No me perdonan que me haya intrusado en sus dominios. Desprecian el trato justo que doy a guacarnacos y espolones campesinos; así es como estos delicados espíritus designan al chusmerío. Han olvidado que la chusma de la gleba era la que amamantaba sus haciendas en servidumbre perpetua. Para estos mancebos de la tierra, para estos fierabrases del garrote, la chusma no era sino un apero de labranza más. Piezas laborativas/procreativas. Utensilios-animados. Trabajaban en los feudos con las rodillas rotas a una orden del sol hasta la caída de la noche. Sin día libre, sin hogar, sin ropa, sin nada más que su nada cansada.

Hasta que recibí el Gobierno, el don dividía aquí a la gente en don-amo/siervo-sin-don. Gente-persona/gente-muchedumbre. De un lado la holganza califaria del mayorazgo godo-criollo. Del otro, el esclavo colgado del clavo. El muerto-ser-continuamente-vivo: Peones, chacareros, balseros, caminadores del agua, del monte, gente de remo y yerba, hacheros, vaqueros, artesanos, caravaneros, montañeses. Esclavos armados una parte de ellos, debían defender los feudos de los kaloikagathoí criollos. Si tuviera Vuecencia la bondad de repetirme el término que se me ha escapado.

Escribe simplemente: Amos. ¿Pretendían aún los dones-amos que la chusma hambrienta además de servirlos los amara? La gente-muchedumbre; en otras palabras, la chusma laborativa-procreativa producía los bienes, padecía todos los males. Los ricos disfrutaban de todos los bienes. Dos estados en apariencia inseparables. Igualmente funestos al bien común: Del uno salen los causantes de la tiranía; del otro, los tiranos. ¿Cómo establecer la igualdad entre ricos y pordioseros? ¡No se fatigue usted con estas quimeras!, me decía el porteño Pedro Alcántara de Somellera en vísperas de la Re volución. Vea usted don Pedro, precisamente porque la fuerza de las cosas tiende sin cesar a destruir la igualdad, la fuerza de la Re volución debe siempre tender a mantenerla: Que ninguno sea lo bastante rico para comprar a otro, y ninguno lo bastante pobre para verse obligado a venderse. Ah ah, exclamó el porteño, ¿usted quiere distribuir las riquezas de unos pocos emparejando a todos en la pobreza? No, don Pedro, yo quiero reunir los extremos. Lo que usted quiere es suprimir la existencia de clases, señor José. La igualdad no se da sin la libertad, don Pedro Alcántara. Ésos son los dos extremos que debemos reunir.

Entré a gobernar un país donde los infortunados no contaban para nada, donde los bribones lo eran todo. Cuando empuñé el Poder Supremo en 1814, a los que me aconsejaron con primeras o segundas intenciones que me apoyara en las clases altas, dije: Señores, por ahora pocas gracias. En la situación en que se encuentra el país, en que me encuentro yo mismo, mi única nobleza es la chusma. No sabía yo que en los días de aquella época el gran Napoleón había pronunciado iguales o parecidas palabras. Empequeñecido, derrotado después, por haber traicionado la causa revolucionaria de su país.

(En el cuaderno privado. Letra desconocida.)

¿Qué otra cosa has hecho tú?… (quemado, ilegible el resto del párrafo).

Me alentó coincidir con el Gran Hombre que en cada momento, bajo cualquier circunstancia, sabía qué tenía que hacer a continuación y lo hacía continuamente. Cosa que ustedes, funcionarios servidores del Estado no han aprendido todavía, ni parece que vayan a aprender ya, según me abruman en sus oficios con preguntas, consultas, zoncerajes sobre la menor nadería. Cuando por fin a las cansadas hacen algo, yo debo proveer también sobre el modo de deshacer lo malo que han hecho.

En cuanto a los oligarcones ninguno de ellos ha leído una sola línea de Solón, Rousseau, Raynal, Montesquieu, Rollin, Voltaire, Condorcet, Diderot. Tacha estos nombres que no sabrás escribir correctamente. Ninguno de ellos ha leído una sola línea fuera del Paraguay Católico, del Año Cristiano, del Florilegio de los Santos, que a estas horas ya también estarán convertidos en naipes. Los oligarcones se quedan en éxtasis hojeando el Almanaque de las Personas Honradas de la Provincia, trepados a las ramas de sus genealogías. No quisieron comprender que hay ciertas situaciones desgraciadas en que no se puede conservar la libertad sino a costa de los más. Situaciones en las que el ciudadano no puede ser enteramente libre sin que el esclavo sea sumamente esclavo. Se negaron a aceptar que toda verdadera Revolución es un cambio de bienes. De leyes. Cambio a fondo de toda sociedad. No mera lechada de cal sobre el desconchado sepulcro. Procedí procediendo. Puse el pie al paso del amo, del traficante, de la dorada canalla. De bruces cayeron del gozo al pozo. Nadie les alcanzó un palito de consuelo.

