El negro Pilar fue el único ser libre que vivió a tu lado. Al día siguiente te hiciste reembolsar las treinta onzas de oro que te costó su manumisión. Lo mandé ajusticiar porque su corrupción ya no tenía remedio. Entiendo, ex amo, vieja sombra suprema. Mandaste ajusticiar al hombre corrompido por la naturaleza, sólo porque no pudiste entender lo que es una naturaleza corrupta. Escúchame, Sultán; no uses el capcioso lenguaje de los hombres de iglesia. No seas ingrato. Cuando comas da de comer a los perros aunque te muerdan, dijo el gran Zoroastro. Fuiste el único con quien no temí practicar este precepto. Casi podemos decir que comimos en el mismo plato. Mas ahora ni yo como ni tú muerdes. ¿Te has pasado al enemigo tú también, después de muerto? No, ex supremo. Soy perro muy viejo para traicionar mi naturaleza perruna. Tú, el que perseguía a los pasquinistas eres el peor de ellos, atado a la servidumbre voluntaria. No lo quieres admitir porque te lo canta un ex perro, y tú no eres después de todo más que un ex hombre. De haberte observado perrunamente supe que lo que ignorabas de ti es esa parte de tu naturaleza que tu viejo miedo te impedía conocer. Atiéndeme, Sultán, sin colera, sin desprecio. Te consta que jamás he sido cruel por puro gusto. Las atrocidades por su sola atrocidad no son atroces. Me otorgarás por lo menos la fe de que he sabido cumplir con el gran principio de la justicia: Evitar el crimen en lugar de castigarlo. Ajusticiar a un culpable no requiere sino un pelotón o un verdugo. Impedir que haya culpables exige mucho ingenio. Rigor implacable para que no haya rigor. Si después de todo hay aún algún necio que osa cavarse su fosa, pues a la fosa. Quien la quiere la goza. El negro. Suprimido. De la misma manera que se suprime una palabra abusiva. El malvado solo, la palabra sola, nada significan. Ningún riesgo. Tachado. Borrado. Abolidolvídado. Ahora, el silencio es mi manera de hablar. Si entendieran mi habla-silencio podrían vencerme a su vez. Impenetrable sistema de defensa. Eso es lo que crees; carroña suprema. No haces más que enredarte en las palabras. Por el estilo de aquel hombre que fornicaba a tres niñas que había tenido de su madre, entre las cuales había una niña que se casó con su hijo, de suerte que fornicaba con ella, fornicaba a su hermana, su hija y su nuera, y obligaba a su hijo a fornicar a su hermana y a su suegra… (quemado el resto del folio ).

Dentro de poco ya no podrás leer en alta voz.

¿Qué pasará después del primer ictus? Más vulgarmente, después del primer ataque de apoplejía, ¿qué te ocurrirá? Es posible que pierdas el uso de la palabra. ¿Perder la palabra? Bah, no es malo perder lo malo. No; es que no perderás la palabra propiamente dicha sino la memoria de las palabras. Memoria a secas, querrás decir; para eso lo tengo a Patiño. No; quiero decir memoria de los movimientos del lenguaje, ésos de que se valen las palabras para decir algo. Memoria verbal cavándose fosas orbitarias en el Istmo-de-las-Fauces. Pensamiento de lobo agazapado en la Isla-de -Lóbulos entre temporales, parietales, occipitales, lluvias secas sobre las zonas tórridas de Capricornio. Ni la mitad de una media cosecha de siete palabras producirán ya esos áridos cráteres hundidos en doble noche. No podrás tararear siquiera un compás de la Canción de Rolando, según era tu costumbre cuando apuntabas con el telescopio los cielos equinocciales. Esconderás la luna bajo el sobaco, queriéndola defender de los perros que el pastor Silvio azuza a silbidos. Acabarás arrojándola al brocal del aljibe de Broca.

