Jane frunció el entrecejo y Anne miró a Sophy tratando de adivinar sus pensamientos.
– Sophy, no te inquietes por esto -dijo Jane-. Muestra la carta a Ravenwood y deja que él maneje el asunto.
– Tú misma has dicho que él manejaría la situación mandándola al diablo y el resultado sería que esas cartas aparecerían impresas.
– Ésta es una situación de lo más denigrante -declaró Anne-. Pero no le encuentro solución obvia.
Sophy vaciló un momento y luego dijo tranquilamente.
– Decimos eso porque somos mujeres y por lo tanto, estamos acostumbradas a no tener poder. Pero existe una solución si una mira todo esto como lo vería un hombre.
Jane la miró confundida.
– ¿Qué estás pensando, Sophy?
– Esto -declaró Sophy, con un nuevo sentido resolutivo- es claramente una cuestión de honor.
Anne y Jane se miraron entre sí y luego a Sophy.
– Estoy de acuerdo -dijo Anne lentamente-, pero no entiendo en qué cambia las cosas verlo de ese modo.
Sophy miró a su amiga.
– Si un hombre recibiera una carta extorsiva debido a una indiscreción pasada de su esposa, entonces el hombre en cuestión no vacilaría en retar a duelo al chantajista.
– ¡Retarlo a duelo! -Jane estaba fuera de sí-. Pero Sophy, ésta no es la misma situación.
– ¿No?
– No, no lo es -dijo Jane rápidamente-. Sophy, esto te involucra a ti y a otra mujer. No es posible que consideres este medio de solucionar las cosas.
– ¿Por qué no? -preguntó Sophy-. Mi abuelo me enseñó a usar una pistola y sé dónde puedo conseguir un par de armas para el evento.
– ¿Y de dónde conseguirías un par de armas para duelo?-preguntó Jane con cierta incomodidad.
– Hay dos en un estuche, montado sobre una pared, en la biblioteca de Julián.
– Dios querido -exhaló Jane.
Anne inspiró profundamente, con la expresión cargada de determinación.
– Tienes razón. Jane. ¿Por qué no retar a duelo a Charlotte Featherstone? No hay duda de que ésta es una cuestión de honor. Si invirtiéramos la situación de manera que la indiscreción hubiera sido de Sophy, indudablemente Ravenwood tomaría una decisión violenta.
– Necesitaré padrinos -dijo Sophy, pensativa, mientras la idea empezaba a tomar forma en su cabeza.
– ¿Qué tal una madrina? Yo me ofrezco -declaró Anne, con toda lealtad-. Sucede que sé cómo cargar una pistola. Y Jane también se ofrecerá para ser madrina, ¿verdad, Jane?
Jane lanzó un improperio.
– Esto es una locura. Simplemente, no puedes hacerlo, Sophy.
– ¿Por qué no?
– En primer lugar, porque tienes que lograr que Featherstone acepte el duelo. Y lo más probable es que no lo haga.
– No estoy tan segura de que se niegue -murmuró Sophy-. Esa mujer es de lo más inusual y muy aventurera. Todas hemos coincidido en ese punto. No llegó adonde está hoy por ser una cobarde.
– Pero ¿por qué habría de arriesgar su vida en un duelo?-preguntó Jane.
– Si es una mujer honorable, lo hará.
– Pero ése es precisamente el punto, Sophy. Esa mujer no tiene ningún honor -exclamó Jane-. Es una mujer de la vida, una cortesana, una prostituta profesional.
– Eso no implica que no tenga honor-dijo Sophy-. Algo que escribió en sus Memoirs me ha llevado a la conclusión de que esa mujer tiene un código y que se rige por él.
– La gente honorable no envía cartas de chantaje -comentó Jane.
– Tal vez. -Se quedó callada por un momento-. Quizá lo hagan, bajo determinadas circunstancias. Sin duda, FeatherStone siente que los hombres que alguna vez la usaron le deben una pensión para su vejez. Simplemente, ella trata de recaudarla.
– Y según los rumores, está cumpliendo su palabra de no mencionar a aquellos que pagaron el chantaje -dijo Anne-. Sin duda eso implica cierta clase de comportamiento honorable.
– No me digas que de verdad estás defendiéndola. -Jane parecía atónita.
– No me interesa cuánto te paguen los demás, pero ciertamente no permitiré que las cartas de amor que Julián le escribió aparezcan en público -dijo Sophy categóricamente.
– Entonces envíale tas doscientas libras -imploró Jane-. Si es tan honorable, no publicará las cartas.
– Eso no sería correcto. Es deshonesto y cobarde pagar a un chantajista -dijo Sophy-. Así que, como verás, no me queda Otra alternativa más que retarla a duelo. Es exactamente lo que un hombre haría en una circunstancia similar.
– Dios querido -murmuró Jane, desolada-. Tu lógica me sobrepasa. No puedo creer que esto esté sucediendo.
– ¿Ambas me ayudaréis? -Sophy miró a sus amigas.
– Puedes contar conmigo-dijo Anne-. Y con Jane también. Es sólo que ella necesita cierto tiempo para adaptarse a la situación.
– Dios querido -repitió Jane.
– Muy bien -dijo Sophy-, lo primero es averiguar si Featherstone aceptará batirse conmigo en el campo de honor. Hoy mismo le enviaré el mensaje.
– Como tu madrina, me encargaré de que lo reciba.
Jane la contempló, azorada.
– ¿Estás loca? No puedes retar a duelo a una mujer como Featherstone. Podrían verte. Te arruinaría rotundamente frente a la sociedad. Te verías obligada a regresar al campo de tu padre. ¿Eso quieres?
