324 Int[ervalo] dol[oroso]
Ni en el orgullo encuentro consolación. De qué enorgullecerme si no soy el creador de mí mismo. Y aunque haya en mí de qué envanecerme, cuánto para no envanecerme.
Yazgo mi vida. Y no sé hacer con el sueño el gesto de levantarme, tan hasta el alma estoy desnudo de saber hacer un esfuerzo.
Los hacedores de sistemas metafísicos, los (…) de explicaciones psicológicas son todavía peores en el sufrimiento. Sistematizar, explicar, ¿qué es sino (…) y construir? Y todo esto -componer, disponer, organizar- qué es sino esfuerzo realizado -¡y cuan desoladoramente es eso vida!
Pesimista, yo no lo soy. Dichosos los que consiguen traducir a lo universal su sufrimiento. Yo no sé si el mundo es triste o malo ni eso me importa, porque lo que los demás sufren me resulta aburrido e indiferente. Una vez que no lloren o giman, lo que me irrita y molesta, ni un encoger de hombros tengo -tan hondo me pesa mi desdén por ellos- para su sufrimiento.
Pero soy [300] quien cree que la vida es medio luz medio sombras. Y no soy pesimista. No me quejo del horror de la vida. Me quejo del horror de la mía. El único hecho importante para mí es el hecho de que yo existo y de que yo sufro y de no poder siquiera soñarme del todo por fuera de mi sentir sufriendo.
Soñadores felices son los pesimistas. Forman el mundo a su imagen y, así, siempre consiguen estar en casa. A mí, lo que me duele más es la diferencia entre el ruido y la alegría del mundo y mi tristeza y mi silencio aburrido.
La vida, con todos sus dolores y recelos y vaivenes, debe ser buena y alegre, como para un viaje en diligencia para quien va acompañado (y lo puede ver) [301] .
Ni, por lo menos, puedo sentir mi sufrimiento como una señal de Grandeza. No sé lo que es. Pero sufro por cosas tan despreciables, me hieren cosas tan triviales, que no oso insultar con esa hipótesis a la hipótesis de que yo pueda tener genio.
La gloria de un poniente bello, con su belleza me entristece. Ante ellos, yo digo siempre; ¡qué contento debe sentirse quien es feliz al ver esto!
Y este libro es un gemido. Una vez escrito él, el Só [302] ya no es el libro más triste que hay en Portugal.
Al lado de mi dolor, todos los demás dolores me parecen falsos o mínimos. Son dolores de gente feliz y dolores de gente que vive y se queja. Los míos son los de quien se encuentra un encarcelado en la vida, aparte…
Entre mí y la vida…
De manera que veo todo lo que angustia. Y todo lo que alegra no lo siento. Y me he dado cuenta de que el mal más se ve que se siente, la alegría más se siente que se ve. Porque no pensando, no viendo, cierto contentamiento se adquiere, como el de los místicos [303] y el de los bohemios y el de los /canallas/. Pero todo, al final, entra [en] casa por la ventana de la observación y por la puerta del pensamiento.