Redacté leyes iguales para el pobre, para el rico. Las hice contemplar sin contemplaciones. Para establecer leyes justas suspendí leyes injustas. Para crear el Derecho suspendí los derechos que en tres siglos han funcionado invariablemente torcidos en estas colonias. Liquidé la impropiedad de la propiedad individual tornándola en propiedad colectiva, que es lo propio. Acabé con la injusta dominación y explotación de los criollos sobre los naturales, cosa la más natural del mundo puesto que ellos como tales tenían derecho de primogenitura sobre los orgullosos y mezclatizos mancebos de la tierra. Celebré tratados con los pueblos indígenas. Les proveí de armas para que defendieran sus tierras contra las depredaciones de las tribus hostiles. Mas también los contuve en sus límites naturales impidiéndoles cometer los excesos que los propios blancos les habían enseñado. 1

Hoy por hoy los indios son los mejores servidores del Estado; de entre ellos he cortado a los jueces más probos, a los funcionarios más capaces y leales, a mis soldados más valientes.

Todo lo que se necesita es la igualdad dentro de la ley. Únicamente los picaros creen que el beneficio de un favor es el favor mismo. Entiéndanlo todos de una vez: El beneficio de la ley es la ley misma. No es beneficio ni es ley sino cuando lo es para todos.

En cuanto a mí, en beneficio de todos no tengo parientes ni entenados ni amigos. Los libelistas me echan en cara que uso de más rigor con mis parientes, con mis viejos amigos. Rigurosamente cierto. Investido del Poder Absoluto, El Supremo Dictador no tiene viejos amigos. Sólo tiene nuevos enemigos. Su sangre no es agua de ciénaga ni reconoce descendencia dinástica. Ésta no existe sino como voluntad soberana del pueblo, fuente del Poder Absoluto, del absolutamente poder. La naturaleza no da esclavos: el hombre corruptor de la naturaleza es quien los produce. El mojón de la Dictadura Perpetua libertó la tierra arrancándoles del alma los mojones de su inmemorial sumisión. Aquí el único esclavo sigue siendo el Supremo Dictador puesto al servicio de lo que domina. Mas todavía hay quien me compara con Calígula y llega al extremo de inquietar a Incitato nombre del caballito hecho cónsul por ocurrencia peregrina del tonto emperador romano. ¿No hubiera valido más que mi peregrino difamante averiguara el significado de los hechos y no de los desechos de la historia? Hubo, sí, un caballo-cónsul en la Primera junta: Su propio presidente. Mas yo no lo elegí. El Dictador Perpetuo del Paraguay nada tiene que ver con el cónsul solípedo de Roma ni con el bípedo cónsul de Asunción que finó bajo el naranjo.

Me acusan de haber planificado y construido en veinte años más obras públicas de las que los indolentes españoles desedificaron en dos siglos. Levanté en las desiertas soledades del Gran Chaco y de la Región Oriental casas, fortines, fuertes y fortalezas. Las más grandes y poderosas de la América del Sur: El primero de todos, el que antiguamente se decía Borbón. Borré este nombre. Borré esta mancha. Lo que antes no fue sino una estacada de palmas y troncos fue reconstruido desde los cimientos. Así mientras los portugueses fortificaban Coímbra para asaltarnos en el remoto Norte, erigí para contrarrestarlos la Fortaleza del Olimpo. La mandé amurallar de piedras. Bastión inexpugnable. Torreones de enceguedora blancura contra los piratas negros y negreros del Imperio. Luego fue la Fortaleza de San José, al Sur. 1

El edificio del Cabildo, del Cuartel del Hospital, la reconstrucción de la Capital y de numerosos pueblos, villas y ciudades en el interior del país. Todo esto fue posible mediante la primera fábrica de cal que instauré, y no por milagro, en el Paraguay. De modo y manera que, según lo afirma el amigo José Antonio Vázquez, sobre un pasado de adobe y barro batido, yo introduje aquí la civilización de la cal. A las estancias de la patria, a las chacras de la patria, se sumaba así el resplandeciente impulso de la cal patria.