Anne se puso pálida y, por un instante, el pánico asomó a sus ojos.
– No, indudablemente no quiero eso.
Sophy estaba alarmada por la violenta reacción de su amiga ante la perspectiva de tener que volver al campo. Frunció el entrecejo, preocupada.
– Anne, no quiero que te arriesgues innecesariamente por mi culpa.
Anne meneó la cabeza e, inmediatamente, sus mejillas recobraron el color de siempre y sus ojos, el brillo habitual.
– No hay cuidado- Enviaré a un muchacho por tu nota para Featherstone y le pediré que me la traiga directamente a mí. Después, yo iré disfrazada a casa de Featherstone y esperaré la respuesta. No te preocupes, nadie me reconocerá. Cuando me disfrazo, realmente parezco un muchacho joven. Ya lo he intentado antes y me divertí mucho.
– Sí -dijo Sophy, pensándolo-. Eso dará resultado.
La ansiosa mirada de Jane se movía desde Anne hacia Sophy y luego a la inversa.
.-Esto es una locura.
– Es mi única opción honorable -dijo Sophy con toda sobriedad-. Debemos tener esperanza en que Featherstone acepte el desafío.
– Yo, por mi parte, rezaré para que lo rechace -dijo Jane.
Cuando Sophy regresó a su casa media hora después, se enteró de que su esposo deseaba verla en la biblioteca. Su primer instinto fue el de mandarle a avisar que no iría porque se sentía indispuesta. Sabía que no podía enfrentarse a su esposo con cierto grado de cordura. La carra de desafío hacia Charlotte Featherstone quedaba por redactarse.
Pero esquivar a Julián habría sido una cobardía y ese día, menos que ningún Otro, ella no deseaba ser una cobarde. Tenía que practicar para lo que la aguardaba.
– Gracias, Guppy -le dijo al mayordomo-. Iré a verlo de inmediato. -Giró sobre los tacones de sus botas y salió con paso decidido rumbo a la biblioteca.
Julián levantó la cabeza de su libro de contabilidad cuando la sintió entrar. Se puso de pie gentilmente.
– Buenos días, Sophy. Veo que has estado cabalgando.
– Sí, milord. Era una bonita mañana para hacerlo. -Su mirada se posó directamente en las pistolas de duelo que estaban montadas en su estuche correspondiente, sobre una de las paredes detrás de Julián. Se trataba de armas letales, de caño largo y cargador pesado, creadas por Mantón, uno de los fabricantes de armamento más famosos de Londres.
Julián sonrió a Sophy.
– Si me hubieras informado que tenías deseos de ir a cabalgar hoy, me habría sentido muy feliz de acompañarte.
– Fui a pasear con algunas amigas.
– Ya veo. -Arqueó vagamente las cejas, como siempre lo hacía cada vez que estaba un tanto molesto-. ¿Debo entender con eso que no me consideras tu amigo?
Sophy lo miró y se preguntó si alguna vez una persona arriesgaría su propia vida sólo por un simple amigo.
– No, milord. Tú no eres mí amigo. Eres mi esposo.
Julián apretó los labios.
– Quiero ser ambas cosas, Sophy.
– ¿De verdad, milord?
Julián se sentó y lentamente cerró el libro.
– Parece que no crees que esa condición sea muy posible.
– ¿Lo es, milord?
– Creo que podríamos lograrlo si ambos nos esforzamos por ello. La próxima vez que desees cabalgar por la mañana, debes permitirme ir contigo, Sophy.
– Gracias, milord. Lo tendré en cuenta. Pero realmente, no quería robarte tiempo de tu trabajo.
– No me importaría si es para distraerme un poco. -Le sonrió-. Siempre es una inversión de tiempo si lo usamos bien, como por ejemplo, para hablar de técnicas de manejo agropecuario.
– Me remo que ya hemos agotado el tema de cría de ganado lanar, milord. Ahora, si me disculpas, debo retirarme.
Incapaz de soportar durante un momento más ese enfrentamiento con Julián, Sophy dio media vuelta y salió rápidamente de la biblioteca. Se levantó las faldas y enaguas para subir las escaleras a toda velocidad. Una vez arriba, corrió por el pasillo hasta llegar a la privacidad de su alcoba.
Estaba caminando de aquí para allá, redactando mentalmente la carta para Featherstone cuando Mary golpeó a la puerta.
– Adelante -dijo Sophy e hizo una mueca cuando su dama de compañía entró en el cuarto con su gorro de montar verde en la mano-. Oh, Dios, ¿se me cayó en el pasillo, Mary?
– Lord Ravenwood dijo a uno de los criados que lo había perdido hace pocos minutos en su biblioteca, señora. Hizo que se lo trajeran para que no se preocupara por averiguar dónde estaba.
– Ya veo. Gracias. Bien, Mary, necesito estar sola. Tengo que ponerme al día con mi correspondencia.
– Por supuesto, señora. Le diré a todo el personal que la señora no desea que la molesten por un rato.
– Gracias -repitió Sophy y se desplomó sobre la silla de su escritorio para escribir la carta para Featherstone. Lo intentó varias veces, pero al final, se sintió satisfecha con el resultado:
«Estimada Señorita C.F.:
He recibido su escandalosa carta referente a nuestro amigo en común, esta mañana. En ella usted amenaza con publicar ciertas cartas indiscretas a menos que yo me someta a su chantaje. No haré semejante cosa.
Debo permitirme informarle que me ha insultado gravemente, por lo que exijo una compensación. Propongo por este medio arreglar esta disputa mañana al amanecer. Por supuesto que tiene libertad de escoger las armas, pero yo propongo pistolas porque puedo conseguirlas.