Era un paquete envuelto en papel de estraza y atado con un cordel. Hallie cortó el cordel y sacó una delgada guía de viaje de la ciudad de Hong Kong y la tarjeta de visita de Nicholas Cooper del envoltorio. La tarjeta decía que era programador de videojuegos. Bueno saberlo. Volvió la tarjeta y descubrió un mensaje en la parte de atrás: Marco's en Kings Road, rezaba el mensaje manuscrito en letras de imprenta. «Esta tarde a las siete».
Presuntuoso, sí, desde luego que era.
Su beso también había sido presuntuoso. Por no mencionar insidiosamente incómodo. ¿Y qué tenía de malo si Marco's era uno de los mejores restaurantes de marisco de aquel lado del paraíso? Ninguna mujer sensata tendría en cuenta su proposición; puesto que fingir ser la esposa de alguien durante una semana resultaba ridículo, incluso para ella. Y sin embargo
Hallie abrió la guía de viaje y empezó a pasar las páginas. Hong Kong; puerta del Oriente, dinero y superstición, calor y un millón de tiendas de fotografía. Cientos de millones de luces de neón.
«Una mezcolanza encantadora donde el este se encuentra con el oeste», decía la guía de viaje.
«A medio mundo de aquella zapatería», le susurraba una voz en su interior. Diez mil libras.
Sí, había unas cuantas desventajas. Mentiras. Engaños. Los besos de Nicholas Cooper. Hallie se retiró el pelo de la cara detrás de la oreja y cerró el libro de un golpe.
Grandes desventajas.
Y sin embargo
Veinte minutos después, Hallie cruzaba la entrada del apartamento de su hermano en Chelsea y dejaba el bolso en la cómoda. La razón por la cual Tris había comprado aquel apartamento de dos dormitorios cuando él jamás permanecía en un lugar más de un año era un auténtico misterio; pero ella agradecía sin duda el poder utilizarlo. Jamás lograría ahorrar el dinero suficiente para terminar su diploma si tenía que pagar el alquiler. Al menos no con su salario.
«Diez mil libras», le susurraba la voz en su interior mientras se quitaba los zapatos y caminaba por el pasillo.
No.
«Entonces la cena en Marco's. No es más que una cena».
No era cierto. Si iba a cenar y le preguntaba por qué necesitaba una esposa durante una semana, eso era más que ir a cenar. Y de ahí a lo que fuera, un paso. En un abrir y cerrar de ojos, se vería con él en Hong Kong. «¿Y bien?».
¡Oh, Dios! Hallie se tropezó con la alfombrilla que recorría todo el largo del pasillo y se preguntó qué tendría Nicholas Cooper que la aturdía de ese modo.
Nicholas tenía una sonrisa pícara. De eso no había ninguna duda. Y su oferta resultaba definitivamente intrigante.
Sonrió con pesar. Lo mejor era no pensar en sus besos.
A las siete menos diez de la tarde, Hallie había terminado de discutir consigo misma y estaba en el baño maquillándose apresuradamente, cuando de pronto oyó que la puerta del apartamento se abrió y se cerró al instante, seguida del sonido de las largas pisadas de un hombre por el pasillo. Momentos después, Tris aparecía a la puerta: una sombra vaga en la periferia de su visión.
—Has vuelto —dijo ella sin dejar de maquillarse las pestañas—. No te esperaba hasta mañana.
—Cambio de planes —dijo él—. ¿Vas a algún sitio?
—A cenar a Marco's en Kings Road.
—¡Qué elegante!
¿Sería su imaginación o estaba Tris más preocupado que nunca?
—¿Con quién?
¡Ah! Eso ya era otra cosa.
—Con Nick.
—¿Nick?
—Nos conocimos hoy en la tienda.
—¿Usa zapatos de señora? ¿Y eso te resulta agradable?
—Fue con su madre. Le compró un par de zapatos.
—Echa a correr —dijo Tris—. Echa a correr rápidamente.
—No. Me he decidido. Voy a cenar con él —terminó de aplicarse la máscara de pestañas y buscó un lápiz de ojos gris oscuro.
—Y ¿tiene apellido este Nick?
—Pues claro que lo tiene, pero si te lo digo te vas á poner a investigarlo en el trabajo y vendrás a casa y me dirás qué pasta de dientes usa. ¿Qué tiene eso de gracioso? Además, no es una cita propiamente dicha. Es más bien una cita de negocios.
