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Los clasificadores de cosas, que son aquellos hombres de ciencia cuya ciencia consiste sólo en clasificar, ignoran, en general, que lo clasificable es infinito y por lo tanto no se puede clasificar. Pero en lo que consiste mi pasmo es en que ignoren la existencia de clasificables desconocidos, cosas del alma y de la conciencia que se encuentran en los intersticios del conocimiento.
Tal vez porque yo piense demasiado o sueñe demasiado, lo cierto es que no distingo entre la realidad que existe y el sueño, que es la realidad que no existe. Y así intercalo en mis meditaciones del cielo y de la tierra cosas que no brillan de sol ni se pisan con pies -maravillas fluidas de la imaginación.
Me doro con ponientes supuestos, pero lo supuesto está vivo en la suposición. Me alegro con brisas imaginarias, pero lo imaginario vive cuando se imagina. Tengo un alma para hipótesis varias, pero esas hipótesis tienen alma propia, y me dan por lo tanto la que tienen.
No hay problema sino el de la realidad, y ése es insoluble y vivo. ¿Qué sé yo de la diferencia entre un árbol y un sueño? Puedo tocar el árbol; sé que tengo el sueño. ¿Qué es esto, en su verdad?
¿Qué es esto? Soy yo quien, solo en la oficina desierta, puedo vivir imaginando sin desventaja de la inteligencia. No sufro interrupción de pensar por parte de los pupitres abandonados y de la sección de remesas sólo con papel y rollos de cuerda. Estoy, no en mi banco alto, sino recostado, por un ascenso sin realizar, en la silla de brazos redondos de Moreira. Tal vez sea la influencia del lugar la que me unge de distraído. Los días de mucho calor dan sueño; me duermo sin dormir por falta de energía. Y por eso pienso así.
25- 7-1932.