¿Es eso todo, can minervino? No del todo. Es probable que la imagen del fin proyecte la sombra de una cruz sobre tu ensombrecido cerebro. Sientes pesada la lengua, ¿no es cierto? Puedes moverla todavía. Puedes mover la lengua, laringe, cuerdas vocales. No podrás pronunciar por momentos las palabras apropiadas. Las verás muy bien antes de abrir la boca. Te saldrán otras. Palabras equivocadas, desemejantes, mutiladas; no las que has visto y querido pronunciar. Después, el pequeño soplo saliendo de la caverna de los pulmones, trabajado por la lengua, aplastado contra el paladar, no digo roto por los dientes porque ya no los tienes, no producirá ningún ruido.

Por ahora nada más que los primeros síntomas. En lugar de decir trompa pronuncias tromba; en vez de decir a Patiño qué ven tus pupilas, le preguntas qué ven los pezones de tus ojos, ¡eh picaro viejo! En lugar de decir mi lengua, te sale la tijera que tengo en la boca. Lo que no es del todo impropio. Cortas las frases; hablas con una bola en la boca. Embolado. Embolofrástico. Introduces palabras impertinentes, extrañas, malformadas, malinformadas, en lo más simple. Das muchas vueltas haciendo tiempo para pensar en lo que quieres decir y te ha de desdecir. Alteras la formación de las proposiciones. Hablas en infinitivos y gerundios. Verbos que no verberan. Oraciones guijarrosas. Omites sílabas y palabras. Repites sílabas y palabras. Juntas, separas sílabas y palabras. Arbitrariamente. Tú mismo no sabes por qué. Interrumpes a cada paso la conversación. Tartamudeas, alargas los finales; especie de eco de tu ego seco. Espasmo involuntario. Carraspeas, gargajeas, burbujeas sin necesidad. No lubricarás de ese modo sino que arruinarás aún más tu laringe. Garganta en llamas. Tragar tu saliva doble suplicio; por tragar, por ser tu saliva. Su absorción aumenta tu sensibilidad a los efectos de ese tóxico.

Probemos un poco. Di por ejemplo: sufro de alegría. Vamos, abre la boca; pronuncia la proposición. Nada más fácil: Orfus ed alergia. ¿Has visto? Inversión de letras. Invención de una palabra que no se conoce todavía. Otra frase. Profiere la consigna suprema. Avante. ¡INDEPENDENCIA O MUERTE! Bueno, está bien; te ha salido correcta. Con esta sentencia tienes la ventaja de su constante repetición. El mecanismo del lenguaje tiene por fundamento la repetición, y por la repetición es como se generan los cambios del lenguaje.

De todos modos vas perdiendo rápidamente la memoria del habla. Te atribuyes frases que has leído, escuchado. Estás más irritable que antes. Para peor, el oído también se te empieza a estropear. Hilas mal. Oyes mal. Inútil que trates de hurgártelo con la pluma. Ni con una lanza. No sirve de nada. Vas cabalgando hacia la sordera verbal, hacia la mudez absoluta. Llegará el momento en que no te oirá ni el cuello de la camisa. No te inquietes demasiado. Sólo estás en los comienzos. Además tu entendimiento permanece y permanecerá incólume.

¡Bien se ve, pobre Sultán, que el estar tanto tiempo bajo tierra te ha des-celebrado! La tierra te ha comido entero. Sólo ha dejado lo peor de ti. Escoria perrosa. Siempre fuiste malagradecido, olvidadizo. Nunca manifestaste el menor sentimiento de placer ni de gratitud por mucho que me esmerara en halagarte, en satisfacer tus menores deseos. Muchas veces te mostrabas airado. Sólo contra mí. Cínicamente burlón. En la vejez ya no podías sorber ni la sopa; yo mismo te la metía en la boca. Tu agradecimiento era tirarme una dentellada cuando ya te sentías satisfecho. Pocas gracias. Cuando el sueño te subía al tálamo, sólo se te podía despertar a empujones, haciendo mucho ruido. Luego el sueño se hizo más pesado que todos los tálamos e hipotálamos. Más que todos los empujones. Más que todos los ruidos. ¿Qué ruido es el que estás haciendo contra mí desde tu postuma postura perruna?

