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El gobierno del mundo comienza en nosotros mismos. No son los sinceros quienes gobiernan el mundo, pero tampoco son los insinceros. Son los que fabrican en sí una sinceridad real por medios artificiales y automáticos; esa sinceridad constituye su fuerza, y es ella la que irradia hacia la sinceridad menos falsa de los demás. Saber engañarse bien es la primera cualidad del estadista. Sólo a los poetas y a los filósofos compete la visión práctica del mundo, porque sólo a éstos les es concedido el no tener ilusiones. Ver claro es no hacer.