– Excelente, estoy seguro de que Miles se sentirá feliz de ir a buscarte una copa, ¿verdad, Thurgood?
Miles se puso de pie e hizo una reverencia a Sophy.
– Será un honor, lady Ravenwood. Pronto regresaré. -Se volvió para desaparecer tras las cortinas del palco pero se detuvo por un segundo-. Le ruego me disculpe, lady Ravenwood
– dijo con una amplia sonrisa-, pero la pluma de su cabello parece estar por caerse. ¿Puedo acomodársela?
– Oh, Dios. -Sophy extendió la mano para acomodar la ofensora pluma justo en el momento en que Miles se le acercaba para ayudarla.
– Ve a buscar la limonada, Thurgood -le ordenó Julián, tomando él la pluma-. Soy perfectamente capaz de encargarme del atuendo de Sophy personalmente. -Ajustó la pluma entre los rizos de Sophy mientras Miles se escurría del palco.
– Realmente, Julián, no tenías necesidad de echarlo sólo porque me señaló a Charlotte Featherstone. -Sophy lo miró con reprobación-. Sucede que he sentido mucha curiosidad por esa mujer.
– No me imagino por qué.
– Vaya, porque he estado leyendo las Memoirs -explico Sophy, inclinándose hacia adelante una vez más, para tratar de ver a la dama de verde.
– ¿Que has estado leyendo qué? -La voz de Julián sonó sofocada.
– Estamos estudiando las Memoirs de Featherstone en las reuniones de los miércoles por la tarde con Fanny y Harry. Debo agregar que es una lectura fascinante. Qué visión tan peculiar de la sociedad. No vemos la hora en que salga el próximo fascículo.
– Maldita sea, Sophy. Si hubiera sospechado que Fanny te expondría a esa basura, jamás te habría permitido que asistieras a esas reuniones de los miércoles. ¿Cuál es el significado de toda esa tontería? Se supone que debes estar estudiando literatura o filosofía natural, no los mamarrachos chismosos que escribe una golfa.
– Cálmate, Julián. Soy una mujer casada de veintitrés años, no una adolescente de dieciséis que aún va a la escuela. -Le sonrió-. Yo tenía razón. De veras eres demasiado estricto en muchos aspectos.
Julián la miró con los ojos entrecerrados, apenas controlando su ira.
– Estricto es un término demasiado suave para calificar el modo en que me siento ahora, sobre este tema en particular. Te prohibo que leas más fascículos de las Memoirs. ¿Has entendido bien?
Parte del buen humor de Sophy comenzó a desaparecer. Lo último que deseaba hacer era arrumar la velada con una discusión, pero sentía que debía aclarar su posición. La noche anterior había cedido en uno de los puntos más cruciales de su pacto nupcial y no estaba dispuesta a ceder en otro.
– Julián -le dijo ella suavemente-. Debo recordarte que antes de que nos casáramos discutimos el tema de la libertad que gozaría yo respecto de la literatura escogida.
– No me eches en cara ese tonto acuerdo, Sophy. No tiene nada que ver con este asunto de las Memoirs de Featherstone.
– No es ningún acuerdo tonto y está completamente relacionado con este asunto. Estás tratando de dictar lo que puedo y lo que no puedo leer. Hemos convenido claramente que no lo harías.
– No quiero reñir contigo por esto -dijo Julián, apretando los dientes.
– Excelente. -Sophy le dirigió una sonrisa de alivio-. Yo tampoco quiero reñir contigo por esto, milord. ¿Ves? Podemos coincidir en ciertas cosas fácilmente. Es una buena señal, ¿no crees?
– No me malinterpretes -estalló Julián-. No debatiré esto contigo. Estoy diciendo elocuentemente que no quiero que leas más fascículos de las Memoirs. En mi carácter de esposo, te lo prohibo terminantemente.
Sophy inspiró profundamente, sabiendo que no podía permitirle que tiranizara de ese modo con ella.
– Me parece que yo ya he hecho un compromiso muy grande en cuanto a nuestro pacto de matrimonio, milord. No puedes pretender que haga otro. No es justo y yo creo que, en el fondo, tú eres un hombre honesto.
– No es justo. -Julián se le acercó y le tomó una de las muñecas-. Sophy, mírame. Lo que sucedió anoche entre los dos no puede calificarse como compromiso. Simplemente lo pensaste y te diste cuenta de que ese punto en particular era irracional y antinatural.
– ¿De verdad? Qué perspicaz de mi parte.
– No es para que te burles, Sophy. En un principio, cometiste un error al insistir en que se incluyera esa cláusula, y a última hora tuviste la sensatez de enmendar ese error. Este asunto de leer las Memoirs es otra cosa distinta, en la que estás equivocada. Debes permitirme guiarte en este tipo de cosas.
Ella lo miró.
– Sé razonable, milord. Si te cedo esto también ahora, ¿qué me exigirás en un futuro? ¿Que ya no controle mí herencia?
– Al demonio con tu herencia -vociferó Julián-. No quiero tu dinero y lo sabes.
– Eso dices ahora. Pero hace pocas semanas también decías que no te importaba lo que leyera. ¿Qué seguridad puedo tener de que no cambiarás de parecer también respecto de mí herencia?
– Sophy, esto es agraviante. En nombre de Dios, ¿por qué tanto interés en leer las Memoirs.
– Porque me parecen fascinantes, milord. Charlotte Featherstone es una mujer de lo más interesante. Sólo piensa en lo que ha tenido que pasar.
