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Cuanto más avanzamos en la vida, más nos convencemos de dos verdades que sin embargo se contradicen. La primera es que, ante la realidad de la vida, suenan pálidas todas las ficciones de la literatura y el arte. Producen, es cierto, un placer más noble que los de la vida; pero son como los sueños, en los que experimentamos sentimientos que en la vida no se experimentan, y se conjugan formas que en la vida no se encuentran; son, a pesar de todo, sueños, de los que se despierta, que no constituyen memorias ni nostalgias con las que vivamos después una segunda vida.

La segunda es que, siendo deseo de toda alma noble el recorrer la vida por entero, tener experiencia de todas las cosas, de todos los lugares y de todos los sentimientos vividos, y siendo esto imposible, la vida sólo subjetivamente puede ser vivida por entero, sólo negada puede ser vivida en su substancia total.

Estas dos verdades son irreductibles la una a la otra. El sabio se abstendrá de querer conjugarlas, y se abstendrá también de repudiar una u otra. Tendrá sin embargo que seguir una, añorante de la que no sigue; o repudiar ambas, elevándose por cima de sí mismo en un nirvana personal.

Feliz quien no exige de la vida más de lo que ella espontáneamente le da, guiándose por el instinto de los gatos, que buscan el sol cuando hace sol, y cuando no hace sol el calor, donde quiera que esté. Feliz quien abdica de su personalidad mediante la imaginación, y se deleita en la contemplación de las vidas ajenas, viviendo, no todas las impresiones, sino el espectáculo exterior de todas las impresiones. Feliz, por fin, ese que abdica de todo y a quien, porque ha abdicado de todo, nada puede ser quitado ni disminuido.

El rústico, el lector de novelas, el puro asceta -estos tres son los felices de la vida, porque son estos tres los que abdican de la personalidad: uno, porque vive del instinto, que es impersonal; otro, porque vive de la imaginación, que es olvido; el tercero, porque no vive y, no habiendo muerto, duerme.

Nada me satisface, nada me consuela, todo -haya sido o no- me sacia. No quiero tener al alma y no quiero abdicar de ella. Deseo lo que no deseo y abdico de lo que no tengo. No puedo ser nada sin todo: soy el puente entre lo que no tengo y lo que no quiero.