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Las frases que nunca escribiré, los paisajes que no podré describir nunca, con qué claridad las dicto cuando, recostado, no pertenezco, sino lejanamente, a la vida. Cincelo frases enteras, perfectas palabra por palabra, contexturas de dramas se me narran construidas en el espíritu, siento el movimiento métrico y verbal de grandes poemas en todas las palabras, y un gran […] como un esclavo al que no veo, me sigue en la penumbra. Pero si diese un paso, desde la silla donde yazgo entre sensaciones casi realizadas, hacia la mesa donde querría escribirlas, las palabras huyen, los dramas mueren, del nexo vital que unió al murmullo rítmico no queda más que una añoranza lejana, un resto de sol sobre unos montes alejados, un viento que eleva a las hojas al lado del umbral desierto, un parentesco nunca revelado, la orgía de los demás, la mujer que nuestra intuición dice que miraría para atrás, y que nunca llega a existir.
Proyectos, los he tenido todos. La Ilíada que he compuesto tenía una lógica de impulso, una concatenación orgánica de epodos que Hornero no podía conseguir. La perfección estudiada de mis versos por completar en palabras deja pobre a la precisión de Virgilio y débil a la fuerza de Milton. Las sátiras alegóricas que he hecho excedían todas a Swift en la precisión simbólica de los detalles exactamente fijados. ¡Cuántos /Verlaines/ y cuántos Horacios [313] he sido!
Y siempre que me levanto de la silla donde, en verdad, estas cosas no han sido absolutamente soñadas, he tenido [sic ] la doble tragedia de saberlas nulas y de saber que no han sido todas sueño, que algo ha quedado de ellas en el umbral abstracto de pensar yo, y ellas ser.
He sido genio más que en los sueños y menos que en la vida. Mi tragedia es ésta. He sido el corredor que se cayó casi en la meta, cuando era, hasta allí, el primero.