– Ha pasado por muchos hombres y no quiero que tú te enteres de todos los detalles sobre todos y cada uno de sus amoríos.
– Me encargaré de no volver a mencionar este tema, milord, ya que, obviamente, lo ofende mucho.
– Te encargarás de no volver a leer sobre el tema. -La corrigió ominosamente. Luego suavizó la expresión-, Sophy, cariño, no vale la pena que riñamos por esto.
– No podría estar más de acuerdo contigo, milord.
– Lo que quiero de ti simplemente es que seas racionalmente circunspecta respecto de tus elecciones literarias.
– Julián, por fascinante e instructiva que pueda ser la cría animal y las técnicas de manejo agropecuario, a veces el tema se torna un poco tedioso. Sencillamente, debo tener un poco de variedad en las cosas que leo.
– Seguramente no querrás rebajarte a los chismes baratos de las Memoirs, ¿no?
– Te advertí expresamente el día que convinimos en que nos casaríamos que tengo un lamentable gusto por los chismes entretenidos.
– No te permitiré fomentarlo.
– Aparentemente, sabes mucho sobre los chismes que se escriben en las Memoirs. ¿Por casualidad, estás leyéndolas también? Quizá podríamos encontrar terreno de debate.
– No. No las estoy leyendo y no tengo la intención de hacerlo. Además…
La voz de Fanny sonó en la entrada, interrumpiendo la siguiente frase de Julián.
– Sophy, Julián, buenas noches. ¿Pensasteis que no vendríamos? -Fanny atravesó las cortinas, vestida en seda color bronce. Harriette Rattenbury estaba detrás de ella, resplandeciente con su característico vestido lila y un turbante.
– Buenas noches a todos. Lamentamos tanto el retraso.-Harriette sonrió a Sophy-. Querida, estás preciosa esta noche. Ese celeste te queda muy bien. ¿Por qué las caras largas? ¿Sucede algo malo?
Inmediatamente, Sophy esbozó una sonrisa y liberó su muñeca del puño de Julián.
– En absoluto, Harry. Sólo estaba preocupada por ustedes.
– Oh, nada por lo que alarmarse -le aseguró Harriette, mientras se sentaba con un suspiro de alivio-. Me temo que fue toda mi culpa. El reumatismo empezó a afectarme temprano esta tarde y me di cuenta de que me he quedado sin mi tónico especial. La querida Fanny insistió en enviar a buscar más y por eso nos retrasamos en vestirnos para asistir al teatro. ¿Cómo está la actuación? ¿Catatani está en buena forma?
– Me enteré de que vació un orinal en la cabeza de su amante justo antes de salir a escena -dijo Sophy de inmediato.
– Entonces, probablemente esté haciendo una actuación espectacular -rió Fanny-. Todos saben que da lo mejor de sí cuando se pelea con uno de sus amantes. Le brinda fuerza y vivacidad a su trabajo.
Julián miró la aparentemente serena expresión de Sophy.
– La escena más interesante de todas es la que está teniendo lugar en este mismo palco, tía Fanny, y tú y Harry sois las causantes.
– Altamente improbable -murmuró Fanny-. Nunca damos escenas, ¿verdad, Harry?
– Dios me ampare, no. Sería muy impropio.
– Suficiente -gruñó Julián-. Acabo de enterarme de que estáis estudiando las Memoirs en tus reuniones de los miércoles por las tardes. ¿Qué rayos pasó con Shakespeare y Aristóteles?
– Se murieron -señaló Harriette.
Fanny ignoró la risita disimulada de Sophy y meneó la mano con lánguida gracia.
– Julián, no dudo de que, como hombre razonablemente bien educado, debes saber el amplio espectro que abarcan los intereses de una persona inteligente. Y todos los miembros de mi pequeño club son inteligentes. No deben interponerse obstáculos en la infinita búsqueda por aprender.
– Fanny, te lo advierto, no quiero que Sophy quede expuesta a estas tonterías.
– Demasiado tarde -objetó la muchacha-. Ya he quedado expuesta.
Julián se volvió con una expresión sombría.
– Entonces debemos limitamos a mitigar los efectos. No leerás más fascículos. Te lo prohibo. -Se puso de pie-. Ahora, si ustedes me excusan, señoras, iré a ver qué está retrasando tanto a Miles. Enseguida regreso.
– Ve, Julián -susurró Fanny, alentadoramente-. Estaremos bien.
– Sin duda -coincidió fríamente-. Haz todo lo que esté a tu alcance para evitar que Sophy se caiga del palco en sus intentos por ver mejor a Charlotte Featherstone.
Asintió una vez, dirigió una última y gélida mirada a Sophy y se retiró. Sophy suspiró cuando las cortinas se cerraron detrás de él.
– Es bueno en el arte de retirarse con la última palabra, ¿no? -señaló.
– Todos los hombres lo son -comentó Harriette, mientras extraía su monóculo de su bolso bordado-. Las usan frecuentemente, pues es como si siempre se estuvieran yendo. De la escuela, de la guerra, de casa para ir al club o a ver a sus amantes.
Sophy consideró el comentario por un momento.
– Yo diría que no es exactamente un caso de salir a algún sitio sino de escapar.
– Una observación excelente -dijo Fanny muy animada-. Qué razón tienes, querida. Lo que acabamos de presenciar ha sido decididamente una retirada estratégica. Está claro que Julián aprendió muchas tácticas bajo las órdenes de Wellington.
Veo que estás aprendiendo a ser una buena esposa muy rápidamente.