lo que me impresiona sobre todo de estos maestros y sabedores de lo invisible es que, cuando escriben para contamos o sugerir sus misterios, todos escriben mal. Me ofende el entendimiento que un hombre que sea capaz de dominar al Diablo no sea capaz de dominar la lengua portuguesa. ¿Por qué ha de ser el comercio con los demonios más fácil que el comercio con la gramática? Quien, a través de largos ejercicios de la atención y de la voluntad, consigue, conforme dice, tener visiones astrales, ¿por qué no puede, con menos dispendio de una y otra cosa, tener la visión de la sintaxis? [¿] Qué hay en el dogma y ritual de la Alta Magia que impida a alguien escribir -no digo ya con claridad, pues puede ser que la oscuridad sea propia de la ley oculta-, sino al menos con elegancia y fluidez, puesto que en lo propiamente abstruso puede haberla [?] ¿Por qué ha de gastarse toda la energía del alma en el estudio del lenguaje de los Dioses y no ha de sobrar un despreciable fragmento con el que se estudie el color y el ritmo del lenguaje de los hombres?

Desconfío de ¡os maestros que no pueden serlo de enseñanza primaria. Son para mí como esos poetas extraños que son incapaces de escribir como los demás. Admito que sean extraños; me gustaría, sin embargo, que me demostrasen que lo son por superioridad a lo normal y no por impotencia.

Dicen que hay grandes matemáticos que se equivocan en las sumas fáciles; pero, aquí, la comparación no es con equivocarse, sino con desconocer. Admito que un gran matemático sume dos y dos para que resulte cinco: es una distracción, y a todos puede sucedemos. Lo que no admito es que no sepa lo que es sumar o cómo se suma. Y éste es el caso de los maestros de lo oculto, en su formidable mayoría.