Изменить стиль страницы

– ¿Qué he de hacer? -repuso Guillermo aliviado.

– Hace unos meses, un legado papal, Peyre de Castelnou, fue asesinado por los herejes cerca de Saint Gilles y unos documentos muy importantes que traía consigo, robados -concretó Arnaldo-. Vos os uniréis a la cruzada, saldréis hacia el sur y los encontraréis para mí.

Guillermo vio de inmediato que no le quedaba otra salida, tendría que cruzarse y olvidar a la dama casada de París.

– ¿Y cómo esperáis que encuentre los documentos?

– Usad vuestro ingenio, pero tendréis que aprender la lengua de oc, naturalmente. El prior Gerard dice que tenéis una habilidad extraordinaria con los idiomas. Y en ocasiones, deberéis mezclaros con la chusma en las tabernas e indagar. También sois hábil en eso,¿verdad?

Guillermo preguntó más sobre las circunstancias del asalto, pero Arnaldo liquidó el tema con concisión: ya se enteraría por el camino de los detalles. Despidió al muchacho, que en genuflexión volvió a besarle el anillo, y llamaron a un fraile para que le acompañara a la puerta. Su mente funcionaba a toda velocidad. «¿Por que me pide que encuentre lo robado y no al culpable?», se preguntaba. Aquello era extraño. Quizá el abad pensaba que lo uno llevaría a lo otro.

Cuando llegaron al patio de caballerizas, Guillermo, con la excusa de que conocía bien la casa y que quería saludar a un conocido, se despidió de su acompañante. La conversación con el aludido fue muy breve y, tan pronto vio que el fraile desaparecía, volvió a entrar en el edificio principal y se dirigió a la habitación que daba al otro lado de la celosía. Desde allí pudo observar al legado, que ya se despedía del prior Gerard.

– Teníais razón, Gerard; es el hombre para esta misión. Sagaz, ambicioso, atrevido.

– Pero no es persona piadosa, nunca lo será -advirtió el anciano.

– Hoy la Iglesia no necesita hombres con piedad -repuso Arnaldo esbozando una sonrisa extraña.