En todo caso seguía igual de malhablado o incluso había ido a peor (las noches de disipación son propicias, y más las de caza ardua), aunque lo de desbragarse a una tía viva yo jamás lo había oído (raro ese reflexivo). Era llamativamente grosero como eufemismo, pero no dejaba de serlo sin duda —un eufemismo—, así que posiblemente había que agradecérselo, dentro de todo. Menos mal que nadie le entendería las expresiones brutales zafias, de los que venían conmigo.

Ya estaba medio arrepentido de mi flaqueza egoísta (tenía que habernos negado, a él o a mí o a ambos, 'tú no me has visto nunca, no sé quién eres, no me conoces, tú no has hablado conmigo ni te he dicho nada, para mí no tienes rostro ni voz ni aliento ni nombre, como yo para ti no tengo ni siquiera nuca o espalda') cuando Tupra me hizo una señal para que acudiera a su mesa, le estaba explicando tanta historia a Manoia que por fuerza iba a necesitarme de intérprete en cualquier momento, se veía venir eso, para que los sacara de algún atasco. Dudé si llevarme a la señora conmigo y por lo tanto a Rafita, quien no se nos despegaría ahora tan pronto, su propensión era adhesiva. Pero eso podría irritar mucho a Tupra, pensé, que le plantara al soez experto en bellas letras (que además él ya conocía) en medio de sus tratative(y encima con alhajas y una red de pesca colgándole); así que opté por dejar a Flavia al cuidado provisional de De la Garza —algo intranquilizante siempre—, lo vi muy dispuesto a ilustrarla con sus agudezas cultas, o a embrutecerla con bailes más primitivos que el mío y que no serían mal acogidos. Antes de ausentarme le susurré o grité a ella al oído, no fuera a guardarme agravio por una respuesta no dada:

—'Titi' significa 'beldad'.

—¿Ah sí? ¿Y cómo es eso? ¿De dónde viene? Tan extraño.

—Bueno, es un término popular, simpático, de Madrid, carcelario. —Esto último lo improvisé, no sé por qué; por adornarlo—. Él te considera una gran belleza, como todos cuantos, como cada uno. —Bueno, esto fue así en italiano, de lo más verbatim—. Eso es lo que te ha llamado.

—¿Pero el Embajador no habrá estado en la cárcel? —preguntó con sobresalto. No hubo en su voz tanto escándalo (no debía de faltarle costumbre de ver pasar por la trena a amigos y conocidos suyos) cuanto absurdas piedad y alarma por los antecedentes del mamarracho majo y su posible pasada desgracia (yo le habría aplicado mazmorra durante largas temporadas, con o sin causa). Sería por su juventud, supuse, el miramiento.

—No, no. Diría de no, no lo creo. El origen de la palabra es carcelario, pero las palabras salen, viajan, vuelan, se expanden; ellas son libres, ¿cierto?, no hay rejas ni muros que las contengan, eh. Tremenda su fuerza.

Temibile—apuntó De la Garza, que había pegado el oído y habría entendido inconexos vocablos sueltos de mi italiano españolizante (el suyo fue deducido, a buen seguro no lo hablaba; quiero decir su adjetivo único aportado). Era un as en eso, en terciar sin venir a cuento ni saber qué se trataba ni ser jamás invitado, y aun siendo repelido a veces, a las claras y de plano.

—No hace falta, quindi—proseguí—, ir a prisión para conocerlas, las que allí nacen o se inventan. Y él no es el Embajador, ves, por cierto; está sólo en el equipo de éste. Pero estoy convencido de que llegará a serlo con el tiempo. Y pienso que ascenderá aún más alto si persevera en su ser presente, el cual parece irrenunciable: lo harán Secretario de Estado, anziMinistro. —En español no hay equivalente exacto para estas dos, 'anzi' y 'quindi'.

—¿Ministro? ¿Y de qué cosa, Ministro?

Beh. De la Cultura, lo más probable; es su materia, es un experto en todo. —Me salió eso espontáneamente: también 'beh' esambiguo en italiano, quizá no quise quedarme atrás en el manejo de las interjecciones vernáculas indefinibles. Y añadí separándome un poco de ella, con intención de facilitarle a De la Garza la escucha y de que esto me lo entendiera más o menos conexo—: Nadie como él conoce la literatura universal fantástica, incluida la medieval, y la paleocristiana. Sabe un huevo. —Esto último lo dije con literalidad inadmisible, citándolo a él en la cena de Wheeler. 'Un uovo', solté sin inhibirme nada, a sabiendas de que esa expresión no se emplea ni por tanto se comprende—. Y eso, además de meritorio y útil, es tremendamente chic, lo sabías?

