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»De entonces acá, los Lobos Grises ejecutan contratos. Ali Agça, el individuo que disparó contra el Papa en 1981, era un Bozkurt . Hoy, la mayoría son mercenarios que han guardado sus opiniones políticas en un cajón. Pero los más peligrosos siguen siendo fanáticos, terroristas capaces de lo peor. Iluminados que creen en la supremacía de la raza turca, en la reinstauración de un imperio turcófono.

Paul escuchaba desconcertado. No veía la menor relación entre aquellas historias del año de la polca y el caso que tenían entre manos.

– ¿Y se supone que esos tíos se han cargado a las chicas?

– El del chándal Adidas los vio llevarse a Ruya Berkes.

– ¿Les vio la cara?

– Llevaban pasamontañas, como los comandos.

– ¿Como los comandos?

– Son guerreros, muchacho -rezongó Schiffer-. Soldados. Se dieron a la fuga en un coche negro. El del chándal no se acuerda ni de la matrícula ni de la marca. O no quiere acordarse.

– ¿Por qué está tan seguro de que eran Lobos Grises?

– Gritaron consignas. Llevan signos distintivos. No hay ninguna duda. Además, concuerda con el resto. El mutismo de la comunidad. El comentario de Gozar sobre un «asunto político». Los Lobos Grises están en París. Y el barrio, muerto de miedo.

Paul no podía aceptar un cambio de orientación tan radical, tan inesperado, en total contradicción con sus propias presunciones. Llevaba demasiado tiempo trabajando sobre la hipótesis de un único asesino.

– Pero ¿por qué tanto ensañamiento?

Schiffer seguía avanzando entre los raíles, perlados de llovizna.

– Proceden de tierras muy lejanas. De llanuras, desiertos y montañas donde ese tipo de torturas es la regla. Tú has partido de la hipótesis de un asesino en serie. Como Scarbon, te has empeñado en interpretar las mutilaciones de las víctimas como el resultado de una búsqueda del sufrimiento, la prueba de un trauma o yo qué sé… Pero os habéis olvidado de la solución más sencilla: esas mujeres fueron torturadas por profesionales. Expertos adiestrados en los campos de Anatolia.

– ¿Y las mutilaciones post mortem? ¿Las hendiduras en la cara?

El Cifra esbozó un gesto desdeñoso que presagiaba alguna de sus salidas de tono.

– Puede que uno de esos fulanos esté más loco que los demás. O quizá sencillamente quieren que las víctimas sean inidentificables, que no podamos reconocer el rostro que buscan.

– ¿El rostro que buscan?

El viejo policía se detuvo y se volvió hacia Paul.

– ¿Todavía no lo has comprendido, muchacho? Los Lobos Grises tienen un contrato. Buscan a una mujer. -Schiffer se metió la mano en el impermeable manchado de sangre y le tendió las polaroid-. Una mujer que tiene este rostro y responde a esta descripción: pelirroja, costurera, ilegal y originaria de Gaziantep. -Paul observaba en silencio las fotos sobre la arrugada mano de Schiffer. Todo cobraba cuerpo. Todo encajaba-. Una mujer que sabe alguna cosa y a la que tienen que arrancar una confesión. Han creído que la habían encontrado en tres ocasiones. Y se han equivocado en las tres.

– ¿Cómo puede estar tan seguro? ¿Cómo sabe que no la han encontrado?

– Porque si una de ellas hubiera sido la que buscaban, habría hablado, créeme. Y ellos habrían desaparecido.

– ¿Cree… cree usted que la caza continúa?

– No te quepa la menor duda. -Los iris de Schiffer brillaban bajo sus entrecerrados párpados. Paul pensó en dos balas de plata, el único medio de acabar con un hombre lobo, según la leyenda-. Te has equivocado de medio a medio, muchacho. Buscabas un asesino. Llorabas a tres muertas. Pero lo que debes encontrar es una mujer viva. Bien viva. La mujer a la que persiguen los Lobos Grises. -El Cifra abarcó con un amplio ademán los edificios que rodeaban las vías-. Está ahí, en algún lugar de este barrio. En el fondo de una casa ocupada o de un hogar de acogida. La persiguen los peores asesinos que puedas imaginar, y tú eres el único que puede salvarla. Pero tendrás que ser rápido. Muy, muy rápido. Porque los cabrones que tienes enfrente están bien entrenados y se mueven a sus anchas por el barrio. -El viejo policía agarró a Paul de los hombros y lo miró a los ojos con intensidad-. Y, como las malas noticias nunca llegan solas, voy a anunciarte otra desgracia: soy tu única oportunidad de conseguirlo.