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No hubo más ataques ese día. Al ponerse el sol, inmóvil y sola en el mar, rodeada de galeras enemigas y de cadáveres que flotaban en el agua quieta, con ciento treinta heridos hacinados bajo cubierta y sesenta y dos hombres sanos escudriñando la oscuridad, la Mulata encendió de nuevo su fanal de desafío. Pero no hubo canciones aquella noche.