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La renuncia es la liberación. No querer es poder.
¿Qué puede darme la China que mi alma no me haya dado ya? Y si mi alma no me lo puede dar, ¿cómo me lo dará la China, si es con mi alma cómo veré la China, si la veo? Podré ir a buscar riqueza al Oriente, pero no riqueza del alma, porque la riqueza de mi alma soy yo, y estoy donde estoy, sin Oriente o con él.
Comprendo que viaje quien es incapaz de sentir. Por eso son siempre tan pobres como libros de experiencia los libros de viajes, que valen solamente por la imaginación de quien los escribe. Y si quien los escribe tiene imaginación, tanto nos puede encantar con la descripción minuciosa, fotográfica pelo por pelo, de paisajes que ha imaginado como con la descripción, forzosamente menos minuciosa, de los paisajes que ha supuesto ver. Somos todos miopes, excepto hacia dentro. Sólo el sueño ve con (el) mirar.
En el fondo, hay en nuestra experiencia de la tierra dos cosas sólo: lo universal y lo particular. Describir lo universal es describir lo que es común a toda alma humana y a toda experiencia humana -el cielo vasto, con el día y la noche que acontecen dentro de él; el correr de los ríos -todos de la misma agua sororal y fresca; los mares, montañas trémulamente extensas, que guardan la majestad de la altura en el secreto de la profundidad; los campos, las estaciones, las casas, las caras, los gestos; el traje y las sonrisas; el amor y las guerras; los dioses, finitos e infinitos; la Noche sin forma, madre del origen del mundo; el Hado, el monstruo intelectual que lo es todo… Al describir esto, o cualquier cosa universal como esto, hablo con el alma el lenguaje primitivo y divino, el idioma adámico que todos entienden. ¿Pero qué lenguaje astillado y babélico hablaría yo cuando describiese el Ascensor de Santa Justa [334] , la catedral de Reims, los calzones zuavos, la manera como el portugués se pronuncia en Trasosmontes? Estas cosas son accidentes de superficie; pueden sentirse con el andar pero no con el sentir. Lo que en el Ascensor de Santa Justa es lo Universal es la mecánica que facilita el mundo. Lo que en la catedral de Reims es verdad no es la catedral de Reims, sino la majestad religiosa de los edificios consagrados al conocimiento de la profundidad del alma humana. Lo que en los calzones de los zuavos es eterno es la ficción colorida de los trajes, lenguaje humano que crea una simplicidad social que es a su manera una nueva desnudez. Lo que en las pronunciaciones locales es universal es el timbre casero de las voces de la gente que vive con espontaneidad la diversidad de los seres juntos, la sucesión multicolor de las maneras, las diferencias de los pueblos, y la vasta variedad de las naciones.
Transeúntes eternos por nosotros mismos, no hay paisaje sino el que somos. Nada poseemos, porque ni a nosotros poseemos. Nada tenemos porque nada somos. ¿Qué manos extenderé hacia el universo? El universo no es mío: soy yo.
(¿1930?)