Desde la Casa de Gobierno hasta en el más pequeño rancho del último confín, blanqueó el ampo de la cal patria. Mi panegirista dirá: La Casa de Gobierno se convirtió en receptáculo que recogía las vibraciones del Paraguay entero. Palingenesia de lo blanco en lo blanco. Los chivosis pasquineros murmurarán, por su parte, que se convirtió en el tímpano de los gemidos que exhalan día y noche los cautivos en el laberinto de las mazmorras subterráneas. Trompamandataria. Recipiente de los rumores de un pueblo en marcha. Cornucopia del fruto-múltiple de la abundancia, loan unos. Palacio del Terror que ha hecho del país una inmensa prisión, croan los batracios viajeros, los oligarcones expatriados. ¡Qué me importa lo que digan estos tránsfugas! Digan, que de Dios dijeron. Apología/Calumnia nada significan. Resbalan sobre los hechos. No manchan lo blanco. Blancas son las túnicas de los redimidos. Veinticuatro ancianos están vestidos de blanco ante el gran trono blanco. El ÚNICO que allí se sienta, blanco como la lana: El más blanco de todos en el tenebroso Apocalipsis.

También aquí en el luminoso Paraguay lo blanco es el tributo de la redención. Sobre ese fondo de blancura cegadora, lo negro de que han revestido mi figura infunde mayor temor aún a nuestros enemigos. Lo negro es para ellos el atributo del Poder Supremo. Es una Gran Obscuridad, dicen de mí temblando en sus cubículos. Cegados por lo blanco, temen más, muchísimo más lo negro en lo cual huelen el ala del Arcángel Exterminador.

Me acuerdo muy bien, Excelencia, como si lo estuviera viendo, cuando puso un problema al enviado del Imperio del Brasil. El sabiorondo Correa da Cámara no supo resolver la adivinanza. ¿De qué adivinanza estás hablando? Vuecencia dijo aquella noche al brasilero: ¿Por qué el león con su solo bramido y rugido aterroriza a todos los animales? ¿Por qué el llamado rey de la selva sólo teme y reverencia al gallo blanco? Voy a explicarle el asunto ya que usted no lo sabe, le dijo Vuecencia: La razón es porque el sol, órgano y prontuario de toda luz terrestre y sideral, más efecto produce, se simboliza mejor en el gallo blanco del alba por su propiedad y naturaleza, que en el león rey de los ladronicidios selváticos. El león anda de noche en busca de sus presas y depredaciones, bandeirante de gran melena y hambre grande. El gallo despierta con la luz y se mete al león en el buche. Correa tragó fuerte y revoleó los ojos. Vuecencia le dijo luego: De repente aparecen diablos emplumados en forma de león y desaparecen ante un gallo… ¡Vamos, Patiño, déjate de antiguas animaladas! No podemos pronosticar lo que provendrá. Puede ocurrir que de pronto se inviertan los papeles y que el rey de los ladronicidios selváticos cometa la salvajada de meterse al gallo en la panza. Sólo que esto no sucederá mientras dure la Dictadura Perpetua. Si es Perpetua, Señor, la Dictadura durará eternamente y por toda la eternidad. Amén. Con su licencia suelto un momento la pluma. Voy a santiguarme. Ya estoy, Señor. A su orden. ¡Listo Valois! Conozco tu grito de guerra. Hambre y calambre te atacan. Vete al poroto y santigúate sobre la olla. Basta por ahora. El resto continuará. Envía sucesivamente lo que vaya saliendo. Llévame a la cámara. ¿A la Cámara, Señor? A mi cama, a mi lecho, a mi agujero. Sí, patán, a mi propia Cámara de la Verdad.

1 «En vista de las frecuentes quejas de vecinos de la campaña sobre las depredaciones y robos que los indios cometían en las propiedades rurales con las continuas invasiones que efectuaban, el Dictador Perpetuo en un extenso decreto dictado en marzo de 1816 censuraba agriamente la inepcia de los comandantes de las tropas encargadas de la vigilancia de la frontera, disponiendo sin pérdida de tiempo fueran reforzadas con fuerzas de caballería los destacamentos de Arekutakuá, Manduvirá,Ypytá y Kuarepotí, debiendo las partidas armadas de todos los destacamentos de frontera organizar continuas recorridas en los campos inmediatos, para castigar a los salvajes en cualquier intentona de invasión. El mismo decreto hacía responsables a los comandantes por cualquier timidez que demostraran en el cumplimiento de estas medidas, y mandaba fueran lanceados todos los indios invasores que pudiesen ser tomados prisioneros con robo, mandando se colocasen las cabezas de éstos en el mismo sitio por donde hubieran invadido, sobre picas, distantes cincuenta varas una de otra.