—Temiblemente chic —acotó Rafita, sin haberse enterado de mucho pese a mi vocalización muy clara. Tenía un poco gorda la lengua, no demasiado, podría pasársele pronto si espaciaba las copas o la lascivia se la rescataba; esta vez no intentó siquiera el italiano adivinado. Miraba a la señora Manoia con fija y vidriosa lujuria, quiero decir que estaba a punto de quedarse tan sólo en estupefacción ante los menhires.

—¿De veras? Addirittura. —Esto tampoco tiene equivalente exacto en mi idioma.

—Ahora, si me dispensas, queridísima y admiradísima Flavia —al menos esparcía superlativos, más frecuentes en la lengua de ella—, te dejo unos minutos en la mejor y más chic compañía. Me reclaman, nuestros amigos.

Allí la dejé, pero a los pies de los caballos zainos y en la boca pseudonegra del lobo y ante el foso fosco de los cocodrilos, confiando en que su marido y Tupra no me retuvieran mucho, me sentía responsable de la noche de la señora, de su bienestar y contento, quería que sus diez pulseras continuaran tintineando. Mientras me dirigía hacia ellos, vi que De la Garza eludía de momento el baile y optaba por incorporarla a su mesa no muy lejos de la nuestra, a la de sus amistades ruidosas de mayoría española, y eso me tranquilizó en parte, quedaban a nuestra vista y él no podría requebrarla allí tanto como a solas en la danza (había en el grupo un par de mujeres, y muchas de mis compatriotas toleran mal la competencia, aunque sea imaginaria y no la haya ni en sombra porque casi ni pueda darse: serían ambas veinte años más jóvenes que mi señora Manoia, la cual se las habría zampado, empero, de habérselas tropezado sin esos dos decenios de diferencia a cuestas. 'Luisa no es así", me cruzó el pensamiento; 'no suele rivalizar con nadie, y si alguien viene a medírsele, entonces ella se aparta. Quizá por estar segura, o porque ser como es ya le basta. Quizá yo no soy distinto'). Me fijé en que el maromo fingidor melómano batía ahora palmas muy quedas junto a su propio oído, las manos ahuecadas y cautas, los ojos cerrados con fuerza, conciencia plena de su pose intensa y hasta un doliente tarareo en los labios (debía de ser el de un cante harto jodido por tremendamente jondo, se le ponía una expresión atormentada extática como de mártir voluntarioso), absorto en músicas que no se prestaban nada a tales simas de desgarro, acaso llevaba otra en su mente con increíbles concentración y constancia, o tal vez la escuchaba en efecto —sordo a las de la discoteca por tanto— mediante auriculares diminutos ocultos como los que usaría en sus correteos mi vecino bailarín de enfrente. Su cara quiso sonarme, muy campesina pese al barroco peinado de bucles que trataba de desvairía o aun de desmentirla, el pelo furiosamente teñido de color negro demente; me dio que era un escritor fundamental muy célebre, podía haber perorado en el Instituto Cervantes aquella tarde, traído ex profeso desde la Península por De la Garza, y yo me lo habría perdido, lección magistral o recitado de embrujo, qué gran fallo el mío. Me pareció un anormal completo, y él no se enteró desde luego de la llegada de Flavia a su mesa, enfrascado como estaba en las palmas de su quejío; los demás ni se levantaron cuando Rafita hizo las presentaciones, con la sola excepción de un hombre que quizá sí era británico, por su aspecto y por conservar ciertos modales, tardan allí un poco más en verlos todos prescindibles. El agregado, con ademán despótico, mandó a la compañía correrse para hacerles sitio a ellos, vi a los dos tomar asiento con bastantes apreturas (se rozarían las piernas, a la señora Manoia se le quedó la falda algo subida —algo de más, se entiende—, tal vez eso exaltase a su chichisbeo) antes de hacer yo lo mismo sin estrecheces en una silla a la izquierda de Reresby, él prefería tener a la gente a ese lado si era posible, oía mejor con ese oído o veía mejor con el ojo diestro, me figuraba.