—¿Qué clase de negocios?
—Todavía no estoy segura —dijo, pensando que no había necesidad de aburrirlo con detalles—. Algo que implica viajar.
Tris suspiró largamente.
—Y lo has creído.
Había llegado el momento de cambiar de tema.
—Hay un poco de lasaña de ayer en el frigorífico —dijo ella mientras guardaba la barra de labios en su bolso de mano y se volvía para salir del baño—. ¡Caramba! —se paró en seco al fijarse bien en su hermano.
Su pelo negro y largo estaba muy sucio, la mano izquierda la llevaba vendada de mala manera y parecía como si lo hubieran arrastrado por una alcantarilla con la ropa puesta. Pero fueron sus ojos lo que más la molestaron. Porque estaban llenos de frustración y de dolor.
—¡Qué mal aspecto tienes, Tris!
—Estoy bien.
—Mentiroso —detestaba verlo sufrir—. ¿Quieres que me quede?
—¿Cómo? ¿Vas a cancelar una cena gratis en Marco's y a quedarte aquí para pelearte conmigo por ese pedazo de lasaña? —Tris esbozó una sonrisa leve—. Conmovedor, pero estúpido. No quiero hablar de ello, Hal.
—El trabajo salió mal, ¿verdad?
Hallie suspiró. Él jamás hablaba de su trabajo para la Interpol. Jamás.
—Vete —su hermano le hizo un gesto con la mano—. Voy a darme una ducha y a asearme un poco. No puedes hacer nada. Ve a la cena. Y pásatelo bien.
Sin más, su hermano cerró la puerta del baño.
—Y no digas ni pío.
Nicholas Cooper siempre le concedía a una mujer quince minutos de cortesía. Si pasaba más tiempo sentía la inclinación de marcharse o de empezar sin ella. Lo cierto era que a las mujeres les gustaba hacer esperar a los hombres. Lo hacían adrede para darle más emoción al asunto y hacer que un hombre vacilara, para conseguir que un hombre deseara más. Todo ello era parte del juego, pero el juego era la especialidad de Nick. Para cada ataque, había un contraataque, por muy bueno que fuera su oponente. Y los quince minutos de Hallie Bennett casi habían vencido.
Nick no estaba del todo seguro de que ella fuera a cenar con él ya que ella no había llamado, pero de todos modos él había acudido a Marco's. Después de todo, uno tenía que comer. Y tal vez fuera una corazonada, pero le daba la sensación de que ella se presentaría.
Hojeó la especialidad del restaurante en la pizarra que colgaba de la pared, el menú impreso que tenía en la mesa y paseó la mirada por la sala en busca del camarero. En su lugar vio a Hallie Bennett que se dirigía hacia él. Todo su color era puro Renacimiento: su cabello castaño rojizo, su tez blanca y sus ojos dorados. Llevaba una melena corta y su rostro era todo ojos, facciones definidas y una boca inolvidable. Se estremeció y entrecerró los ojos disimuladamente mientras se levantaba para saludarla, con la intención de contener la fiera oleada de emoción que su llegada había provocado en él.
Había sido un auténtico placer besar esa boca suya hasta rendirla a él. Conocer el resto era tentador, muy tentador, pero lo cierto era que no podía permitirse esa distracción. No necesitaba una compañera de cama esa semana siguiente; necesitaba una pareja. Alguien con un toque oportunista e ingenioso y que fuera capaz de adaptarse a una situación un tanto ridícula.
De momento la señorita Bennett lo había impresionado de todas esas maneras.
—Siento llegar tarde —le dijo cuando se acercó a él—. No sabía si iba a venir hasta el último momento.
—¿Qué te ha hecho cambiar de opinión? —le preguntó él mientras la ayudaba a sentarse y trataba de ignorar cómo se le aceleraba el pulso con la presencia de Hallie Bennett.
—Hong Kong y diez mil libras —dijo ella con una sonrisa.
La sonrisa de Hallie hizo que él se fijara en sus labios curvados y sensuales, que en ese momento estaban pintados de un rosa suave y luminoso. El color de sus labios hacía juego con el de su vestido, una prenda que se ceñía suavemente y enfatizaba la perfección del cuerpo que la lucía.