»Los indios más temibles que invadían continuamente la región del Norte, eran los Payaguaces.Vagabundos, habitaban en hordas y aduares nómadas. Muy traicioneros en sus incursiones, vivían dedicándose al robo de ganado, a la pesca y a la caza. Había, sin embargo, un número reducido de indios que tenían sus toldos un poco más al norte de Concepción, quienes ayudaban con sus canoas a las fuerzas del destacamento próximo a dicho punto, a perseguir a los indios matreros. Un malón como de cinco mil de éstos fue reprimido a fines de 1816. Todos fueron lanceados y colocadas sus cabezas sobre picas a cincuenta varas unas de otras formaron un cordón escarmen-tador a lo largo de muchas leguas de frontera de la región invadida donde desde entonces reinó una era de paz que los historiadores denominan la Era de las Cabezas Quietas.» (Wisner de Morgenstern, op. cit )


1 «La Fortaleza de San José es sin discusión la más portentosa de las construcciones de ingenien'a militan única por sus inauditas dimensiones, en toda la América del Sur de la primera mitad del siglo xIx. El proyecto de su erección se concibió al cese de las hostilidades del Brasil y Buenos Aires, en la Banda Oriental, que hizo propicia la invasión del Paraguay hasta ofrecer en ciertos momentos indicios de inminencia Tras detenidos estudios y una cuidadosa concentración de medios se inició la obra en los últimos días de 1833, frente a Itapua, pasando el río, en la Guardia o Campamento de San José. Doscientos cincuenta hombres, pernoctando en tiendas y barracas de cuero en torno al caserío de la Guardia, comenzaron a trabajar simultáneamente. Intermediaron en la dirección (de las obras) el subdelegado José León Ramírez, su reemplazante Casimiro Rojas y el comandante de la guarnición José Mariano Morínigo. Creciendo día a día la ambición del proyecto, todos los hombres que en el transcurso de la ejecución se pudieron contratan resultaban pocos. [Los doscientos cincuenta hombres del comienzo aumentaron a veinticinco mil.] El ritmo de las faenas se intensificó en 1837 y todo finalizó en lo fundamental en los últimos meses de 1838. La Fortaleza, que entre los paraguayos continuó llamándose con el modesto nombre de su origen, Campamento San José, y entre los correntinos y demás provincianos Trinchera de San José o Trinchera de los Paraguayos, tenía un murallón exterior totalmente de piedra, de casi cuatro varas de altura y dos de espesor, con perfil almenado y cuajado de torreones con bocas de fuego batiendo todos los ángulos del horizonte. Salvo la tranquera que se abría en el camino de los convoyes de San Borja, este murallón, con un profundo foso paralelo, se extendía ininterrumpidamente hasta perderse de vista, arrancando del bañado de la Laguna de San José, al borde del Paraná, para después de describir un dilatado semicírculo de muchos kilómetros, volver a cerrarse como un monstruo semienroscado sobre el mismo río.

«Tamaña mole de cal y piedra, símil en cierta manera de la Gran Muralla China, encerraba los cuarteles de la tropa, el alojamiento de oficiales y sargentos, el parque de armas y demás dependencias auxiliares, dispuestos en forma de pequeño pueblo con una calle de quince lances de casas de cada lado, midiendo cada cuarto cinco varas y media, y las aceras más de una cuerda, y por último, hacia las afueras, oprimía dos grandes rinconadas o potreros interiores separados de una espesa selva partida por una picada que iba a desvanecerse en el río.

»En lontananza, ante la mirada de las patrullas correntinas que deambulaban por los montes y las soledades del desierto misionero, la Fortaleza aparecíase de improviso con aspecto impresionante y sobrecogedor Más allá de las murallas, en la punta de un altísimo mástil de urundey enhiesta como una aguja, casi pinchando el cielo, llameaba el símbolo tricolor de la legendaria, respetada y temible República del Perpetuo Dictador» (J. A.Vázquez, Visto y Oído.)