Primero olvidarás los nombres, después los adjetivos, aun las interjecciones. En tus grandes explosiones de cólera, en el mejor de los casos, ocurrirá que todavía consigas articular algunas frases, las más remanidas. Por ejemplo, antes decías: Quiero, significa poder decir no quiero. Dentro de poco, cuando te impongas decir NO, sólo podrás farfullar después de muchas pruebas, en el colmo de la irritación: ¡No puedo decir NO!

Empezarás por los pronombres. ¿Sabes lo que será para ti no poder recordar, no poder tartamudear más YO-EL? Tu sufrimiento acabará pronto. Al fin no podrás siquiera acordarte de recordar.

A la sordera se te sumará la ceguera verbal. Polvo de pulvinar tapará con su arenilla tus focos ópticos. Perderás también por completo la memoria visual. Cuando eso llegue por supuesto seguirás viendo; pero aunque no te hayas movido de lugar te encontrarás en un lugar completamente distinto. No podrás ya imaginar de memoria nada conocido, y lo no conocido, ¿cómo podrás reconocerlo?

De una parte asaltado por sonidos idiotas de una lengua extranjera. Idioma extinguido que revive un momento al ser cortado en pedacitos por tu lengua-tijera. De otra parte, imágenes desconocidas. Seguirás viendo algunos objetos; no podrás ver las letras de los libros ni lo que escribes. Lo que no te impedirá la capacidad de copiar; hasta de imitar las letras de una escritura extraña, sin que entiendas por ello su sentido. Escribo, dirás, como si tuviera los ojos cerrados aunque sé que los tengo bien abiertos. Será para ti una hermosa experiencia. La última. Si te sientes muy aburrido, podrás jugar al dominó o a las cartas con Patiño; incluso ganarle todas las veces que quieras.

Escúchame, Sultán…

Entiendo, entiendo; no tiene necesidad de decirme nada, ex supremo. Todo lo tuyo me resulta sumamente claro. Quieres escribir. Hazlo. Te sobra aún un poco de eso que los humanos llamamos tiempo. Tu mano seguirá escribiendo hasta el fin y aun después del fin, aunque ahora digas: Sé bien cómo se ha de escribir la palabra, mas cuando quiero escribir con la mano derecha no sé cómo hacerlo. Nada más simple. Quien no puede escribir ya con la mano derecha puede hacerlo con la izquierda; quien no puede hacerlo con la mano puede hacerlo con los pies. Aun con el brazo derecho paralizado, la pierna izquierda hinchándose cada vez más, puedes seguir escribiendo. No importa que no veas lo que escribes. No importa que no lo entiendas. Escribe. Sigue el hilo conductor sobre el laberinto horizontal-vertical de los folios, en nada parecido a las circunvoluciones de tus latomías subterráneas. Tu habla es tan obscura que parece salir de esas mazmorras.

¡Escúchame, Sultán!…

Prueba de las rememoraciones. Te aclaro con un ejemplo. Si hubieras vivido en la edad en que se inventaron aparatos de reproducción cinética visual, verbal, no habrías tenido dificultad. Podrías haber impreso estos apuntes, el discurso de tu memoria, lo copiado a otros autores, en una placa de cuarzo, en una cinta imantada, en un hilo de células fotoeléctricas del grosor de un diezmilésimo de un pelo, y olvidarlo allí por completo. Luego, por un movimiento casual de la máquina, lo hubieras oído de nuevo y reconocido como propio por ciertas propiedades. Lo hubieses continuado tú, u otro cualquiera; la cadena no se habría interrumpido. Pero ese futuro de máquinas y aparatos no ha retrocedido aún a este país salvaje, que amas y odias; por el que vives y vas a morir.